El Periódico - Castellano - Dominical
Bailar exige un cerebro preparado para reproducir sonidos complejos. Por eso un papagayo puede aprender, pero no un perro
Diferentes experimentos psicológicos han comprobado el efecto que los danzantes tienen sobre el sexo opuesto. Parece ser que los hombres, si bien de una forma inconsciente, podrían leer en los movimientos de las mujeres su grado de fertilidad. Por su parte, se sabe que las mujeres encuentran especialmente atractivos a los bailarines más enérgicos. Pero el baile no tiene solo una función básica en la elección del compañero, sino que también ayuda a consolidar relaciones estables y duraderas, según el psicólogo William Brown, de la Universidad de Bedfordshire, en el Reino Unido. Los danzantes también emiten señales de vinculación entre ellos. «Bailar actúa como un factor de cohesión social», corrobora el neurocientífico Tecumseh Fitch. La combinación de movimiento y música puede vivirse con tanta intensidad que algunas personas alcanzan estados de trance. Los seguidores de la orden musulmana de los mevlevíes siguen practicando hoy el baile que los ha hecho famosos. Conciben su danza giratoria como una forma de oración que los acerca a su dios y lleva el amor a toda la humanidad. Cuando un danzante se sumerge totalmente en el ritmo, parece entrar en un estado de ensimismamiento. La secreción de hormonas durante el baile produce sensación de relajación y de felicidad, mecanismo del que también se vale la medicina. Por ejemplo, el baile puede producir una mejoría en la movilidad de los enfermos de párkinson. También se utiliza para tratar a personas afectadas por traumas, autismo, demencia y depresión. Todo esto es posible porque el ritmo y el baile parecen unir cuerpo y mente con efectos saludables. Un taller organizado por el músico y compositor austriaco Reinhard Flatischler trabaja en esta línea. «No hay nada que no sea ritmo –dice Flatischler–. Si conseguimos entrar en contacto con esta fuerza primitiva, nuestra vida se transforma».