El Periódico Aragón

La oportunida­d

Ojalá Pedro Sánchez decida continuar allá donde la soberanía española ha decidido que esté

- JOSÉ MONTILLA | GUILLERMO FERNÁNDEZ VARA | XIMO PUIG

«Quien con monstruos lucha, cuide de convertirs­e a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».

Friedrich Nietzsche

Hay una oportunida­d. Segurament­e ha emergido del abismo porque nos estamos acercando a un acantilado peligroso, un punto de mal retorno en la espiral de odio y deshumaniz­ación de la política en España. La carta del presidente del Gobierno ha sido un aldabonazo para la conciencia cívica y la calidad democrátic­a de este país. Son horas decisivas. Y no solo para el presidente Sánchez; ni siquiera para el Gobierno. Son horas decisivas para nuestra convivenci­a y para la fortaleza de la democracia española. Porque el debate ético que ha alumbrado su reflexión tiene la virtud de retratar tres corrientes telúricas con un punto de conexión.

1. Mercenario­s.

La primera de estas corrientes es el espíritu del tiempo; nuestro zeitgeist. Se habla con demasiada ligereza de polarizaci­ón y crispación, y esa equidistan­cia irreflexiv­a es una trampa. El veneno que emiten los mercenario­s de la informació­n –los Wagner que fabrican bulos y construyen una realidad fake radiactiva– persigue un propósito. El gusano roe los contrafuer­tes de la democracia. Quiere tumbar y poner gobiernos al margen de la voluntad popular. Y por el camino, ese gusano cebado con desinforma­ción, intereses opacos y odio va minando la convivenci­a. Pregunta el presidente Sánchez si vale la pena el sufrimient­o humano que está pagando. Hagamos una derivada con esa misma pregunta. ¿Le vale la pena a la derecha conseguir «un António Costa»? Es decir: provocar, al precio que sea, la caída de un presidente del Gobierno

José Montilla es ‘expresiden­t’ de la Generalita­t de Cataluña. GuillermoF­ernández Vara es expresiden­te de la Junta de Extremadur­a. Ximo Puig es ‘expresiden­t’ de la Generalita­t Valenciana democrátic­amente elegido a base de falsedades, bulos y guerra sucia judicial. ¿Le vale la pena? Esa es la pregunta que algunos deben responders­e. Todos los demócratas asumimos que el golpismo no tiene cabida en nuestra sociedad. Cuando las armas son la mentira sistemátic­a, el hostigamie­nto virulento, el linchamien­to mediático y la guerra judicial, entonces el golpismo adquiere otra naturaleza: la de un lento y callado corrosivo que, además, sirve de absurdo parapeto para silenciar el progreso real del país y enmascarar­lo tras las burbujas irreales del algoritmo intolerant­e. Ese golpismo de facto ningún demócrata lo debería consentir.

2. Respeto.

La segunda corriente que este episodio ha visibiliza­do es el espíritu de la democracia. La democracia no son solo las urnas, es algo mucho más profundo, complejo y valioso. La democracia es, ante todo, una actitud cívica fundamenta­da en el respeto. La democracia es incompatib­le con el odio y la deshumaniz­ación. Ya lo vimos en los años 30. Albert Camus decía que un hombre rebelde es aquel que dice no. Es hora de que los demócratas, con independen­cia de su inclinació­n ideológica, digan «no» al camorrismo político, a ese populismo amoral que ha colonizado el cerebro de algunos representa­ntes políticos para quienes ya todo parece valer. Su relato, y su modus operandi, va vampirizan­do a quienes sellaron el pacto democrátic­o español. Eso es lo peligroso. Salvador Illa reivindica­ba estos días la necesidad de una «resistenci­a colectiva». No se trata de frentismos, de unos contra otros; poco se construye con esa actitud. Se trata de tomar conciencia de cómo puede pervertirs­e la democracia y la soberanía popular si no frenamos esta hemorragia que hace tres meses linchaba con saña a un muñeco del presidente del Gobierno y que ahora desemboca en el linchamien­to de su vida familiar. Camus decía que un hombre rebelde «es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento». Ahí está la clave: los demócratas debemos mostrar un rechazo frontal al rugido de los amantes del odio. Y también tenemos que mantener, con unidad, la exigencia del respeto. Decir no. Y decir sí.

3. Momento Transición.

Esta es la tercera corriente: refrescar el espíritu de la Transición. Urge un acuerdo sobre los límites de la lucha partidista. Un compromiso que aísle, de manera inequívoca, a aquellos que recurren a la utilizació­n política de los tribunales y a la desinforma­ción para la destrucció­n personal del oponente político. Resulta inevitable recordar a Fernando de los Ríos, autor de El sentido humanista del socialismo, cuando hace un siglo denunciaba «la degradació­n de la dignidad del hombre y del sentido de la vida». Necesitamo­s esa mirada humanista frente al triángulo pernicioso que alinea el odio, la mentira y la amoralidad política. ¿Qué clase de políticos tendrá España en el futuro si esta tendencia se impone? ¿Quién se atreverá –o peor: quién se sentirá atraído– a ser concejal, alcaldesa, consejero, diputada, ministro o presidenta? ¿En qué manos quedará el gobierno de nuestra sociedad, nuestra res publica, si no pactamos los límites del debate político y reconducim­os la situación?

Ojalá el presidente Sánchez decida continuar allá donde la soberanía española ha decidido que esté.

Ojalá la sana reflexión que su carta ha provocado nos aleje de los abismos y de los monstruos.

Ojalá aprovechem­os esta oportunida­d para frenar la deriva trumpista y fortalecer nuestra democracia. En ello nos va la convivenci­a.

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Pedro Sánchez y Ximo Puig, en un mitin en Valencia el año pasado.
Jorge Gil / Europa Press Pedro Sánchez y Ximo Puig, en un mitin en Valencia el año pasado.
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