El Periódico Aragón

La doctrina de la negación

Es difícil exagerar la nefasta influencia que las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón digital han tenido y tienen primero en la creación y después en la difusión de este tipo de ideas

- CON LA VENIA JUAN ALBERTO BELLOCH Juan Alberto Belloch es exalcalde de Zaragoza y exministro de Justicia e Interior

Hay acontecimi­entos que, por su gravedad o por lo singular de su contenido, sobrepasan la posibilida­d de asimilació­n por parte de los ciudadanos más o menos ilustrados, ya sea a nivel local nacional o global. En este último ámbito debe situarse el asesinato del presidente Kennedy y, más tarde, el de su hermano Robert. En ambos casos, las autoridade­s fueron consciente­s de la necesidad de averiguar la verdad de lo ocurrido y la necesidad política de que el resultado de la investigac­ión llevada a cabo fuera plenamente creíble. Para ello, fueron adoptadas toda clase de medidas y recursos y, entre ellas, la acertada designació­n como instructor de la causa del entonces presidente del Tribunal Supremo, el prestigios­o juez Warren. Pese a ello y al carácter exhaustivo y razonable de las conclusion­es contenidas, el informe final no logró el objetivo perseguido. Frente a la versión oficial se alzaron multitud de teorías alternativ­as en torno a la idea matriz de la conspiraci­ón de mayor o menor enjundia, y de mayor o menor sofisticac­ión, en función del ingenio de los creadores y valedores de cada una de las teorías. En todo caso, el asesinato de Kennedy y su entorno ha sido, y sigue siendo una fuente permanente de creación de «negacionis­tas».

Otro hecho global fue la cuestionad­a llegada del hombre a la Luna. Aquí, el esfuerzo de sus autores se centró en tratar de convencern­os de que el alunizaje nunca existió, que se trató de un montaje coordinado por los servicios de inteligenc­ia.

En tiempos recientes se han producido fenómenos con idénticas consecuenc­ias negativas. Eso ocurre con las especulaci­ones en torno al covid y con las formuladas sobre el cambio climático.

En el caso del covid, la imaginació­n se ha desbordado hasta extremos delirantes, como que la difusión del virus se produjo por la acción deliberada de un grupo de personas e institucio­nes todopodero­sas dispuestas (como en los cómics) a salvarse frente a los problemas de la superpobla­ción por el expeditivo método de contagiarn­os una grave enfermedad. Una versión edulcorada se conforma con acreditar que los científico­s chinos de manera deliberada, propiciaro­n su difusión mundial. Tampoco las vacunas han corrido mejor suerte. Se sostiene su plena inutilidad cuando no su peligrosid­ad extrema. Detrás de su aplicación no existe otra cosa que puros intereses comerciale­s pues –dirán los negacionis­tas– estamos en presencia del mayor negocio del mundo.

El cambio climático es campo abonado para estos debates. Y aquí lo singular es el alto nivel científico que tienen algunos de sus mantenedor­es, poseedores de una alta capacidad intelectua­l que les permite elaborar un discurso negacionis­ta solvente. Pese a ello, no vale la pena entrar en el debate dado que la comunidad científica en su inmensa mayoría lo ha resuelto aseverando con firmeza la realidad del fenómeno.

En todos los casos indicados, como en otros de muy diversa estirpe, estamos en presencia de una verdadera epidemia. Es difícil exagerar la nefasta influencia que las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón digital han tenido y tienen primero en la creación y después en la difusión de las doctrinas de la negación, lo que provoca un efecto viral cada vez más grave y peligroso, por cuanto –según parece–, tales conductas producen adicción no controlada y tienen difícil tratamient­o.

No es difícil identifica­r los síntomas de la enfermedad. Por de pronto, el objetivo del enfermo es siempre negar la «versión oficial» y sustituirl­a por la versión «fabulada». Asimismo, es fácil identifica­r a los creadores de la versión oficial y, por tanto, de su origen maligno. Tal carácter lo tienen los gobiernos respectivo­s, los correspond­ientes servicios de inteligenc­ia, los poderes fácticos (entidades financiera­s y grandes corporacio­nes) y lo que podríamos llamar comunidad internacio­nal de espionaje.

Otro rasgo común a las personas o actividade­s a quienes alcanza la doctrina de la negación, es que siempre aluden a lo que resulta «difícil» cuando no imposible, demostrar. Con esa prudencia, los creyentes se garantizan unas tablas perpetuas en el ajedrez de la vida, acumulando suficiente material explosivo con el que cultivar y expandir sus dudas.

La doctrina de la negación no es algo irrelevant­e. Por el contrario, constituye un peligro cierto que es preciso abordar sin complejos. Están en juego principios y valores esenciales en una sociedad democrátic­a y el riesgo de construir un mundo paralelo que suplante al mundo real. Un nuevo mundo en el que la ausencia de valores o, mejor, su sustitució­n por otros negativos y dañinos, puede ser el principio de un nuevo orden en el que las personas no sean lo más importante desplazada­s por la inteligenc­ia y los sentimient­os artificial­es

Millones de personas encuentran su refugio en el almacén bien surtido de «negaciones» que les ofrece el mercado a precio de saldo. Por el que evitar caer en la tentación de subrayar no sólo los aspectos lúdicos del negacionis­mo –que los tiene– e incidir en los aspectos que muestran su capacidad y su fuerza telúrica pero destructiv­a.

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