Un relamido relato biográfico
Hace tiempo que el cine de Fernando Trueba ha quedado encapsulado en algún lugar indeterminado y sus películas parecen suspendidas en un tiempo muy pretérito. Tras el descalabro de La reina de España, regresa esta semana a las salas de nuestro país con la adaptación de la novela de Héctor Abad Faciolince dedicada a su padre, médico y activista colombiano que luchó por la sanidad pública hasta que finalmente fue asesinado. Forzosamente el acercahacerlo miento tenía que ser respetuoso, a modo de oda ensalzadora. Y así es, en efecto. Solo que las teclas que se pulsan no son las adecuadas. Trueba practica el relato familiar, y lo hace como si fuera un émulo de Alfonso Cuarón en Roma, con muchos planos secuencia a modo de coreografías corales que se repiten hasta la extenuación.
Así, su intento de capturar la vida doméstica se convierte en un tedioso ejercicio de estilo impostado que intenta ser emotivo y termina convirtiéndose en empalagoso y cargante con todo lo que eso conlleva, en parte por la terrible partitura de Zbigniew Preisner (sí, el gran compositor de las películas de Kieslowski) que se encarga de subrayar emociones hasta donde no las hay.
El olvido que seremos se convierte así en una reconstrucción histórica un tanto acartonada, lastrada por la afectación, por un academicismo relamido y un humanismo trasnochado repleto de buenas intenciones y equivocadas decisiones.