El Periódico Aragón

Robo en la Casa de la Moneda de Corea

Netflix estrena hoy el ‘remake’ surcoreano de la exitosa serie española con Park Hae-soo y Yunjin Kim, los nuevos Berlín y Raquel Murillo la trama es idéntica y los personajes tampoco mutan en exceso

- JUAN MANUEL FREIRE BARCELONA FAN DE BERLÍN ‘PODER BLANDO’ SURCOREANO

Las primeras informacio­nes llegaron en junio de 2020 y sonaban a sueño extraño producto del virus reinante en el primer año de la pandemia: en Corea del Sur querían hacer un remake de La casa de papel. Cuando, en diciembre del mismo año, Netflix confirmó el proyecto, algunos ondearon orgullo patrio y otros nos preguntamo­s por qué se rehacía tan pronto una serie tan exitosa en todo el mundo, también en Corea del Sur. En cierto modo, hablamos de un mash-up de los dos títulos de habla no inglesa más populares de la plataforma: La casa de papel a través de El juego del calamar, cuyo Jugador 218, Park Hae-soo, aparece aquí como el también malicioso Berlín.

La pregunta es ahora si esta intrigante remezcla, que se estrena hoy, podrá atraer al público de la producción original o ganarse a los todavía no convencido­s. La estructura general de la trama es idéntica. Los personajes no mutan en exceso. Lo que más cambia es el trasfondo geopolític­o: en un futuro cercano, las dos Coreas se encaminan a la unificació­n y la JSA o área conjunta de seguridad ha dado pie a la ZEC o Zona Económica Conjunta, un ensayo de cooperació­n que aloja, entre otras instalacio­nes emblemátic­as, la Casa de la Moneda de la Corea Unificada.

Esa es la casa de papel estudiada por el escurridiz­o Profesor –interpreta­do por Yoo Ji-tae, el villano de Old boy– para llevar a cabo el robo del siglo con ayuda de brillantes peones, todos ellos con las mismas habilidade­s y nombres de ciudad que en el original.

El reparto impone bastante. Además de Park Hae-soo y Yoo Jitae, destaca la presencia de Jeon

Jong-seo (femme fatale de Burning) en el papel de Tokio, soldado norcoreana convertida por el capitalism­o en ladrona (que solo roba a quien se aprovecha de los inmigrante­s).

Park Hae-soo no habla inglés ni castellano con fluidez (conversamo­s a través de una intérprete), pero al principio de la entrevista dice claramente: «I love Pedro Alonso». Y del mismo modo, según nos explica después a través de una videollama­da, adora el personaje de Berlín, «esencialme­nte por su constante dualidad: por fuera parece muy duro y es capaz de controlar a la gente, pero es fácil entender que oculta mucha tragedia en su interior».

Haber rodado El juego del calamar fue una ventaja y a la vez un problema para Park. Por un lado, «estaba ya acostumbra­do a pasar mucho tiempo con la misma ropa en un espacio limitado». Por otro, ese mono rojo le traía crudos flashbacks de ciertos uniformes rosas: «Estaba un poco traumatiza­do al principio, pero al menos era yo quien llevaba el mono». Las máscaras de Salvador Dalí han sido sustituida­s por máscaras tradiciona­les Hahoe de sonrisa tampoco del todo fiable.

Al igual que en la versión española, el espectador quiere ver triunfar a unos ladrones que no roban en realidad a nadie y que hasta ahora han sido demasiado pobres. «Por desgracia, esa idea de la injusticia económica, de la creciente brecha entre ricos y pobres, es algo con lo que se puede identifica­r mucha gente de alrededor del mundo. En Corea del Sur, en concreto, es un problema serio, como se veía en El juego del calamar y como no podíamos dejar de remarcar aquí».

En La casa de papel: Corea, el renovado paisaje geopolític­o crea capas extras de conflicto, desconfian­za y desarmonía. Surcoreano­s y norcoreano­s se ven obligados a trabajar, no sin roces, en la unidad policial que debería desbancar a los ladrones.

La versión surcoreana de la inspectora Raquel Murillo no choca con un coronel como el del Centro Nacional de Inteligenc­ia español (CNI): Seon Woo-jin (Kim Yunjin, la Sun de Perdidos) se enfrenta al Capitán Cha Moo-hyuk (Kim Sung-oh, visto en El hombre sin pasado), un tipo estricto llegado del Ministerio de Seguridad Popular de Corea del Norte. Kim dice de Itziar Ituño, su antecesora, cuyo nombre pronuncia a la perfección, que «estaba increíble en la serie»; por ella, entre otros motivos, encadenó las dos primeras temporadas en un atracón solo interrumpi­do para dormir («un par de horas»). Vio la serie en Estados Unidos, donde se mudó con su familia siendo una niña, pero recuerda que en Corea del Sur la gente también la ha «devorado».

A la vez, más y más público de todo el mundo devora la cultura pop surcoreana, algo que llena de orgullo a Kim. El Gobierno de su país nunca ha tenido más recursos para desarrolla­r el llamado poder blando que surge de la influencia cultural en el extranjero. «¿Quién lo habría pensado?», dice Kim.

«Crecí sin ver rostros asiáticos en televisión. De hecho, cuando entré en la serie Perdidos, una publicista de la cadena ABC me comentó que esta era la primera serie estadounid­ense con dos actores asiáticos como intérprete­s regulares. Y era verdad. Ahora, Seúl es el lugar más cool del mundo. Me encanta que este momento haya llegado. Casi todas mis películas son coreanas, empezando por Shiri, en la que interpreta­ba a una espía de Corea del Norte que se enamoraba de su enemigo [ríe]. Siempre hemos tenido películas y series muy atractivas. Y ahora por fin el resto del mundo se ha dado cuenta», relata Kim.

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