Israel, una democracia securitista
Su ejército, su policía y sus servicios secretos tienen un papel clave en el manejo diario del Estado
En El Príncipe, obra dirigida a Lorenzo de Médici, Nicolás Maquiavelo le recomendaba que aprendiera a suscitar amor y temor en sus súbditos. Ser amado y temido es la mejor manera de ejercer el poder, pero si hay que elegir, mejor ser temido, pues el temor al príncipe mantendrá al menos el orden social. El miedo infundido a los demás es sin duda, la emoción más querida por el tirano.
El miedo también es fundamental en Thomas Hobbes, para el cual hay dos pasiones claves guiando los deseos políticos de las personas: el miedo a la muerte y el deseo de comodidad. Este es el motivo por el que las personas abandonarían su libertad natural y dejarían que un Estado fuerte gobernara sus vidas. Siempre que garantizara la seguridad. Desde este punto de vista, el miedo se eliminaría progresivamente si el Estado fuera la única entidad, a la que se le permitiera tanto monopolizar los instrumentos del miedo como apaciguarlo, al garantizar la seguridad de todos. Se ha caracterizado el liberalismo como el régimen político que aborrece el miedo. La libertad solo puede ejercerse si el Estado liberal crea las condiciones para eliminar el miedo de la vida cotidiana de los ciudadanos. El Estado de derecho, un poder democráticamente compartido y la garantía constitucional de los derechos humanos debían de hacer obsoleto el miedo.
No obstante, incluso a líderes elegidos democráticamente les resulta difícil renunciar a la utilidad del miedo. Muchos políticos populistas deben su largo y gran poder a la capacidad que siembran de ser amados a través del miedo.
Hobbes señaló que «fuimos hermanos gemelos, el miedo y yo». Y es que fue un niño prematuro cuyo parto (5 de abril de 1588) se adelantó por el pánico que sentía su madre ante la inminente llegada a Inglaterra de la Armada Invencible. Lo mismo puede decirse de Israel, al nacer el miedo era su gemelo.
Para Eva Illouz, tras la Shoa y otras persecuciones sufridas en la historia, como su expulsión de España, parece una ironía histórica que el sionismo eligiera injustamente como tierra para su proyecto de nación un territorio reducido e inserto en una extensa zona dominada por árabes y musulmanes. Por ello, Israel se ha sentido siempre acosado y de ahí el miedo, una constante en la psique judía. Ha tenido que defenderse. En su corta vida, equivalente a la esperanza de vida media de un hombre, ha participado en al menos 13 guerras o conflictos militares y en unas 50 operaciones militares diversas, además del estado de guerra soterrada con los palestinos en los Territorios Ocupados en 1967. Hay países como Afganistán, o Sudán del Sur en conflictos de larga duración, pero Israel es el único que ha recibido ataques directos por parte de al menos 7 países en el lapso de los setenta años, que mantiene un conflicto militar de baja intensidad con una población entremezclada con la suya y que considera al 20% de sus ciudadanos alineados con enemigos. Es una muestra clara de lo que definió Carl Schmitt como la esencia de lo político: la distinción entre amigo y enemigo. Esta distinción está en el corazón de su política. Por ello, no es una democracia como las demás. Por su situación geográfica y su vulnerabilidad interna, se ha visto obligado a convertirse en una democracia securitista. Sin equivalente en el mundo. Esto supone que su defensa no es solo incumbencia del Estado y los ciudadanos, sino algo por lo que se movilizan permanentemente. La supervivencia es su modus operandi. Ello implica que su ejército, policía y servicios secretos tienen un papel clave en el manejo diario del Estado y que la seguridad se ha convertido en un rasgo esencial de la ciudadanía. La vida política, la moral y la cultura son una matriz de hábitos de ideas y acciones que, en Israel, puede denominarse securitismo. Una consecuencia directa de su obsesión por la seguridad es que el miedo al enemigo impregna todo el aparato estatal y la sociedad civil: el poder militar aparece como necesario y como el único antídoto. Una vez que el miedo está en el centro de la psique colectiva, resulta imposible oponerse a él, porque es una emoción primaria relacionada con la supervivencia. El pensamiento se convierte en un «nosotros contra ellos» automático, o en «nunca habrá paz» o «nunca se puede confiar en un árabe». El mundo está de nuestra parte o en contra: victoria o derrota. Por ende, es uno de los países con mayor gasto en defensa en relación al PIB.
Netanyahu comprendió intuitivamente que el miedo es el núcleo del alma israelí y lo utiliza de forma manipuladora, no para el interés colectivo, como lo hizo Ben-Gurion, sino para sus propios intereses electorales. Pocos líderes políticos elegidos democráticamente han utilizado el miedo con tanto descaro.
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