El Periódico - Castellano - Dominical

La diseñadora.

"Gianni era un genio, pero ¿y yo? ¿Quién soy yo?"

- Por Mick Brown l Fotografía Martin Schoeller

Donatella Versace revive el infierno de sus inicios, tras el asesinato de su hermano Gianni.

Cu ando entro en la 'suite' del Dorchester Hotel de Londres, Donatella Versace luce un minivestid­o estampado con antiguas portadas de Vogue. El corte es contemporá­neo, pero –según explica ella misma– «el estampado procede del archivo de Gianni». La pieza forma parte de una nueva colección que rinde homenaje a su hermano. Han pasado dos décadas desde que fue asesinado por un chapero. El criminal ya había dado muerte a otras cuatro personas antes y se cree que lo hizo resentido por la riqueza del modisto. Con todos los ojos del mundo de la moda volcados hacia ella, la heredera del imperio Versace nos cuenta el infierno de sus comienzos, justo cuando se emite la serie sobre el asesinato de su hermano Gianni. Durante los 19 años que Versace estuvo al frente de la compañía, Donatella fue su compañera y su musa. Pero, como ella misma subraya, ahora ya lleva más tiempo como directora creativa que el propio Gianni. «Antes él daba la cara y yo estaba detrás. Podía decir lo que me diera la gana; ser borde o gritar; ahora tengo que andarme con cuidado». Tiene los ojos muy negros bajo una cortina de pelo oxigenado. Y como se expresa en un inglés tortuoso, te obliga a acercar el rostro para seguir su conversaci­ón y, ya de paso, echar un ojo a los resultados de una cirugía plástica no precisamen­te discreta. Gianni y Donatella crecieron en Regio Calabria, al sur de Italia. Su padre era vendedor de electrodom­ésticos y su madre tenía un taller de costura. Gianni era el mayor –le llevaba 9 años a Donatella– y mimaba a su hermana; le concedía todos sus caprichos, la vestía... y la sacaba de casa de tapadillo. Donatella ríe al recordarlo. «Mi madre se ponía furiosa. Él me llevaba a discotecas y yo tenía 11 o 12 años. Mi madre siempre me reprendía... '¿Por qué haces estas cosas? ¡No hagas caso a tu hermano!'. Yo siempre respondía lo mismo: '¿Y por qué no?'».

LA LARGA SOMBRA DEGIAN NI

El futuro de la hermana estaba sellado. «Nada más terminar los estudios, me puse a trabajar con él. De hecho, Gianni no me dejó otra opción. 'Ven conmigo y olvídate de todo lo demás', poco menos que me ordenó». Y se convirtió en la mano derecha de su hermano. ¿Su hermano dependía de usted? «Sí que dependía de mí». ¿Y usted de él? «Por completo. Estábamos muy unidos». Los diseños de Versace –con sus estampados barrocos en colores inverosími­les y sus cortes ceñidos– (por no hablar de su precio astronómic­o) simbolizar­on la década de los noventa, con sus oropeles, su obsesión por el famoseo y su consumismo. Y no había mejor ejemplo del estilo Versace que

la propia Donatella: champán, cocaína, joyería, aviones privados... Versace creó la marca, pero Donatella la construyó. Ella se ocupaba de alternar con las famosas, de ganárselas para la marca: Madonna, Demi Moore, Courtney Love... También cultivó a las supermodel­os Naomi Campbell, Christy Turlington, Cindy Crawford... Lo logró abrumándol­as con billetes de avión en primera clase y unas retribucio­nes por las nubes que subieron sus cachés.

SEGUIR AL PIE DEL CAÑÓN

Cuando Gianni murió, Donatella no tenía por qué asumir la dirección artística. Estaba casada (con el modelo Paul Beck) y tenía dos hijos pequeños. «Sí, pero era la única vida que conocía. Y cuando vi todas aquellas personas de la compañía mirándome expectante­s, me dije que no podía decepciona­rlas. Estamos hablando de una compañía muy grande. De unas personas que se habían dejado el alma trabajando para Gianni, día y noche, que nunca le habían dicho que no. Lo último que quería era decepciona­rlos. Así que dije que sí, que iba a hacerlo lo mejor posible para sacar el negocio adelante. La gente pensaba que yo era fuerte y que tenía muy claro qué era lo que estaba haciendo». Pero ni era tan fuerte ni lo tenía todo tan claro. «Me escondí tras una máscara. Me sentía abrumada por el dolor causado por la muerte de Gianni. Era mi hermano. Mis hijos lo querían con locura. Y de la noche a la mañana, mi mundo entero, este castillo enorme, se vino abajo. No podía revelar mi dolor o mi insegurida­d porque, si lo hacía, los que trabajaban en la empresa comenzaría­n a pensar que no saldríamos adelante. Y decidí ponerme esta máscara. Siempre decía lo mismo: 'Vamos a salir adelante, somos lo bastante fuertes, no hay que preocupars­e'. Pero por dentro estaba llena de dudas. Lo pasé mal. Había estado fijándome en Gianni durante años, pero nunca me había dado cuenta de lo difícil que es estar al frente y escuchar todas las críticas». ¿Pasó muchas noches sin dormir? «Un montón. No cesaba de preguntarm­e si estaba haciéndolo bien». ¿Lloraba por las noches? «Sí, durante años. Cuando me hacían una entrevista, la primera pregunta siempre era: '¿Qué pensaría Gianni si ahora estuviera viéndola?'. Me lo preguntaro­n incontable­s veces. Y yo no podía responder. Se sentiría feliz... ¿quién lo sabía? A veces tenía pesadillas... Estaba a punto de presentar un desfile y Gianni aparecía y me espetaba: '¡Quita eso de ahí! ¡Es horroroso!'. Uf... ¡Pesadillas de este tipo en mitad de la noche!».

LA SOMBRA DEL GENIO

Su hermano dejó dicho: el infierno es la vida. Y Donatella no puede estar más de acuerdo. «Lo que viví fue un infierno. Ahora sé que no puedes sentirte segura de ti misma si antes no has pasado por el infierno. Necesitas experiment­ar esa insegurida­d, que la gente esté en tu contra. Porque Gianni era un auténtico genio... ¿y quién soy yo? El 80 por ciento de las personas del mundo de la moda me creía incapaz de hacerlo. Y en cierto modo tenían razón. Porque Gianni era un genio, un genio de verdad. Mi hermano hizo saltar las normas. No sabía lo que era el miedo. Es verdad que yo lo animaba a ir un paso más allá. Pero no es lo mismo animar que ser alguien. Yo no soy como Gianni. No soy genial. Solo soy una mujer práctica que vive en el mundo real. Debía demostrar a todos que estaban equivocado­s. Y eso es un infierno. No fue fácil en absoluto». Menos de tres meses después de la muerte de Gianni, Donatella recibió una estruendos­a ovación al final de su primer desfile en Milán. Pero nueve meses después organizó su primera muestra de alta costura, en el Ritz parisino, y los críticos no tuvieron piedad. Las ventas empezaron a caer. A medida que los rivales de Versace –Gucci, Prada y Armani– se expandían, inaugurand­o una tienda tras otra, Versace comenzaba a ser percibida como una firma agotada. Sus beneficios se desplomaro­n, hasta el punto de que la compañía estuvo a punto de desaparece­r en 2004. La situación de su directora artística no era menos difícil.

EXCESOS DE UNA DI VA

Donatella cada vez se comportaba de modo más inestable, y la culpa la tenía la cocaína. Según explica Deborah Ball –autora de House of Versace, la reveladora crónica sobre la ascensión, caída y nueva ascensión del imperio Versace–, raras veces se presentaba en una reunión antes del mediodía, vivía secuestrad­a por un pequeño círculo de pelotiller­os y en ocasiones esnifaba delante de los empleados. Su nombre estaba convirtién­dose en una especie de chiste, en sinónimo del mal gusto. En junio de 2004, la cena que había montado por el cumpleaños de su hija, Allegra, en el Palazzo Versace de Milán se vio interrumpi­da por la llegada de Elton John, íntimo amigo de Donatella. Sin que esta lo supiera, el cantante había hecho lo necesario para que la diseñadora ingresara en una clínica de Arizona especializ­ada en desintoxic­ación. Voló hacia allí esa misma noche y cuando salió de la clínica, dos meses y medio más tarde,

"VIVÍ UN INFIERNO. EL 80 POR CIENTO DEL MUNDO DE LA MODA ME CREÍA INCAPAZ"

"NO NECESITO UN MARIDO. LOS HOMBRES SIGUEN QUERIENDO QUE SU MUJER LOS ESPERE EN CASA"

era una nueva persona. Donatella prefiere no hablar del asunto. «Eso sí, voy a decirle que me siento más cómoda conmigo misma desde hace años, más segura de mí misma, más segura de la forma de llevar el negocio». En 2004, poco después de la estancia en la clínica, Giancarlo di Risio –antiguo jefazo de Fendi– fue nombrado consejero delegado de Versace. Di Risio racionaliz­ó la gestión y extendió la imagen de la marca al 'customizar' automóvile­s de lujo y aviones privados, al tiempo que abría hoteles de lujo con la marca Versace en Australia y Dubái. En 2016 lo sucedió Jonathan Akeroyd, que había estado al frente de Alexander McQueen. La familia Versace hoy es propietari­a del 80 por ciento de la empresa, tras la venta del 20 por ciento al fondo de inversión Blackstone.

EL TURNO DEDO NA T ELLA

Tras la muerte de Gianni, en su nuevo cargo de directora creativa, Donatella hizo que Versace se alejara de los ostentosos diseños de su hermano. Su objetivo: conseguir un look más sobrio y minimalist­a. «Gianni estuvo haciendo todas esas cosas en el momento correcto. Pero después de su muerte, el mundo ya era otro. Comprendí qué era lo que faltaba en Versace: prendas para llevar todos los días. Estábamos muy concentrad­os en vestidos de noche. ¿Por qué no intentar que la mujer fuera a la oficina vestida de Versace?». Si tuviera que resumir su filosofía de la moda en unas pocas palabras, ¿cuáles serían?: «El empoderami­ento de la mujer. La moda es una forma de empoderami­ento. Si te compras algo y te lo pones, lo que quieres es ofrecer una imagen excelente y sentirte mejor. Para mí es importante, tanto en tu negocio como en tu vida, tener un objetivo. Y en mi caso no se reduce a la ropa, tiene que ver con las mujeres. Soy una activista. A las mujeres se les ha estado brindando menos oportunida­des, pagándoles menos. Yo no estoy en contra de los hombres –me encantan los hombres, claro está–, pero hoy por fin podemos tener esta conversaci­ón, este debate sobre las mujeres y el poder, que a mí me resulta apasionant­e». ¿Alguna vez se ha sentido en desventaja por el hecho de ser mujer? «Pues claro. Cuántas veces habré estado en un consejo de administra­ción donde no hay más que hombres encorbatad­os... y yo, como soy rubia, voy maquillada y llevo ropas como estas, cuando abro la boca se me quedan mirando como preguntánd­ose: '¿Y esta tía ahora qué dice?'. Pero, bueno, con el tiempo he ido armándome del valor necesario para defender mis ideas y hoy todos me respetan... o eso creo». Donatella y Beck se divorciaro­n en 2000. ¿Hay otra persona en su vida? «Es posible –ríe–. No sé... No me gusta hablar de mi vida privada. Pero, digamos, que mi exmarido no ha sido la última persona, y dejémoslo ahí». ¿Le gustaría casarse otra vez? «Pues no, creo que no. ¿Cómo es la vida de una mujer casada? Vamos a ver, los hombres siguen esperando determinad­as cosas de su esposa. Que esté esperándol­os en casa cuando vuelven por las noches. Eso no ha cambiado. La mentalidad masculina es así. Es lo que hay. Se supone que la mujer tiene que estar esperando en casa, dispuesta a escuchar lo que su marido tenga que contarle. Es lo mismo con todos los hombres. Pero ¿a mí quién va a escucharme?». Pero no todos los hombres son así, objeto. Yo no soy así. «¿Usted no es así? En tal caso, quizá tendría que casarme con usted... Pero yo soy muy independie­nte. Me gusta viajar. No necesito un marido o una pareja. No me gusta vivir con otras personas. Me siento muy feliz y realizada con mi vida privada». Huelga decir que Donatella Versace fue educada en la fe católica. Ha conocido personalme­nte a los tres últimos papas en el Vaticano y asegura que reza con frecuencia, «aunque no al modo convencion­al. A veces ni me doy cuenta de que estoy rezando. Pero eso no está bien. Tendría que ponerle mayor dedicación. El mundo en que vivimos no me gusta demasiado. Me siento feliz con mi trabajo y con mi vida, pero después contemplo el mundo, y todas esas cosas horrorosas que pasan, y me digo que todos los que trabajamos en la moda y contamos con una voz, tendríamos que hacer uso de ella y ser de ayuda». Hace una pausa. «Es lo que pienso, que con diseñar ropas no es suficiente».

 ??  ??
 ??  ?? LA HEREDERA Allegra Versace (a la derecha) tiene 32 años, es hija de Donatella y de su exmarido, Paul Beck, y es la accionista mayoritari­a de Versace. Para gran sorpresa de todos, Gianni dejó la mayor parte de su herencia a su sobrina, entonces una niña.
LA HEREDERA Allegra Versace (a la derecha) tiene 32 años, es hija de Donatella y de su exmarido, Paul Beck, y es la accionista mayoritari­a de Versace. Para gran sorpresa de todos, Gianni dejó la mayor parte de su herencia a su sobrina, entonces una niña.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain