Que no deje de sonar la música
Quizá no solo descubra una forma de hacer las cosas sino que la cultura puede ser sostenible
Me aburre mucho el debate de si hemos salido (o saldremos, que aún estamos dentro) mejor de esta crisis sanitaria porque, como casi todo en la vida, depende, primero del cristal desde el que se mire y, segundo, de cada uno de los casos concretos. El debate que creo que se está imponiendo y que es el momento de ganarlo es el de la sostenibilidad. Hemos exprimido tanto los recursos que nos ofrece el planeta en una vida de ritmo vertiginoso que es posible que ni si quiera nos hayamos llegado a plantear que el planeta lleva tiempo quejándose.
Algo que han sabido ver los promotores de un ciclo, El bosque sonoro, que nació hace un año en plena pandemia en una pequeña localidad zaragozana, Mozota, donde la pulsión cultural no hay que buscarla sino que está latente en muchos de sus habitantes. De la unión de unos cuantos de ellos (que no quieren desvelar sus nombres para «despersonalizar un proyecto que tiene que poner la atención en lo realmente importante») surgió una pequeña cita de cuatro conciertos cuando peor lo estaba pasando el sector musical que resultó, no creo que sorprendiera a nadie, deficitaria en su primera edición. Sin embargo, lejos de rendirse, este verano tendrá su segunda edición y si el año pasado buscaba la sostenibilidad, este año no solo no se ha separado de esa línea sino que la ha reforzado. Lo hace ya no solo con la iniciativa de plantar un árbol por cada entrada vendida o de apostar decididamente por una gastronomía centrada en los pequeños productores sino en el propio concepto en sí. Todo está pensado para no causar ningún daño en el entorno e incluso los envases que se van a utilizar o los utensilios con los que se va a poder degustar la comida son sostenibles, nada de plástico.
Por el escenario de Mozota pasarán del 1 al 4 de julio bandas como Viva Suecia, La habitación roja, Novedades Carminha. Iseo y La pegatina, entre otras, y, probablemente, serán muchos los espectadores que acudan a la llamada de la música en directo. A sus promotores no les gusta que se le llame festival a El bosque sonoro porque argumentan que engloba muchos más aspectos y que por eso es un ciclo en el que se mira por el medio ambiente y que tiene la música como epicentro pero como posible generador de recursos para la localidad que los acoge siempre de una manera sostenible. Es decir, de alguna manera, utilizar la cultura como forma de dar un servicio a poblaciones que en la mayoría de las ocasiones quedan aisladas de cualquier tipo de oferta. Como decía, este julio, es posible que el bosque de Mozota vuelva a recibir la visita de cientos de personas y quizá no solo descubran una nueva forma de hacer las cosas sino que la cultura, además de segura, puede, y debe ser, ser responsable y sostenible.
Mientras tanto, esta misma semana por fin, el Gobierno de aragón, con el fin del estado de alarma, ha autorizado la reapertura de las salas de conciertos con las condiciones esperadas, incluida la prohibición de consumir alimentos y bebidas. Evidentemente, no es la situación ideal para unos programadores de unas salas que rentabilizan muchos de sus conciertos merced a la barra, pero, sin duda, es una buena noticia y quiero pensar, que un paso más hacia esa normalidad que nadie sabe cuándo llegará. Es de esperar que ya en junio las salas empiecen a probar con programaciones modestas y adaptadas a la situación actual pero necesitamos que se vuelva a escuchar la música en los lugares que han convertido en su hogar durante muchos años. La derrota del covid está cerca. O, al menos, eso me gusta pensar.