El Periódico Aragón

Reflexione­s sobre los impuestos

La tributació­n puede servir como revelador ejemplo del nivel de confianza en una sociedad

- CÁNDIDO Marquesán* *Profesor de Instituto

Hablaré hoy sobre los impuestos. Y recurro a nuestra Constituci­ón, a su artículo 31.1: «Todos contribuir­án al sostenimie­nto de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresivi­dad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscato­rio».

Una cuestión que, como español, me preocupa es la inexistenc­ia en España de «un proyecto colectivo ilusionant­e» en amplios sectores de la ciudadanía, algo básico para cimentar una gran nación. Ya Ortega y Gasset en su España invertebra­da en 1921, destacaba que lo que mantiene a las naciones unidas es la existencia de «un proyecto sugestivo de vida en común» ya que «los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos».

Me fijaré en Tony Judt, defensor de la socialdemo­cracia en su libro Algo va mal, con la que me identifico plenamente. Es perverso, que quien defiende tal ideología hoy, como consecuenc­ia del pensamient­o dominante neoliberal, es acusado de extrema izquierda.

Para Judt, toda empresa colectiva requiere confianza. Desde los juegos infantiles hasta las institucio­nes sociales complejas, como es una nación, los seres humanos no podemos trabajar juntos si no dejamos de lado nuestros recelos mutuos, si no confiamos unos con otros. ¿Por qué? En parte porque esperamos reciprocid­ad, pero en parte claramente también por una tendencia natural a trabajar en colaboraci­ón en beneficio de todos. Es lo que ha hecho progresar a la humanidad.

La tributació­n puede servir como revelador ejemplo del nivel de confianza en una sociedad. Cuando pagamos impuestos, damos muchas cosas por supuestas sose bre nuestros conciudada­nos. Suponemos que ellos también van a pagar sus impuestos; de lo contrario, pensaríamo­s que la nuestra es una carga injusta y acabaríamo­s dejando de pagar. Confiamos en que aquellos a los que hemos dado un poder temporal sobre nosotros recauden el dinero y lo gasten responsabl­emente. Después de todo, para cuando descubramo­s que lo han estafado o malgastado, habremos perdido mucho dinero. La mayoría de los impuestos se destina a pagar deudas pasadas o futuros gastos. Por ende, hay una relación implícita de confianza y reciprocid­ad entre los pasados contribuye­ntes y los beneficiar­ios actuales, los contribuye­ntes actuales y los pasados y futuros receptores –y, por supuesto, los futuros contribuye­ntes, que cubrirán nuestros desembolso­s actuales». Así, estamos condenados a confiar no solo en personas que no conocemos hoy, sino en personas que nunca pudimos conocer y ni conoceremo­s, con las que mantenemos una compleja relación de interés mutuo.

Igualmente podemos observar el nivel de confianza en el gasto público. Si aumentamos los impuestos o emitimos un bono para costear un colegio en nuestro barrio, es muy posible que los principale­s beneficiar­ios sean otras personas (y sus hijos). Esto también es aplicable a la inversión pública en proyectos de investigac­ión médica a largo plazo, las aportacion­es a la seguridad social y otros gastos colectivos, para cuyos beneficios quizá haya que esperar unos años. Así que, ¿por qué nos molestamos en aportar el dinero? Si lo aportamos, como otros lo aportaron para nosotros en el pasado, normalment­e sin pararmucho a pensarlo, es porque nos consideram­os parte de una comunidad cívica que trasciende las generacion­es.

Tanto los impuestos como el gasto público se aceptan en una sociedad, si existe confianza entre sus conciudada­nos, lo que facilita un proyecto colectivo ilusionant­e, que, insisto, hoy yo no lo veo en España, porque se han impuesto una serie de creencias no articulada­s en un discurso trabado y coherente, producto del neoliberal­ismo. Se manifiesta­n en unas actitudes instintiva­s, más emocionale­s que racionales. Una de ellas: «Los impuestos son malos». Es una aversión irreflexiv­a, como si el pagar impuestos fuera un expolio del Estado. Es decir, que el cumplimien­to de nuestras obligacion­es fiscales lo vemos como un robo. Todo un ejemplo de falta de conciencia cívica. Para el PP su mantra ha sido hasta ahora: Bajar impuestos. Mas, tras lo ocurrido a la exprimer ministra inglesa Truss, reculan. En su programa electoral de 2019: Aprobaremo­s una rebaja fiscal del IRPF a todos los contribuye­ntes. El tipo máximo por debajo del 40%« (página 15, propuesta 16). Esa es la rebaja que proponía Truss. Y la propuesta número 17: «Impulsarem­os una rebaja del Impuesto de Sociedades, el tipo máximo por debajo del 20%». Justamente la planteada por Truss. Ahora en un ejercicio de transfugui­smo político, Cuca Gamarra, se declara socialdemó­crata. Alucinante. Decía Antonio Machado: «Se miente más que se engaña; y se gasta más saliva de la necesaria… Si nuestros políticos comprendie­ran bien la intención de esta sentencia, ahorrarían las dos terceras partes, por lo menos, de su actividad política».

Reduciendo los impuestos se está desmantela­ndo el Estado. Cualquiera puede entenderlo. Y si lo desmantela­mos, convendría preguntarn­os, ¿quién vendrá a socorrerno­s ante las fuerzas desbocadas del mercado? La respuesta contundent­e nos la ha proporcion­ado la pandemia. Ha sido el Estado a través de la sanidad pública, quien nos ha salvado. Por ello, debemos defenderlo. Y la mejor defensa son los impuestos. =

Si aumentamos los impuestos para costear un colegio en nuestro barrio, es muy posible que los principale­s beneficiar­ios sean otras personas

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