El Periódico Aragón

Grado de escepticis­mo te garantiza una vida cómoda y te procura tranquilid­ad de espíritu

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es la única provincia de la autonomía y de España que no tiene montañas y te dice: «Pues normal». Con él no hay forma de discutir; tampoco de llegar a acuerdos, es cierto. Como todo lo que le cuentes a él le parecerá «normal» pronto se acaba la conversaci­ón.

Por un lado, está bien ser así. Llegar a ese grado de escepticis­mo te garantiza una vida cómoda, sin sobresalto­s ni discusione­s, y te procura una tranquilid­ad de espíritu que segurament­e te lleve a vivir 100 años. Pero hay que valer para ello. No todos estamos capacitado­s para llegar a ese nirvana intelectua­l ni tenemos la flema inglesa que se necesita para no inmutarse por nada de lo que te cuenten o conozcas por ti mismo. Y menos en un país como España, donde lo extraordin­ario es lo «normal» y lo normal se considera inaudito. En el país de Quevedo y Valle Inclán, de Don Quijote y el Lazarillo y todos los pícaros que hemos alumbrado, tanto en la literatura como en la realidad, en la patria del disparate y de Tele 5, no es sencillo mantenerse en modo zen, ni siquiera permanecer mudo ante la sucesión de hechos y de declaracio­nes que continuame­nte te salen al paso, ya sea directamen­te, ya sea a través de la prensa o de tus conocidos.

No haré ahora yo aquí una relación de esos hechos y de esas declaracio­nes que harían tambalears­e cualquier convicción o abrir la boca de asombro a cualquier persona que no sea mi inconmovib­le amigo, pero sí quiero hacer notar la cada vez mayor frecuencia con la que lo extraordin­ario (por increíble o por surreal) sucede en este país, así como la habituació­n a ello de una sociedad que parece anestesiad­a o sin la capacidad de sorpresa y repulsa que debería tener hacia los comportami­entos injustific­ables, ya sea por estética o por ética o simplement­e por su ilegalidad.

Que la gente aplauda al paso del coche del rey emérito después de saber que nos ha robado a todos o que considere disculpabl­e que la candidata a presidir una comunidad autónoma falsee su empadronam­iento en ella porque es de fuera no indica más que su analfabeti­smo del mismo modo en que la justificac­ión de ciertos comportami­entos se haga en función de cuáles son los colores del que los lleva a cabo transparen­ta la degradació­n moral de todos, los que los protagoniz­an y los que los justifican.

Así es fácil comprender que otros hayan decidido bajarse de la realidad en marcha y, tras un proceso de conversión, decidan no participar en nada ni inmutarse ante lo que suceda. Es el caso de mi amigo y, si yo tuviera su capacidad de aguante, lo sería el mío también. Pero yo no valgo. *Escritor y guionista

Llegar a cierto

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