Dos torpes muy torpes
La torpeza es el nivel medio de habilidad humana. En los extremos tenemos a los muy hábiles, que se gradúan como torpes, y a los manazas que fracasamos hábilmente una y otra vez. En todo caso, no valoramos la destreza. Hace poco descubrí que la columna CT de la vida laboral no se refiere a nuestro Cociente de Torpeza en el empleo, sino al código de cada contrato de trabajo. Distinguimos, con agilidad agresiva, a un zopenco de un tarugo. Aunque no sabemos cuantificar la diferencia. En el diccionario sobran adjetivos calificativos, pero escasean las verbalizaciones definitorias. Curiosamente, el verbo torpedear identifica a los mañosos que resuelven los nudos gordianos con el filo de su impaciencia. Se nos da bien acusar de zotes a otros para huir de nuestra mediocridad. Luego están los sacerzotes, que utilizan las religiones de turno para inculcar memeces, idiotizando al personal bajo amenazas eternas.
Los zoquetes admiramos a los manitas porque son los artistas de la vida real. Les pagamos lo que cuestan porque nosotros no valemos para nada. Asumimos que somos incapaces de integrar un clavo en otro material, vulnerando los principios de la mecánica newtoniana. Las herramientas de bricolaje nacieron en la Edad de Piedra, pero ya venían dotadas de su propia inteligencia artificial. Desde entonces imponen su libre albedrío a las extremidades humanas. La ley de la gravedad que regula la caída de objetos se refiere, en realidad, al diagnóstico médico resultante tras comprobar que el instrumental de operario casero disfruta del libre albedrío y goza de plena autonomía con respecto a nuestro organismo.
La mercadotecnia utiliza la psicología para que las empresas rentabilicen las debilidades humanas en su beneficio. Por eso no les extrañará que hoy saque a relucir el llamado efecto Ikea. El término lo acuñaron en 2011 los investigadores norteamericanos Michael Morton, de la Escuela de negocios de Harvard, Daniel Mochon, de la Universidad de Yale, y Dan Ariely, de la de Duke. Demostraron que tenemos tendencia a dar más valor a un producto que hemos elaborado nosotros mismos. Da igual que hablemos de muebles impronunciables o de arte culinario. Como anécdota, les contaré que una empresa que vendía masa precocinada para hacer pasteles tuvo que complicar su producto para que no resultara tan sencilla su elaboración. Vendían más si los consumidores ponían, mezclando, sus propios huevos frescos en el mejunje preparado, ya que así se sentían protagonistas gastronómicos de la receta. Vamos, que el fenómeno Ikea hace referencia a la necesidad psicológica que tenemos de sentirnos competentes. La industria lo sabe y sube los precios para aprovecharse de este sesgo cognitivo. En realidad, el famoso «hágalo usted mismo» no se refiere a la sencillez de montaje del mobiliario escandinavo (se lo garantizo), sino al deseo de satisfacer nuestro ego, aunque mandemos todo a la skit a base de juramentos nórdicos. Y no piense que esta conducta es exclusiva del propio deseo de autocomplacencia humana. El Ikeísmo se ha observado también en el comportamiento de animales como estorninos y ratas.
Menos mal que los progresistas tenemos al MacGyver de la política en La Moncloa. La deconstrucción es otro modo creativo que también colma de gozo a sus autores. En cambio, la aniquilación atrae a los malvados y complace a los sádicos. El horror genocida que sufre la población de Gaza comienza a ver una respuesta fresca de la juventud activista. La movilización se debe sumar a la justicia política del derecho internacional. Europa va por detrás de Bolivia y Colombia, que ya han roto relaciones con Israel. Aterra que las derechas se encuentren cómodas con los asesinatos de la opresión sionista, sin que respalden el reconocimiento del estado palestino.
En esta vorágine, el presidente de Aragón, Jorge Azcón, y su mano ultraderecha, Alejandro Nolasco, son dos torpes muy torpes que protagonizan la versión maña de Dumb and Dumber (Peter Farrelly, 1994). La pareja consorte PPVox ataca y desprecia el informe de Naciones Unidas que cuestiona sus acuerdos de gobierno, al ignorar a las víctimas del franquismo y su memoria. Ellos son más de nostalgia casposa. Añoran y lloran (alloran), juntos de emoción, recordando la manifestación de apoyo a Franco en diciembre de 1946, en la Plaza de Oriente de Madrid. Se veían allí, izando brazo en alto, aquella mítica pancarta que inmortalizó el NODO fascista: «si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos». Torpes, desde luego.