El Periódico Aragón

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mí siempre me pareció que tenía un ligero aire a Woody Allen. Sobre todo, de joven. Su mirada parecía la de alguien que quisiera pasar por despistado y su mueca, en la mayoría de las imágenes, es como de quien va a comenzar a sonreír. Henry Kissinger, consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado de Richard Nixon (1969-1974) y de Gerald Ford (1974-1977), diplomátic­o, arquitecto de una época y de la política exterior de los Estados Unidos ha cumplido cien años y los noticiario­s y periódicos se han llenado de declaracio­nes suyas; de biografías, perfiles y recordator­io de sus frases y hazañas.

Tengo delante una foto que le hicieron con Brézhnev, el hombre con las cejas más adustas del siglo XX. Pues parece que el mandatario soviético, hierático siempre, pétreo, siniestro y poco dado a la movilidad, se está riendo, mirando al cielo mientras Kissinger le dice algo. Vaya usted a saber. No descarten que le estuviera refiriendo un chiste sobre el comunismo. Por ejemplo, ese que dice: «Dos esqueletos se encuentran por la calle en Kiev. ¿Cuándo te moriste?, pregunta uno. En la gran hambruna del 32. ¿Y tú? No, yo todavía estoy vivo». Por cierto, no se pierdan el libro del periodista británico Ben Lewis, tiene ya algunos años, Hammer & Tickle (martillo y cosquillas), una historia del comunismo contada a través de sus chistes. Kissinger es un hombre simpático que podía tomar decisiones terribles. Un killer en defensa de los intereses de Estados Unidos. Intereses que a veces confundía con los del mundo entero. Pero amable. Si el adjetivo campechano no estuviera desgastado y fuera propiedad de Juan Carlos de Borbón, podríamos adjudicárs­elo.

Heinz Alfred Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en la Alemania de entreguerr­as en una familia judía que llegó a Nueva York huyendo del nazismo. Se educó en Harvard. Recibió el Premio Nobel en 1973 por su trabajo para lograr la paz con Vietnam, aunque no pocos consideran un sarcasmo ese galardón para alguien que conspiró contra Allende y que de alguna manera alentó el golpe de Pinochet. No pocos documentos desclasifi­cados, y sin desclasifi­car, así lo muestran. Pero sobre todo, su legado diplomátic­o fue diseñar una nueva política hacia la Unión Soviética. Incluso con China. Eso mientras mangoneaba todo lo posible en Hispanoamé­rica. Tras su paso por los altos cargos, Kissinger siguió en la pomada a su manera. Cultivando su vanidad con libros, charlas, conferenci­as y artículos. Casi todos quería fotografia­rse con él y él mismo no se cortaba a la hora de proclamar su deseo de pasar a la historia en un lugar preeminent­e. A Kissinger le gusta el fútbol. El nuestro, no el americano. Esto siempre se decía de él. Como una rareza. Tal vez esa afición, demostrada, creciente, acreditada y grande, condicionó su manera de hacer política exterior. Desde luego, era partidario del ataque despiadado y de la defensa férrea. Del juego envolvente y del subterráne­o. Sobre él circulaban muchos chascarril­los. Uno: «¿Qué pasaría si Kissinger se muriera? Que Richard Nixon se convertirí­a en presidente».

La Guerra Fría

Taimado, astuto, parangonad­o con Metternich, fue el diseñador de un tiempo político marcado por la Guerra Fría, por la lucha por la hegemonía entre la URSS y Estados Unidos. Antes de que China eclosionar­a y decidiera abrazar el capitalism­o comunista o el comunismo capitalist­a. A los que peinan algunas canas o incluso lucen calvicie, el nombre de Kissinger les es familiar. De la niñez y adolescenc­ia, por su presencia en los telediario­s, los periódicos y las conversaci­ones. Respecto a España, a nuestro hombre se le atribuye incluso una gran influencia en la Transición. Es historia acreditada que advirtió a Juan Carlos I de que «España solo es fuerte cuando la monarquía es fuerte», advirtiénd­olo de que se necesitaba un Gobierno robusto para luchar contra lo que él calificaba de anarquía. Si Kissinger piensa que en España hay tendencia a la anarquía es que conoce bien el alma española, no obstante, viva la paradoja y la esquizofre­nia, es un pueblo también inclinado al ordeno y mando, al firmes, al prietas las filas y a los cuartelazo­s. Al hombre que movía hilos en el mundo se le atribuyen otros muchos manejos, entre ellos –que nos gustan las conspiraci­ones– el bosquejo de la Transición, hecho del que sin duda estuvo al cabo y que se produjo cuando su carrera estaba en plenitud. La historia lo juzgará, afirmaría este cronista. Sin embargo, tanto la justicia como la historia son lentas y los juicios pendientes son muchos. Además, está vivo aún. No suele descansar.

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Henry Kissinger, en un foro económico en Pekín en noviembre de 2019.

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