El cantante y el coronel farsante
En Elvis aparecen todas las situaciones y detalles esperados en un biopic del Rey: su pasión por la música negra, las grabaciones en Sun Records, la fama, la rebeldía, la carga sexual, los conflictos con los sectores más puritanos, el servicio militar en Alemania, Priscilla Presley, Hollywood, los especiales televisivos, la jaula de oro en que se convirtió para él el Hotel Internacional de Las Vegas, la adicción a las pastillas y la muerte a los 42 años. Todo al estilo de Baz Luhrmann, más comedido que en Moulin Rouge!, pero utilizando montajes de vértigo, pantallas divididas y mescolanzas musicales –la voz de Elvis confrontada a la del rapero Nardo Wick en la canción In the ghetto– para socavar los cimientos del filme biográfico tradicional.
Es también una película contada a través de la infamia del coronel Parker, el empresario que se lucró gracias a él y le explotó de por vida. El discurso resulta algo simple: la existencia de Elvis fue tan desgraciada por culpa de Parker, con el consentimiento del padre de Presley, que no sale mejor parado. «Sin mí no habría existido Elvis Presley», asegura Parker, que ni era coronel ni tenía la nacionalidad estadounidense. Un fraude que, por otro lado, a Luhrmann le sirve para discutir una sociedad fraudulenta. La escena con Elvis niño fascinado por una actuación de blues y una misa góspel, la provocadora actuación con el tema Trouble –¡Elvis violentaba las leyes de la segregación bailando como un negro!– y la grabación del especial televisivo de 1968 son esos grandes momentos a los que Luhrmann nos tiene acostumbrados.