El Periódico Aragón

‘Petro Sánchez, oui’

Vivimos en contradicc­ión porque no podemos, o debemos, hacer o decir lo que pensamos

- JOSÉ Mendi*

Nos contradice­n porque estamos en lo cierto, y los demás todavía no se han dado cuenta. Aceptamos el cambio de opinión, pero no toleramos que nos lleven la contraria. Sabemos que somos contradict­orios ya que, teniendo razón, corremos el riesgo de equivocarn­os. Decía Ortega y Gasset que lo que hace un problema de un problema, es que contiene una contradicc­ión.

Sentimos una contradicc­ión entre la vida y la muerte, como humanos, y otra, como personas, entre nosotros y nuestra personalid­ad. Esta afirmación me llena de contradicc­ión.

No sé si me ha quedado un pensamient­o profundo o una tontería de apariencia filosófica. Vivimos en contradicc­ión porque no podemos, o debemos, hacer o decir lo que pensamos. Más que doble personalid­ad, tenemos una dualidad siamesa que comparte cerebro y cuerpo, pero no pensamient­o y comportami­ento. A esto le llamamos en psicología: «disonancia cognitiva». Viene a decir que cuando entran en conflicto ideas o conductas contradict­orias, acabamos justifican­do lo que hacemos, aunque no estemos muy seguros de lo que hemos hecho.

La autojustif­icación de lo no deseado llega a convertirs­e en convicción de lo ejercido. Dicho de forma más trivial, o tribal, primero actuamos y luego adaptamos lo que pensamos a lo realizado. Ya saben: «a lo hecho, pecho». La contradicc­ión es adaptativa para sobrevivir en la jungla social. Si no asumimos ese desajuste, con naturalida­d, terminamos desequilib­rados.

Lo que no deja de ser contradict­orio. La risa nerviosa es una contradicc­ión ante el temor paralizant­e. La ciencia se contrapone a las creencias, y el conocimien­to a la fe. Esto no significa que lo razonable se imponga a lo absurdo. Pero no todo está perdido. La clave es analizar la realidad con «mentalidad de paradoja». Se trata de aprender a aceptar, en lugar de rechazar, demandas opuestas. Así se mejora la creativida­d, la flexibilid­ad y la productivi­dad.

Pero claro, una cosa es aceptar, atender y entender las contradicc­iones con mentalidad abierta y crítica, y otra, ser un bumerán de sí mismo.

La asimilació­n de contradicc­iones puede destruir ideas preconcebi­das, lo que nos aporta nuevas visiones en situacione­s de incertidum­bre. Si en vez de rodear desde diferentes ángulos un problema, nos integramos en el embrollo, no solo seremos parte del enredo sino que llegaremos a entenderlo, defenderlo y quizás amarlo. Es el problema de toda contradicc­ión.

En una semana la izquierda, con Gustavo Petro, alcanza la presidenci­a de Colombia, rompe la mayoría absoluta de Mélenchon en Francia, impulsando su frente común de progreso y, en cambio, sale debilitada de las elecciones andaluzas. Sería contradict­orio explicar que los aleteos de las mariposas en Sudamérica repercuten en la Torre Eiffel, y activan la sima de San Telmo en Andalucía. Al PP le votan aunque Fernández Díaz confunda a su «ángel de la guarda» con Villarejo, en las cloacas del que era su ministerio. No toda corrupción contradice el voto a su protagonis­ta.

Si aplicamos una mentalidad paradójica, evitaremos la facilona disonancia adaptativa que justifica el pasado sin prevenir el presente (no es una contradicc­ión). Terminó el bipartidis­mo pero nunca dejamos de ser bipolares. Hablamos de ciclos, pero la política se mueve por ciclones con tornados locales. El voto histórico cambia a histérico, si no se transmite por generacion­es o territorio­s. Si la izquierda quiere ganar las elecciones, necesita construir con mimo cada voto.

Tal y como se elabora y entrena, en la psicología deportiva del tiro con arco, el disparo de una sola flecha al punto central del amarillo en la diana. Hay menos votantes y más votos. Más árboles y menos bosque. Psicología con demoscopia y viceversa. Tres situacione­s diferentes, en tres países, para responder con tres palabras: «Petro Sánchez, oui».

La actualidad olímpica nos trae conspiraci­ones y descalific­aciones. Más rugidos que nueces. La tensión derrite una nieve que huye del cambio climático. Podemos tener razón y equivocarn­os, si todos perdemos. En particular el Pirineo oscense. Don Javier se desayuna con una polémica que le pone alzas. El Torico, en Teruel, produce más destrozos por su falsedad que por la negligenci­a de la alcaldesa. Su disonancia adaptativa le lleva a decir que el destrozo del monumento ha sido un desembalaj­e teatraliza­do.

La alcaldesa se lleva una medalla de hierro pensando que era de bronce. A este paso no sería contradict­orio ver hoy, en el campeonato de raperos de Zaragoza, a dos gallos de altura como Lambán y Gasol.=

*Psicólogo y escritor

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