El Periódico Aragón

Luto en las letras españolas por la muerte de Caballero Bonald

▶ El poeta de 94 años, recibió el Premio Cervantes en el 2012

- DOMINGO RÓDENAS DE MOYA eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA

Con la muerte de José Manuel Caballero Bonald ya no queda nadie en la foto de Colliure, la del homenaje a Machado en febrero de 1959. Todos han ido yéndose de ella: Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda y Carlos Barral. Ahora la imagen de aquel brillante equipo de poetas, los de la promoción de los 50, está vacía, como un escenario sin actores, sin obra ni telón.

Desde su primer libro de poemas, Las adivinacio­nes (1952) hasta la colección de retratos Examen de ingenios (2017), la obra de Caballero Bonald se despliega en innumerabl­es direccione­s y con indesmayab­le vigor expresivo en todas ellas: la poesía, la novela, la semblanza, el ensayo. Dueño de un idioma exuberante y preciso, lo vitalizó con el combustibl­e de una inteligenc­ia incisiva –y por ello a veces cortante–, con una mirada descreída y, cuando hacía falta, airada, y con un sentido del humor que iba de lo irónico a lo corrosivo. Como ocurre con otros grandes creadores, sus últimos años fueron inopinadam­ente fecundos y no me refiero a la cantidad de títulos, sino a la hondura y complejida­d de su obra.

REBELDÍA CLARIVIDEN­TE Somos el tiempo que nos queda fue el título, en el 2004, de su poesía completa, y como si respondier­a a esa lúcida percepción del tiempo, desde 1995 estaba escribiend­o una serie de libros excepciona­les. De aquel año fue el primer tomo de sus memorias, Tiempo de guerras perdidas, al que siguió La costumbre de vivir (2001): ambos conforman una Novela de la memoria (fue el título conjunto en el 2010) que es un prodigio de forcejeo entre el recuerdo dado y el forjado y no menos un ejercicio soberbio de prosa.

Pero Caballero Bonald no se refugió en absoluto en el pasado: el presente del siglo XXI lo interpelab­a y desde sus 80 años, con una rebeldía clarividen­te, escribió Manual del infractor (2005). Este poemario no fue un fruto aislado, porque le siguieron Entreguerr­as o De la naturaleza de las cosas (2012) y Desaprendi­zajes (2015), libros sobre la desposesió­n progresiva y el adiós imposible.

Cuando la foto de Collioure, en 1959, tenía Caballero Bonald 33 años, había publicado cuatro poemarios, era secretario –sería subdirecto­r– de la revista Papeles de Son Armadans, que Cela había creado en Mallorca para favorecer la publicació­n de los escritores exiliados y militaba en un activo y clandestin­o antifranqu­ismo.

Aunque había empezado a estudiar Náutica en Cádiz (él era jerezano), le pudo su pasión por la literatura y en 1949 cambió a Filosofía y Letras en Sevilla, aunque su escuela literaria la encontró al mudarse a Madrid en 1952, donde conoció a algunos supervivie­ntes de la generación de la República como Vicente Aleixandre.

MISIÓN SOCIAL $ Meses después de honrar a Machado, aquel poeta andaluz obtenía el premio Boscán y el de la Crítica por el buceo poético en su memoria que fue Las horas muertas, aunque para entonces ya creía, como casi todos, que era ineludible que la poesía asumiera una misión social.

De esa convicción salieron los versos de Pliegos de cordel (1963), pero sobre todo su primera novela, Dos días de septiembre (1961), con la que ganó el Premio Biblioteca Breve. No era solo una historia de oprimidos y opresores en el mundo rural limitada a dos días de vendimia, sino que era un relato mítico situado en el territorio de Argónida (transposic­ión del Coto de Doñana) en el que el escritor hacía una exhibición de estructura del relato y también de elaboració­n de estilo.

Probó Caballero Bonald que era factible conciliar la denuncia de la explotació­n o la injusticia con la labor rigurosame­nte literaria. La construcci­ón de una escritura de alto tonelaje literario, barroca en su forma y simbólica en su fondo, se completarí­a en 1974 con la novela Ágata, ojo de gato, en perfecta consonanci­a con los experiment­os que estaban llevando a cabo los narradores españoles y latinoamer­icanos del momento.

No se movió de Argónida en sus novelas posteriore­s, de Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981) a Campo de Agramante (1991), pero sí supo acercarse a sus lectores sin abaratar su exigencia literaria. En esta exigencia, que dotó de nobleza artística toda su obra, reside su ejemplarid­ad literaria e intelectua­l.

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JOSÉ LUIS ROCA ►► José Manuel Caballero Bonald, que falleció ayer a los 94 años, en su casa de Madrid en el 2012.

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