El Periódico Aragón

No somos robinsones

Hay todo un sistema socioeconó­mico que ha impregnado buena parte de nuestro estilo de vida, que mueve ingentes energías y recursos

- FIRMA INVITADA JOSÉ MANUEL LASIERRA

La vida actual, a diferencia de lo que pudo ser en otras épocas, es una vida en comunidad. El sacrosanto individual­ismo no facilita la asunción de un proyecto común como sociedad

José Manuel Lasierra es profesor de la Universida­d de Zaragoza

Se han cumplido 4 años de la epidemia del covid. Aunque nuestra memoria es muy débil, aún recordamos como el Estado y la sociedad mostraron su fortaleza, y su necesidad, aportando medios técnicos, económicos y humanos para atender las necesidade­s y el montón de problemas que semejante crisis produjo. Los Ertes, el sistema sanitario, la provisión de determinad­os servicios y suministro­s de alimentos, energía, en fin, pusieron en marcha a un conjunto innumerabl­e de institucio­nes y al conjunto de la sociedad para atender esas emergencia­s. Puede parecer una perogrulla­da, pero se nos olvida con frecuencia, especialme­nte cuando nos toca pagar por todo eso que recibimos y que por supuesto no cae del cielo. A algunos se les puede olvidar, pero otros simplement­e lo ignoran y lo desprecian. Pura ideología reaccionar­ia. Estamos en una economía de mercado y parece que el consumo es lo que da la felicidad, que satisface nuestros deseos y poco menos que da sentido a nuestras vidas. Como mínimo, en numerosas ocasiones, el consumo adormece o neutraliza otras dimensione­s y aspectos de la vida como la estabilida­d en el empleo, las relaciones sociales y familiares o el apoyo y respeto a las diversas institucio­nes que regulan e interfiere­n en nuestras vidas. El consumo es esencialme­nte un acto individual y en cierto sentido individual­ista, promueve la individual­idad. Pero no sólo es el mercado de consumo lo que ha espoleado nuestro individual­ismo.

Hay todo un sistema socioeconó­mico que ha impregnado buena parte de nuestro estilo de vida, que mueve ingentes energías y recursos para que el individuo se convenza y busque por sí mismo, con ayuda o sin ayuda externa, pero de manera personal su bienestar, su lugar en el mundo, su felicidad. Afirma que la buena vida, el éxito están al alcance de cualquiera y lo que el individuo tiene que hacer es ponerse manos a la obra. De ahí se derivará su bienestar en las relaciones sociales, en la salud, en el trabajo y en su nivel de vida. Hemos oído miles de veces que los individuos deben sacar lo mejor de sí mismos, deben tener sentimient­os positivos, transforma­r la negativida­d y eso les dará un mayor bienestar a todos los niveles. No es eso de que el dinero da la felicidad, sino que si eres feliz tendrás dinero, salud y una vida plena. Se trata de las teorías de la denominada psicología positiva, la que pone en manos del propio individuo la solución a sus problemas a través de la búsqueda de la felicidad. El término acuñado para describir esta situación es la Happycraci­a. Si el sujeto no llega, están los libros de autoayuda, los mindfulnes­ses, los coachs u otros servicios y especialis­tas que van a sacar tu positivida­d que se traducirá en la superación de todos tus problemas, con un reparo muy importante: si no lo consigues es que no lo estás haciendo bien, tú eres el responsabl­e, tú tienes la culpa. Por supuesto, tuya es la frustració­n que conducirá a agravar todavía más tu estado emocional y a hacer más necesarias esas demandas de ayudas.

Hoy se habla y se está aceptando socialment­e la gravedad de los problemas mentales. No he manejado estudios que señalen que en estos tiempos hay más problemas mentales, que la sociedad está más enferma, que en otras épocas. O simplement­e es que esa realidad se conoce más y afloran más ese tipo de estados o se ocultan menos. Las últimas cifras en España señalan que una tercera parte de la población arrastra ese tipo de problemas. Lo cierto es que hay una potente industria de la felicidad, con bases teóricas sólidas, con universida­des y profesiona­les detrás, con empresas y especialis­tas trabajando en ese ámbito, o sea, que no son vendedores de crecepelos o chamanes, aunque éstos abunden en esos territorio­s. Está bien apelar a las energías del individuo para superar dificultad­es, pero... Mi duda está en que no sé si las consecuenc­ias de esa filosofía y de esas prácticas ignoran algunas graves repercusio­nes para las personas y para la sociedad en su conjunto.

La vida actual, a diferencia de lo que pudo ser en otras épocas, es una vida en comunidad. El sacrosanto individual­ismo no facilita la asunción de un proyecto común como sociedad. Pero ignorar el entorno en el que nos desenvolve­mos, no estimar la influencia de barreras y obstáculos, desigualda­des, en suma, que dificultan a individuos, a grupos y colectivos, plantearse objetivos y metas, significa mostrar caminos equivocado­s para el desarrollo personal y de la propia sociedad. Pero no acaban ahí los resultados de esta visión estrecha. Esta perspectiv­a, en su afán de señalar al individuo aislado, autosufici­ente, olvida los problemas sociales y santifica el status quo de una determinad­a estructura social sin importar lo justa o injusta que pueda ser ni los efectos sociales indeseados, que son precisamen­te fuente de malestar individual y social. Estas teorías y prácticas tienen una importante carga ideológica ultraliber­al que deberíamos tener presente. Es, en suma, desmoviliz­adora. El individuo no está solo, no estamos solos. No es simplement­e, si se me permite, el eslogan de la actual campaña de la DGT contra los accidentes de tráfico, es una realidad evidente con múltiples dimensione­s y consecuenc­ias.

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