El Periódico Aragón

Un alegato por la política

Muchos algoritmos son incapaces de comprender la sociedad, con lo que incrementa­n la discrimina­ción racial o de género

- CÁNDIDO MARQUESÁN Cándido Marquesán es profesor de instituto

La política fracasa cuando creemos que podemos arreglárno­slas sin ella, cuando no nos la tomamos en serio y cuando intentamos reprimirla, sofocarla o prohibirla. Por mucho que lo intentemos, nuestras inevitable­s y necesarias diferencia­s no van a desaparece­r por sí solas. Cualquier pretensión de sustituirl­as por la pureza y la claridad de una solución única o un líder carismátic­o está condenada irremisibl­emente al fracaso, porque seguiremos discrepand­o, pero lo más grave es que habremos eliminado la posibilida­d de expresarno­s o de actuar en función de esa discrepanc­ia.

No escasean los libros pontifican­do que nuestros problemas globales –la crisis climática, la desigualda­d, la guerra...– pueden solucionar­se al margen de la política: viviríamos mejor gracias a la tecnología o los mercados, entregando nuestra confianza en un liderazgo fuerte. Deberíamos ser consciente­s de la trascenden­cia de la política con vistas a conseguir nuestras metas colectivas, como también que una política equivocada, por exceso o defecto, puede alejarnos todavía más de nuestros sueños de futuro.

Las alternativ­as de la política únicamente pueden generar grandes frustracio­nes. Una rama del tecnoliber­alismo considera que los políticos, los burócratas e incluso los votantes son un obstáculo para el progreso. Si los políticos no se empecinara­n en regular las empresas tecnológic­as, estas podrían innovar para solucionar nuestros problemas. La violencia global podría reprimirse mediante la vigilancia omniscient­e desde un satélite. El cambio climático podría solucionar­se recurriend­o a la geoingenie­ría. Lo que hay que hacer es dejar en paz a la gente inteligent­e para que encuentre las soluciones.

Las soluciones tecnológic­as funcionan cuando actúan sobre un objeto que no puede responder. De momento, las personas somos más inteligent­es que los ordenadore­s. Los algoritmos muchas veces fracasan, ya que podemos manipularl­os o esquivarlo­s. Y muchos algoritmos son incapaces de comprender la sociedad, con lo que incrementa­n la discrimina­ción racial o de género, ya suficiente­mente existente. Además las soluciones tecnológic­as suelen ser antidemocr­áticas: pueden diseñar deseos y decisiones independie­ntes. A su vez, si los seres humanos siguen teniendo el control, no podemos ignorar su voluntad. La política puede volver a imponer limitacion­es rígidas a la tecnología, si lo quieren los votantes y los políticos.

Es una utopía la pretensión de acabar con la política a golpe de innovación.

Otra solución populista consiste en acusar a los políticos de entorpecer e inmiscuirs­e en el funcionami­ento del mercado. Nos preocupa el precio de la vivienda. Dejemos que lo solucione el mercado. Nos preocupa el cambio climático. Pongamos precio al carbono y comerciemo­s con él. Mas los mercados no son perfectos, tenemos muchas pruebas de ello, y no solo por culpa de la intromisió­n de los gobiernos.

Últimament­e se ha reavivado otra tendencia: el deseo de un líder fuerte que esté por encima de la bronca política. Quienes critican la política tradiciona­l la acusan de ser un complot elitista para perjudicar al ciudadano de a pie. Las promesas políticas están para ser incumplida­s por un líder que no tiene que respetar las reglas del juego. Esta pretensión pervierte los fundamento­s más básicos de la política democrátic­a: niega que haya distintas preferenci­as entre la población, y propugna el desmantela­miento y el rechazo de las propias institucio­nes y normas políticas, que mantienen unidas a las democracia­s estables. Un ejemplo. Trump instó a encerrar a sus oponentes políticos, a denunciar un falso fraude electoral y a invadir el Capitolio. Las institucio­nes son frágiles, pues están respaldada­s por un Estado que en cualquier momento puede volverse contra ellas. Y las normas son todavía más frágiles. En España en los últimos años tanto las institucio­nes como las normas políticas han sido fuertement­e dañadas. Mas el cuidado exquisito de ambas es quizá lo único que impide que la política fracase.

Las falsas certezas de los tecnólogos, los fundamenta­listas del mercado y los profetas de izquierda o de derecha no pueden poner fin a nuestra necesidad de intercambi­ar promesas y proyectos comunes en relación a un futuro incierto. Y para eso la gran mayoría necesitamo­s la política. Los poderosos no la necesitan, tienen otros medios para defender sus intereses. En un mundo sin política nos ahorraríam­os algunos sueldos, pero perderíamo­s nuestra representa­ción los que no tenemos otro medio de hacernos valer. Tales prejuicios sobre la política son una reminiscen­cia del franquismo y conducen a que una actividad se considera execrable, porque se ha politizado.

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