Los otros desplazados de la guerra
Seis meses después de la masacre de Hamás, miles de desplazados israelís siguen lejos de poder regresar a sus casas en los municipios de la periferia de Gaza o en el norte de Israel. El 30% de los evacuados de los pueblos atacados el 7 de octubre siguen v
Las horas previas al inicio de la Pascua judía suelen ser horas de ajetreo, expectación y cálidas bienvenidas a la familia y amigos. La fiesta se abre con la cena ritual del seder (orden, en hebreo), la más importante del calendario hebreo, en la que se recuenta el relato bíblico de cómo los israelitas se liberaron de la esclavitud en el antiguo Egipto. Pero en las zonas comunes del hotel donde se alojan cerca de 600 desplazados de un kibutz de la periferia de Gaza, se respira un ambiente somnoliento. Casi todos sus miembros se han ido a Tel Aviv a celebrar la cena en la plaza de los Rehenes. «Aquí haremos una cosa pequeña para los que no han podido ir, pero sin canciones ni bailes como solíamos hacer en el kibutz», asegura Tzlil Divker. «Mientras los rehenes sigan en Gaza, no tenemos nada que celebrar. Tampoco nosotros nos sentimos libres», dice esta mujer de 32 años.
Divker lleva más de seis meses viviendo en este hotel a orillas del mar Muerto, una mole de hormigón rodeada de centros comerciales, playas casi vacías y el ocre monocromo del desierto de Judea. Nada que ver con el kibutz Beeri en el que nació y creció a solo unos kilómetros de Gaza. Un oasis ajardinado de villas unifamiliares rodeadas de tierras de cultivo. «Es muy duro y se está haciendo muy largo. No tienes apenas independencia y echas de menos la rutina. Cosas tan simples como poder cocinar a tu aire», dice desde el lobi del hotel, copado por los turistas en tiempos normales. Para tratar de mantener el espíritu de kibutz, muchos dejan la llave magnética junto a la puerta de sus habitaciones para que entre quien quiera y uno de los restaurantes del hotel ha sido transformado en guardería.
Buena parte de Beeri ya no existe desde el 7 de octubre, cuando cerca de 3.000 milicianos de Hamás (algunos solo espontáneos) asaltaron el sur de Israel en el ataque sin precedentes que puso en marcha esta interminable guerra. Su kibutz fue una de las comunidades
más devastadas, convertido hoy en uno de los símbolos de la mayor matanza en la historia del Estado judío. Un centenar de sus 1.200 habitantes fueron asesinados. Decenas de casas, quemadas o destruidas. Once de sus vecinos secuestrados, de los que al menos seis están muertos. «Sigue doliendo mucho, perdimos a mucha gente buena y cinco de nuestros vecinos siguen en Gaza», dice
Divker con las heridas todavía abiertas. Los militares lograron rescatarla 12 horas después de que recibiera los primeros mensajes alertando de lo que estaba pasando. «Pensé que también a mí me iban a matar, pero no llegaron a entrar en mi casa y me pasé el día encerrada con el perro en el cuarto seguro, sin agua ni baño y aterrada». Aquella misma noche los supervivientes de Beeri fueron trasladados
en autobuses hasta Netivot y, de allí, hasta Ein Bokek, en el sur del mar Muerto. Comenzaban sus vidas en la «diáspora», como llaman los desplazados a su exilio forzoso de la periferia de Gaza. La mayoría fueron reubicados en hoteles financiados por el Estado y repartidos por la geografía del país. De los 57.000 que las autoridades clasificaron como evacuados del sur del país a finales de febrero, el 70% ha regresado a los municipios de la periferia de la Franja. El resto sigue lejos de sus hogares. Unos 6.350, alojados todavía en hoteles, y otros 2.000, reubicados en alojamientos temporales.
Peor es para los evacuados del norte de Israel, que tuvieron que hacer las maletas después de que Hizbulá sacara las pistolas un día después del inicio de la guerra en apoyo a sus aliados palestinos lanzando desde entonces salvas diarias de cohetes y misiles desde el Líbano. Unos 60.000 siguen en hoteles.
A los habitantes del sur el Gobierno les ha puesto como plazo el mes de julio para abandonar los hoteles e instalarse en viviendas temporales porque 13 de las comunidades atacadas el 7 de octubre tienen que ser parcialmente reconstruidas o se considera que son todavía demasiado peligrosas para que la gente pueda volver.