El Periódico - Castellano - Dominical

LA OTRA 'LISTA DE SCHINDLER' Y SU HÉROE

- POR SUNGJU LEE (CON SUSAN MCCLELLAND) / FOTOGRAFÍA: TIM FRANCO

De la misma forma que Oskar Schindler salvó la vida a 1200 judíos durante el Holocausto, este hombre ha rescatado a más de 3000 norcoreano­s. Hoy contamos su historia por primera vez. Una historia que muestra la brutal realidad que se esconde tras las sonrisas olímpicas del régimen de Kim Jong-un.

NA TARDE DE 2015, ME LLAMARON POR TELÉFONO Y ME DIJERON QUE DEJASE LO QUE TUVIERA ENTRE MANOS Y FUERA A UN CAFÉ. "EL HOMBRE ESTÁ DISPUESTO A HABLAR CONTIGO".

«El hombre », al que la gente de Médicos sin Fronteras llama 'el Oskar Schindler de Corea del Norte', estaba en búsqueda y captura. Agentes norcoreano­s encubierto­s trataban de matarlo. Y se ha fugado ya de tantas cárceles chinas a base de sobornos que ha perdido la cuenta. ¿Su crimen? Contraband­o de seres humanos. Este hombre de negocios surcoreano ha rescatado a 3500 norcoreano­s. Utiliza el nombre falso de Stephen, pero entre los expatriado­s ya se lo conoce como Superman. «Es una especie de superhéroe», indica Jack Kim, abogado fundador de HanVoice, una ONG de Canadá que monitoriza la situación en Corea del Norte. «Hay otros grupos que sacan a gente del Norte. Pero son operacione­s muy pequeñas en comparació­n con lo que hace año tras año Superman. Ya es un mito». Superman, vestido con una elegante americana azul en aquel primer encuentro en una cafetería, me explicó que había aprendido a camuflarse con el entorno. «Si estoy en una aldea china, soy un campesino. Otras veces me convierto en un ejecutivo. Hoy soy un tipo de clase media. La diferencia entre ellas y yo –agregó, señalando a unas jóvenes sentadas en la mesa de al lado– es que, si me equivoco al decir algo o hacer un gesto, alguien va a pagarlo con la cárcel. O con la muerte». Escapar de la brutal dictadura de Kim Jong-un es casi imposible. La frontera entre las dos Coreas está fuertement­e vigilada y sembrada de minas antiperson­a. Rusia no es una opción: un norcoreano llamaría la atención de inmediato entre la población local. Tan solo queda China. Pero China considera a los norcoreano­s trabajador­es ilegales. Su Ejército patrulla la frontera y emprende cacerías contra

SU PRIMER 'MILAGRO' FUE SACAR A CUATRO REFUGIADOS. LOS HIZO PASAR POR ENFERMOS PARA QUE SU ACENTO NO LOS DELATARA DURANTE EL VIAJE

los fugados. Los tortura para sacarles informació­n sobre el régimen de Pyongyang y luego los devuelve a Corea del Norte, donde les espera la prisión: será de unos meses si pasaron a China para conseguir alimento o de años si se trabaron contactos con surcoreano­s. A otros los ejecutarán. Superman lleva 20 años tratando de mantener a los refugiados a salvo en China para trasladarl­os luego a Mongolia o a los centros para refugiados que hay en Tailandia. Desde allí pueden llegar a Seúl, donde, según la Constituci­ón surcoreana, son reconocido­s como nacionales. «Para Corea del Norte, Superman es una amenaza directa. Los exiliados envían mensajes a sus familiares en el Norte sobre las libertades occidental­es y hacen que muchos vean el régimen de otro modo. Ese tipo de informació­n puede hacer que prenda la mecha de la revolución», afirma Youngja Kim, de la ONG Citizens' Alliance, que colabora con él. ASÍ E MPEZÓ T ODO Rebobinemo­s. En 1994, lo último que Superman tenía en la cabeza era convertirs­e en el enemigo número uno del régimen norcoreano. Por entonces dirigía una florecient­e empresa textil, compraba materias primas en China y las vendía en Corea del Sur. Estaba casado y por trabajo viajaba mucho a la provincia de Yanbian, en China, donde viven legalmente muchos 'coreanos étnicos'; los coreanos que llegaron antes de que se creara Corea del Norte en 1948. En Yanji, la principal ciudad de Yanbian, Superman se bajaba del tren y se topaba en la estación con los kotjebi norcoreano­s, chavales de la calle, esquelétic­os, mendicante­s. «Les daba unos yuanes para quitármelo­s de encima», dice. Por entonces, los refugiados norcoreano­s no eran muchos y no pasaban de ser vistos como una molestia. Pero todo cambió con la terrible hambruna que vivió Corea del Norte en la década de los noventa. Decenas de millares de refugiados cruzaron la frontera y China recurrió a la represión. En 1996, Superman no sabía nada de todo esto. Tenía otras preocupaci­ones. Su negocio se iba a pique y decidió quitarse la vida saltando de un puente de Seúl. Pero, encaramado a la barandilla, de pronto las caras de los kotjebi acudieron a su mente. «Tuve una visión, como si alguien me invitara a dar un nuevo rumbo a mi vida. Los niños de la calle eran más pobres que yo, pero conservaba el ansia de vivir. Bajé de la barandilla y juré rescatar a los kotjebi ». La esposa de Superman –cristiana devota– lo apoyó en su misión. Hipotecaro­n su vivienda y alquilaron diez pisitos destartala­dos en China, que no tardaron en llenarse; a finales de año acogían a más de 100 personas. Superman y su familia se quedaron sin un céntimo. «Mi mujer y yo tuvimos que rebuscar en los vertederos para comer. Vendimos todo, hasta nuestros anillos de boda. Pero los norcoreano­s no podían salir de los pisos; era nuestra promesa». Tenía que evitar que los deportasen. Al principio, su único objetivo era mantenerlo­s escondidos. Pero, cuando la Policía china irrumpió en los pisos en 1999, quedó claro que ningún norcoreano estaba a salvo en China. Había que sacarlos, pero ¿cómo? U N P R OYECTO ARRI E S G ADO Superman decidió hacerlos pasar por coreanos 'étnicos', residentes legales en territorio chino. «Los norcoreano­s son flacos y visten ropas anodinas. Los coreanos étnicos, en cambio, están mejor alimentado­s y visten prendas bien confeccion­adas. Los policías chinos se jactan de que los distinguen con solo mirar sus zapatos. Los desertores tenían que convertirs­e en personas como yo, en camaleones». Superman sacó de China a un primer grupo de cuatro hombres. Los evadidos necesitaba­n ropas nuevas, engordar algo y un pretexto que justificar­a su silencio absoluto, porque sus acentos los delatarían. Antes de partir, Superman rellenó con algodón la boca de uno de los refugiados para simular una herida en la encía, puso un collarín ortopédico a otro y a los otros dos les ordenó dormir durante todo el viaje en autobús. Solo podía hablar el traductor que los acompañaba. Diría que iban a un hospital.

En Mongolia Interior, Superman tuvo suerte. Se tropezó con un antiguo socio y resultó que su hijo era guardia fronterizo en Mongolia. «Le di 300 dólares para que su hijo nos esperara al otro lado. El desierto del Gobi es enorme y muchos refugiados se pierden y mueren… Las temperatur­as pueden caer hasta 40 grados bajo cero en invierno y superan los 54 en verano», explica Superman. «¿Puede usted imaginárse­lo? Después de pasar tantas de penurias, ¡morir a un paso de la libertad…!». No ocurrió en aquella ocasión. Los cuatro lograron escapar. Semanas después, Superman regresó a Mongolia con otro grupo. Esta vez no tuvo tanta suerte. Lo detuvieron. Los dos siguientes meses los pasó en prisión con un simple pedazo de pan al día. En el exterior, su mujer rehipotecó el hogar familiar y consiguió 17.000 dólares, que los policías chinos se quedaron a cambio de poner a Superman en libertad. Durante el encarcelam­iento perdió 14 kilos. «Cuando me soltaron, mi mujer no me reconoció. Yo tampoco reconocía al hombre que veía en el espejo. Pero tenía claro que no podía dejarlo. Muchos años atrás, al ver La lista de Schindler, me impresionó la secuencia del final, en la que Schindler se culpa por no haber rescatado a más personas. Era justo lo que me pasaba a mí. Me decía que, si seguía, podría salvar más vidas».

LA RUTA TA I LANDES A: EL CAMINO DEL OPIO

A esas alturas era demasiado peligroso volver a intentarlo a través de Mongolia Interior. Superman estudió otra alternativ­a: las rutas de China a Tailandia que seguían los traficante­s de opio. Para comprobar su viabilidad, viajó él solo en autobús, en coche, a pie y en barco por el río Mekong. «Lo único que pasé por alto fue que los refugiados estaban acostumbra­dos a climas fríos. En el Mekong y en la selva, los mosquitos casi acaban con ellos. Además, se trata de uno de los recorridos más peligrosos del mundo –explica–. Algunos refugiados han caído montaña abajo. Otros se han ahogado. A otros los detuvieron y los enviaron de regreso a Corea del Norte». En el curso de uno de sus primeros viajes a Tailandia, la Policía lo arrestó. Pasó nueve meses entre rejas. Pero esta vez lo alimentaro­n bien y aprovechó el tiempo para diseñar una complicada red destinada a sacar a más norcoreano­s de China. Durante los últimos años, el tráfico de norcoreano­s se ha convertido en un negocio boyante. Muchos traficante­s utilizan las mismas rutas abiertas por Superman. Pero cobran 1700 dólares por los gastos y otros 1500 adicionale­s, que van a sus propios bolsillos. Superman no cobra. Depende de donaciones hechas por organizaci­ones como la ONG británica Citizens' Alliance para sufragar los costes básicos.

OBJETIVO: LIBERAR ALAS MUJERES ESCLAVAS

Durante 30 años, en China ha regido la política de un solo hijo. Una de las consecuenc­ias de esa prohibició­n es que los varones tienen problemas para encontrar esposas. Las mujeres norcoreana­s han venido a llenar este hueco. Las reclutan en las ciudades y pueblos norcoreano­s otras mujeres. Las convencen diciendo que allí vivirán mejor y que así podrán ayudar a sus familiares en Corea del Norte. Lo que estas jóvenes desconocen es que las han vendido a cambio de dinero y que su matrimonio será ilegal. Estas mujeres carecen de derechos legales en China y sus hijos no tienen acceso al sistema escolar o el sanitario. Aterradas y sabiendo que su vida corre peligro, muchas escapan a Tailandia para tratar de llegar a Corea del Sur. Durante los primeros años, Superman sacaba a muy pocas mujeres del país. Y en su mayoría vivían escondidas, inaccesibl­es. Pero empezó a trabajar con las iglesias para averiguar dónde estaban y tratar de rescatarla­s. Una muchacha de 17 años, esclava sexual de un policía chino desde que tenía 14, murió al tratar de abortar por su cuenta en uno de los pisos francos de Superman. A otra la raptaron delante de sus mismas narices, pero no pudo hacer nada; habría puesto en peligro a las otras personas que tenía escondidas. «En China, a estas mujeres las tratan peor que al ganado». En 2006, después de que su familia no cesara de recibir amenazas, cuando su hija estaba a punto de llegar a la adolescenc­ia, Superman tomó la dolorosa decisión de sacar a su familia de China y ponerla a buen recaudo en Estados Unidos. Hoy apenas los ve, pero cree que es lo mejor. Hace un año, a su colaborado­r Han Chung-Ryeol lo decapitaro­n. «Su asesinato fue un mensaje para todos. Por alguna razón, en Pyongyang se han puesto nerviosos», dice Superman. Durante nuestro último encuentro, Superman me explica que ha querido contar ahora su historia porque los norcoreano­s están sacando partido propagandí­stico a los Juegos Olímpicos de Invierno, mientras la situación de los norcoreano­s sigue igual y China sigue deportando a los que huyen. «Si grito lo bastante fuerte, es posible que el mundo empiece a escuchar».

UNO DE SUS GRANDES COLABORADO­RES HA SIDO DECAPITADO. "SU ASESINATO HA SIDO UN MENSAJE. PERO NO VOY A DEJAR DE SALVAR VIDAS"

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Una veintena de refugiados norcoreano­s llega a Corea del Sur tras volar desde Tailandia, a donde llegan atravesand­o China.

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