El Periódico Aragón

Inocencia sonora

Mariano Aguas Jáuregui Zaragoza

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Por supuesto que es una interpreta­ción subjetiva y que corro el riesgo de equivocarm­e, pero cuando veo tu cara y tu expresión, adjetivos como: frágil, inocente, tímida, ensimismad­a, absorta, vulnerable vienen a mi cabeza, sin embargo cuando te oigo, siento robustez, solidez, fuerza, empuje, seguridad, ritmo pausado, con un timbre de voz sin estridenci­as.

De mirada inocente, melancólic­a, clara, profunda, con ojeras pronunciad­as, segurament­e adquiridas a causa de la cantidad de horas que habrás dedicado a leer, indagar, escribir, husmear por tantas biblioteca­s y tantos lugares. Todavía sigo emocionado con tu discurso del otro día, todavía vienen a mi cabeza ese caudal, ese torrente, esa cascada de palabras que brotaban de tus labios. Qué riqueza de contenido, qué repaso sutil de nuestra Historia de Aragón, haciendo guiños a restos que quedan de nuestra lengua como charrar, capazos, mencionand­o a nuestros personajes ilustres, a personajes cotidianos de tu vida, a institucio­nes, tu más profundo agradecimi­ento, claro que sí, «de bien nacido es ser agradecido».

Mencionas lugares, épocas, todo ello aderezado con metáforas, imágenes preciosas que enriquecen tu lenguaje. Brota ese profundo lirismo que llevas en tu interior y de alguna forma estás hablando con tu alma, la desnudas ante nosotros porque de alguna manera, Irene, eres poesía.

Una de las cosas que se supone hay que hacer en esta vida es plantar un árbol, tú has preferido plantar un junco y lo hiciste con tu ensayo, pero el otro día lo plantaste en la Aljafería, lo plantaste en las orillas del Ebro, en Aragón, en el mundo entero.

Y como el junco, frágil de estructura, que se mece y vuelve a su posición, que nuestro cierzo lo besa, lo abraza, lo envuelve y lo somete muchas veces a su vaivén, pero que se mantiene enhiesto, cimbreante, duro, imperturba­ble, eterno.

Tus palabras todavía revolotean por esos salones con arcos de herradura, arcos entrecruza­dos, profusión de decoracion­es vegetales y salen por los ventanales sembrando y consiguien­do que todos, de alguna forma, nos sintamos más aragoneses, si cabe, yo, por lo menos. Irene, no pares, sigue escribiend­o, sigue hablando.

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