‘Elogio de las manos’, lejos del mundanal ruido
Jesús Carrasco ha hecho una novela diferente, que consigue que un lugar se erija en protagonista absoluto de la narración.
Jesús Carrasco ha vuelto a ponerse con las manos en la masa. Se trata en este caso de una novela diferente, que consigue que un lugar se erija en protagonista absoluto. El narrador, no obstante, se gana su sitio en cada página, más aún cuando se sabe dedicado en cuerpo y alma a vivir entre cuatro paredes. Es este trabajo un canto a la vida al aire libre, a la artesanía, a la manufactura, al mantenimiento de lo que merece ser conservado y a la exaltación de la relación familiar y vecinal. Todos ellos hablan sin diálogos, en sus acciones están sus palabras y con ellas queda dicho que no hay mayor certeza que la de la amistad incondicional. Alejada de esos argumentos de moda que buscan una acción desmedida, la trama carece de recovecos: una familia accede por casualidad a una casa que, a no tardar, será derruida. Nada de eso impide colaborar en sus mejoras, por dentro y por fuera, y convertirla en un hogar. Es justo sentirse acogido, como si se tratara de la carcasa que a cualquier persona nos envuelve y que de alguna manera nos protege.
Relatar en primera persona fortalece el texto, me atrevo a decir que es una técnica que suele profundizar en la verdad.
Hoy en día, que sabemos que una tecla puede ser la causante de los despropósitos que nos aceleran y que quizás solo hayan de ser resueltos a través del encuentro con otra tecla, es gratificante saber que podemos ser capaces de volver a aquellas tareas que nos obligan a mancharnos. La ropa, las manos o la piel, da igual. Quizás sea tan simple como sentir el contacto con los materiales y con las piezas que han de quedar ensartadas. De ahí que en el libro haya momentos realmente hermosos, retazos de satisfacción ante la nueva vida que va cobrando el paisaje que muchas páginas permiten atisbar. Saber desenvolverse en un entorno ajeno al ritmo estresante que imponen los tiempos supone una agradecida mirada al pasado. Somos unas cuantas generaciones las que nos reconocemos en ello. La memoria del lector viaja, evoca y se zambulle en pequeñas localidades por las que transitó algún día y en las que no faltaba oficio ni disposición para ejercerlo.
Jesús Carrasco sabe muy bien lo que es estar a la intemperie, tiene pleno conocimiento de la tierra que pisamos y ha escuchado con verdadero interés a quien rogaba que le llevaran a casa. Ha sumado a su obra este elogio de las manos que es una rareza que sabe a proeza.
Me he sentido muy cómodo en esta casa porque de una u otra manera la he hecho mía. He sido testigo de las vivencias del narrador y las de su pareja, y por supuesto las de sus hijas, a las que he visto corretear y descubrir un mundo repleto de aventuras. Igualmente he escuchado a otras presencias que han formado parte de su historia, algunas de una manera más directa y otras más indirecta, pero con el peso de quienes aportan el sabor de lo tradicional y de la cercanía.
Esta novela es sencillamente un viaje sin salir del presente porque apuesta por ignorar las predicciones del futuro. Esta casa es un proyecto que en ningún momento se le va de las manos a quien se ha ocupado en darle vida. Algo de verdad habrá en el dicho popular: como en casa, en ningún sitio.