Condenado a 13 años el hombre que tiroteó a su jefe al ser despedido
La sentencia, que impone 170.000 € de indemnización, dice que lo hizo «por venganza» El acusado «ideó un plan» para acabar con la vida de su superior jerárquico tras su cese
La Audiencia de Zaragoza ha condenado a 13 años y 9 meses de cárcel a Alberto Pérez Giménez, un electricista del hospital Royo Villanova de la capital aragonesa que, tras ser despedido de su trabajo en el servicio de mantenimiento, intentó asesinar a su jefe disparándole repetidas veces con un arma corta. El móvil del crimen, cometido el 6 de abril de 2020, en pleno confinamiento por la pandemia, fue la venganza, según la sentencia.
Los tiros, al menos cinco, alcanzaron a la víctima en el abdomen, un pie y la espalda y habrían causado su muerte de no haber sido trasladada a un centro sanitario e intervenido de urgencia. Los hechos se inscriben en los delitos de asesinato en grado de tentativa (con alevosía) y tenencia ilícita de armas, a tenor del fallo.
Además, la resolución, dictada por la Sección número 6 de la Audiencia Provincial, impone al acusado, en concepto de responsabilidad civil, una indemnización de más de 170.000 euros por las lesiones,
No puedo dormir. Acabo de leer la noticia en su periódico bajo el titular Exonerado de abusar de una menor de Zaragoza por la doctrina de Romeo y Julieta.
Estamos devastados, su abuelo y yo, que soy su mujer. Y tenemos a la niña viviendo con nosotros desde hace 5 años. Nosotros vimos cómo vino a casa aquel día maldito, sin saber cómo había llegado, sin acordarse de nada, sin poder reaccionar, traumatizada. Incapaz de contarnos lo qué había sucedido porque estaba en shock. Y no por su Romeo, sino por cómo un hombre adulto y villano la había engañado, durante semanas, con sus palabras bonitas para que fuera a su casa a vivir una bonita historia.
La desnudó, la penetró. Y fin. La niña salió de esa casa del horror sin saber qué hacer. Su primer día de vacaciones de Navidad, con sueños por delante se resquebrajaron de una forma siniestra. Una niña que acababa de dejar los doce años el mes anterior. Una niña huérfana, con una mochila cargada de dolor, indefensa ante las secuelas, el gasto sanitario y el coste de económico de la contratación de un ingeniero que sustituyó temporalmente al herido.
La sentencia considera probado que, tras ser despedido de su puesto de trabajo en noviembre de 2019 por falta de idoneidad, protagonizó varios incidentes de violencia hacia sus superiores. «A partir de esos hechos Alberto Pérez Giménez fue ideando un plan que tenía por objeto acabar con la vida» de su jefe, «como represalia por el despido».
Así fue cómo, en pleno estado de alarma por el covid-19 y tras procurarse un arma de fuego, sobre
ABUELA DENUNCIANTE DE ABUSOS A MENORES
los mimos del Romeo canalla, un tío, que fingirá ser un pobre chaval, pero qué abusó de una niña grande, en su físico, pero pequeñita en saber defenderse de depredadores como él.
No fue su abuelo quien vio el chupetón, fui yo en la sala del hospital devanándome los sesos, pensando en qué le había pasado, ella, mientras, mirada perdida, no podía recordar o su mente se convirtió en su escudo protector. Ese chupetón fue el primer aviso de que algo traumático le había pasado con un chico. Ya podíamos las siete de la mañana del día de los hechos se presentó en la salida del garaje comunitario donde su víctima aparcaba el coche, entre la calle Mainar y el paseo de Longares. Allí colocó al final de la rampa, tirada en el suelo, una bicicleta de alquiler con el fin de obstaculizar la salida del coche.
Minutos después, cuando su jefe, representado por la abogada Carmen Cifuentes, abandonaba el aparcamiento en su vehículo para ir al trabajo, se vio obligado a apearse de su automóvil para apartar la bicicleta.
Esa circunstancia fue aprovechada por el acusado para acercarse intuir de dónde venía ese estado de parálisis, esos fríos, esas preguntas constantes, dónde estoy, cuándo he llegado, cómo, silencios, mirada ausente. Los doctores asintieron al conocer la nueva información. Ella seguía como una zombi, marcando paso seguro, respuestas claras, no me acuerdo, su rictus fue malentendido. Es una superviviente, como los niños de la guerra que han vivido lo que jamás deberían vivir a lo largo de su corta vida. No llora, no se expresa.
Otro hospital. Los primeros por la espalda, la cara cubierta con una braga tubular, y efectuar varios disparos de forma «sorpresiva» y sin que su víctima «tuviera oportunidad alguna de defenderse». La víctima cayó al suelo herida, pero Alberto Pérez siguió disparándole.
Días después, el 15 de abril, agentes de policía detuvieron al sospechoso cuando se encontraba circulando en un vehículo Peugeot Partner, llevando unas placas de matrícula falsas que había conseguido en un desguace en noviembre de 2019.
En el registro de la casa del detenido fueron halladas la braga tubular, el resto de la ropa usada en la agresión y la pistola que había disparado, que estaba oculta en el aire acondicionado. Asimismo se ocuparon diversas sustancias químicas susceptibles de ser utilizadas para hacer explosivos.
El acusado fue examinado por médicos forenses que concluyeron que no tenía alteradas ni su capacidad volitiva ni su capacidad cognitiva, si bien padece una depresión y un trastorno de la personalidad paranoide, con dos intentos de suicidio en febrero de 2020.
Cuando se le comunicó el despido, Alberto Pérez protagonizó diversos actos violentos dirigidos a su jefa directa, a la que, en una de las ocasiones en la que le recriminó su cese, le mostró en el móvil un vídeo en que se ve una mano que esgrime una pistola y dispara a una sandía que se rompe en pedazos. médicos fueron un amor entre tanto dolor. También los primeros policías. Estamos en buenas manos, cariño, le dije. Me equivoqué. Las siguientes manos que le debían haber agarrado, la dejaron caer de nuevo. Veo al depredador sonreír con ellos.
Y tras horas, días, meses, un año y medio confiando... sin noticias. Una carta fría, la fiscalía, las psicólogas forenses, noticias editadas con indiferencia o más bien con frivolidad y sarcasmo, con una imagen-puñal y toda la retahíla de seres ineptos o crueles ¡Malvados! ¡Habéis vuelto a traer a casa lo que aquel Romeo nos trajo aquella noche!. Rabia, dolor, impotencia, pesadillas, llantos, tristeza crónica, y muchas secuelas en nuestra pequeña gran niña.
La han vuelto a agredir 19 meses más tarde, pero esta vez, no lo sufrirá. Nosotros lo haremos por ella.
Ojalá ese canalla no se cruce en el camino de otra niña. Pero ahora sabe que el camino es fácil y lleva a buen puerto. Gracias a todos los que lo han hecho posible en su nombre. que la nave de Calamocha fue efectivamente construida, por lo que no cabe hablar de defraudación.
Los acusados José Luis. G., Fidel G. V. y José María N. se ampararon en su derecho constitucional a no prestar declaración. Sin embargo, sí la prestaron Teresa P. L y Eduardo O. L. La primera trabajaba en una gestoría del edificio Aída y era pareja de uno de los acusados (Fidel G. V.), a la vez que ejercía de apoderada de Aznabian.
«Fidel me dijo que estaba construida y yo me lo creí», dijo Teresa en relación a la nave de Calamocha. «Me fui de Aznabian porque no me enteraba de nada», añadió la misma acusada, que reconocía haber realizado viajes y recibido regalos de los que desconocía el origen del dinero. Dejó sentado que no tenía nada que ver con el asunto de las subvenciones.
Eduardo O. L. aseguró que fue contratado como liquidador y administrador de Yes For Innovation, «para ayudar en cuestiones de papeleo» y que no cobró nada. «Era echar una mano a un amigo», aclaró, en referencia a José María N., responsable de Biodiésel Ebro SL.