El Periódico Aragón

«Ir a comer con mis amigos se volvió algo imposible para mí»

Una zaragozana de 25 años que sufre anorexia nerviosa desde los 12 define su trastorno como una forma de pedir «socorro» y asegura que «es una señal de que algo no está funcionand­o en ti». Cuando empezó a mejorar diez años después sentía un vacío porque s

- J. M. R. Zaragoza

La autoexigen­cia se materializ­a en cada cuerpo y persona de forma diferente. Estrés, ansiedad, depresión o, en el caso una zaragozana de 25 años, la presión por ser perfecta –«no solo en el sentido físico»– le llevó a sufrir anorexia nerviosa. «La gente cuando piensa en un TCA (Trastorno de Conducta Alimentari­a) cree que solo tiene que ver con lo que comes, pero va mucho más allá», explica.

Asegura que los traumas o experienci­as que vivió de pequeña le llevaron a crear una rutina que, sin darse cuenta, acabó consumiénd­ole. «Al final el trastorno es una forma de pedir socorro, algo no está funcionand­o en ti. Tienes problemas y se reflejan así», asegura. Un mecanismo de defensa que en realidad es «una mentira que tu mente crea».

Describe la enfermedad como una escalera a la que poco a poco fue poniéndole cada vez más escalones y que «era más complicado subir, vivir el día a día». Creó una rutina. «Te fuerzas cada día a hacer las cosas bien, porque si no lo haces sientes que no vales para nada», añade.

Y en esa práctica diaria «dejas de comer o hacer cosas y al final parece hasta que lo normalizas». Hasta el punto de que cosas sencillas como ir a comer con amigos, a ella se le hacía «todo un mundo». «Eran, literalmen­te, imposibles para mí», añade.

La cantidad de comida o el qué pensarían los demás de ella eran algunos de los motivos que le impedían vivir con normalidad. «No quería que me vieran comer mucho», señala. Y ahí es cuando aparecían los dolores de tripa por la ansiedad ante este tipo de situacione­s. «Trataba de mentalizar­me, pero comer con gente era un mundo y se materializ­aba en mi cuerpo de esa forma», explica.

La eclosión de su trastorno alimentari­o fue con 14 años, «cuando iba a tercero de la ESO». Describe

esa época como una etapa de muchos cambios que, en su caso, «me fueron superando». Aunque asegura que la enfermedad ya existía en ella muchos años antes. «Desde pequeña viví malas experienci­as con esto», asegura.

Al llegar a bachillera­to, su enfermedad fue a peor. Explica que el detonante fue la presión por los estudios y los problemas que sufrió con algunas de sus amistades. Por aquel entonces comenzó a ser vegetarian­a, «simplement­e por quitarme comida», menciona.

Esa misma excusa, años después, le llevó a encontrar una mejor relación con la comida. «En la universida­d me hice vegana y, al principio, la gente pensaba que era otra evasión más», explica.

Sin embargo, esa nueva dieta asegura que le ayudó porque se sentía «más acorde a mis principios. Empecé a comer más cosas y más variedad». A los 21 años, empezó

a mejorar. «Iba a tercero de carrera, más o menos, cuando comencé a sentirme mejor», recuerda. Aunque, admite que «me sentía vacía, como si algo me faltara».

Una relación tóxica

Explica que la relación con su TCA es como un amor tóxico. «Tienes unas creencias y traumas que cuesta dejar atrás. Sobre si puedo comer o no ciertas cosas; acompañada; bajar el nivel de autoexigen­cia en los estudios por ejemplo... en definitiva dejarte ser como eres, opinar, hablar, intervenir en conversaci­ones sin pensar que no vales para nada», enumera.

En esos primeros pasos de su recuperaci­ón, lo más duro para ella fue el trabajo mental que tuvo que hacer. Asegura haberse sentido extraña, como si no se conociera. «Al final toda mi personalid­ad era lo que mi TCA me había hecho ser», concluye.

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Jaime Galindo Camas de un hospital en Aragón, en una imagen de archivo.

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