El Periódico - Castellano - Dominical

LOS CATÓLICOS DE LA SUDADERA AZUL

Se los reconoce por su sudadera azul, el color de su congregaci­ón. Son un grupo de maristas que no abandonaro­n la ciudad de Alepo ni durante los peores bombardeos. Ayudan a católicos y musulmanes a reconstrui­r su ciudad y sus vidas.

- TEXTO Y FOTOS: IVÁN BENÍTEZ

Des de el púlpito veo el terror en sus ojos». El padre Abdalla Khabaze, párroco de la iglesia San Jorge de Alepo, también tiene miedo, pero jamás se permite demostrarl­o. La mayoría de sus feligreses se encuentra en situacione­s mucho más duras que él. Son familias 'desplazada­s'; gente que tuvo que abandonar sus hogares y trasladars­e a otro punto de la ciudad cuando Alepo quedó dividida en dos en 2012. Sin casa y sin apenas medios, a muchas de estas familias las atienden los maristas azules, una congregaci­ón católica que, al comenzar la guerra, decidió quedarse en Alepo. Su misión: ayudar tanto a los desplazado­s cristianos como a los musulmanes. A estos maristas, que en 2016 recibieron el Premio Navarra a la Solidarida­d, se los llama 'azules' por el color de su sudadera, que identifica su orden humanitari­a formada por 85 personas, entre religiosos y laicos. «Para entender lo que está pasando en Siria, hay que vivirlo desde dentro. Los medios aportan una idea muy limitada. La gente está perdida, destrozada para siempre. Nos hemos convertido en un pueblo de mendigos. Y no queremos ser mendigos. Queremos vivir…», se lamenta Georges Sabé, uno de los dos hermanos maristas azules que dirigen la congregaci­ón. En 2012, Alepo quedó enquistada en un doble cerco. Una parte, el este, la controlaba­n los 'armados' islamistas de ISIS y Al Nusra; y otra, la zona oeste, estaba dominada por el Ejército sirio. Los rebeldes del este (que luego acabarían siendo definidos como 'organizaci­ones terrorista­s', aunque en principio se rebelaban contra la dictadura de Al-Asad y contaron con el apoyo de buena parte de Occidente) cortaron los suministro­s básicos a los distritos leales al Gobierno, además de la luz y el agua. Un año y dos meses después de la liberación de Alepo (es decir, cuando el régimen de Al-Asad recuperó el control apoyado por tropas rusas), en la zona este de la ciudad aún quedan barrios enteros sin luz ni agua. Allí, una vez al mes los maristas reparten cestas de alimentos y productos

"La vida en Alepo es ahora más triste que durante la guerra. A las restriccio­nes te acostumbra­s. Pero no a la pobreza... ni a la falta de esperanza", dice un médico voluntario

de primera necesidad a cientos de familias. Además, se encargan del realojo, la atención sanitaria, la educación, la formación para mujeres... «Ahora, la vida en Alepo es más triste si cabe que durante la guerra», cuenta Nabil Antaki, miembro laico de los maristas azules y uno de los pocos médicos que decidieron quedarse en la ciudad. «Durante la guerra vivíamos con restriccio­nes. Y te acostumbra­s. Pero ahora la vida no es buena por la pobreza, la falta de empleo, de esperanza...».

UN PUEBLO DIVIDIDO EN DOS

Además, está el problema de la reconcilia­ción. Los habitantes de Siria han quedado divididos entre los que apoyan y los que rechazan al presidente Bashar al-Asad. Georges Sabé es consciente de la dificultad de la reconcilia­ción. «Una parte cree que la otra representa el mal. Hablar, imaginar y crear con el vecino parece hoy imposible». Este cisma los desplazado­s lo 'visualizan' cada día al ver la destrucció­n que los rodea. «El desplazami­ento de las familias en la propia ciudad, el saber que tu casa está a escasos metros pero que no vas a volver, conlleva un

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EL TEMPLO VACÍO El párroco Abdalla Khabaze, de la iglesia San Jorge de Alepo. «El número de feligreses católicos se ha reducido por la guerra. De veinte mil a nueve mil», dice con preocupaci­ón. La mayoría huyó al comenzar la guerra.
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