«Sentí miedo, pero no soledad»
Cristina Molero sufre una enfermedad visual rara y en 2017 le diagnosticaron cáncer de mama
Cristina Molero padece retinosis pigmentaria, una enfermedad visual rara, «genética y progresiva, que no tiene tratamiento ni mejora», explica. Eso hace que haya perdido «la visión casi total y provoca también ceguera nocturna», cuenta. Tiene 54 años y la patología se la detectaron «mayor, a los 28 años». Lo dice porque hasta esa fecha «había hecho vida normal».
En cuanto a las revisiones de mama, estas eran rutinarias porque «tenía mamas densas y antecedentes familiares», por lo que conoce bien las visitas a Ginecología antes y después de la discapacidad visual.
Asegura que el trato ante el diagnóstico de cáncer de mama «no ha sido igual» porque «las necesidades no son las mismas». A Cristina le vieron algo, la «lesión premaligna», en diciembre de 2017. Tras la mamografía y la ecografía le hicieron una biopsia. Fue un shock, pero la doctora «me transmitió tranquilidad porque me fue explicando todo lo que me iban a hacer», afirma, para apostillar después que los detalles «son muy importantes», ya que las palabras sustituyen en parte a las imágenes.
Ese día le había acompañado su hermana hasta la puerta del hospital, pero se tuvo que marchar. Dentro, no había nadie con ella y «sentí, como es normal, un poco
de miedo, pero no soledad» por la forma en la que fue tratada. Esto es importante porque «vas sumando obstáculos a tu problema» y, aunque te quedas «un poco en colapso, necesitas información».
Reconoce que es necesaria la «asertividad entre las partes», aunque también tiene claro que cada persona reacciona de una manera. Los profesionales «tienen que adaptarse a nosotros para saber explicar la situación, pero nosotros también ponernos en su lugar», cuenta.
En las visitas que realiza al hospital, para cualquier atención, siempre recibe ayuda. «Cuando me ve el facultativo siempre están dispuestos y me acompañan. Lo mismo cuando me llaman y ven que soy una discapacitada, salen a mi encuentro», señala. En su caso, le explican dónde puede cambiarse, cómo será el aparato en el que le harán las pruebas... y «siempre me ofrecen el brazo».
Esto es esencial para Cristina porque «la persona que te ayuda debe ofrecer el brazo, pero no agarrarte» porque entonces hay menos libertad de movimiento. «Soy yo la que tengo que agarrar», dice. A veces, en una prueba «me cogen de la mano y me dan herramientas para saber cómo moverme». Asegura que «el trato es perfecto» y siente que «hay empatía porque tratan de ponerse en mi lugar».