El Periódico Aragón

La cabaña de Agnes Cruces

- SERGIO Ruiz Antorán*

El anochecer acuesta las sombras dentadas de las aristas de la Señal de Biados sobre las laderas de su mayor Llardana. Un rebaño de vacas asciende el prado para saborear su cena de hierba al amparo del crepúsculo. Un mugido líder anuncia a las otras la oscuridad.

El torrente se estrecha en pequeñas cascadas y pozas mientras el sendero serpentea hacia la pleta de Agnes Cruces. Las cumbres del Chistau giran al encuentro de Estós. Una pareja camina torpe bajo sus bultos de travesía. Son de Bilbao. Jóvenes. Vienen de hollar Posets. Hoy dormirán en el refugio libre que su mapa marca para salir mañana pronto a su meta en Benasque.

Él va primero. Se acerca a la puerta del edificio de obra que gobierna una loma. Un ladrido rompe el silencio. Un viejo mastín recupera su vitalidad para ahuyentar al forastero. «¡Fuera, fuera!», gruñe. «Qué querrán, qué harán aquí». Protege las ovejas que campan cerca. El montañero da tres pasos atrás y entiende. Otra voz humana reclama la paz del perro desde el interior. «¿Por qué no lo atan?», interpele la muchacha. «¿Para qué sirve un mastín atado?», pienso mientras no evito la sonrisa tras contemplar la escena.

Esa cabaña es de los pastores, de siempre. Un camastro, mesa y banco, y una chaminera. Con suerte una placa dará electricid­ad y una bombona de gas alimento caliente para esas semanas que suben al verde de las montañas. Ellos y el mastín están trabajando.

Su descanso es prioritari­o sobre aquellos que tienen sus refugios federados y construyen vivac sin permiso. La pareja descansará en uno de ellos, que encuentran a cien metros, dentro de su tienda, junto al río. No es mala opción bajo un cielo iluminado por todas las estrellas imaginable­s.

Este encuentro es el de dos usos de la montaña. Uno cada vez más extinto y otro en alza. Gente local y gente que viene de fuera. Un choque que convive en ocasiones y en otras acelera el retroceso de la tradición ganadera del Pirineo. Es cada vez más difícil ver pastores de altura, más si la pista no llega, como en Agnes Cruces. Es duro y no renta. Es esa cruda realidad de la extensiva de la que tanto se habla para defenderla de fantasmas y menos para parapetarl­a fuerte. Porque no quedan buenos pastores y la cabeza no estabulada se paga mal, porque cumplir toda la reglamenta­ción no es lo mismo que tener cuatro vacas en el establo de casa como antes. Porque el mercado prima el precio bajo y alta producción pese al discurso verde y eso es la granja. Porque el turismo supone el 7% del PIB en España. ¿Y la extensiva? Mejor atar al perro. Normal. *Periodista

Los escasos

pastores de altura conviven con la llegada del senderista ‘urbanita’

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