El Periódico - Castellano - Dominical

Testamento

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A veces asisto a funerales. Son ese tipo de eventos a los que no estás obligado a ir, pero al final vas por compromiso. El grado de popularida­d del o la difunta hace que la iglesia esté más o menos llena. Por suerte están los y las parroquian­as habituales, que hacen de relleno en caso de que el o la difunta no suscite demasiado interés. Lo de los y las parroquian­as habituales es meritorio, no solo por aguantar el soporífero tono de la lectura de los evangelios por parte del párroco (que no se molesta en disimular lo aburrido que le resulta su trabajo), sino que además han de depositar dinero en el platillo. Yo en ese momento pongo mi euro, temiendo que si no lo hago me ocurra algo terrible, ante esa mirada inquisitor­ia. Después, a la salida de la iglesia, te reencuentr­as con gente que hace tiempo que no ves. Y empieza el baile de frases hechas: «no somos nadie. Se van los mejores; bueno, no siempre, aún estoy yo aquí. Yo asistiré primero al tuyo. ¿Hacemos unas birras?». Llegado el momento, no quiero iglesias, no quiero curas, no quiero tumbas. Que mi cuerpo sea útil. ¿Donado a la ciencia? No, que te acumulan en un cuarto oscuro y lleno de polvo, junto a otros cuerpos. ¿Donar órganos? Dudo que deje algo aprovechab­le. Útil, digo útil. Alimento para buitres, lobos o leones. Vale, bajaré el listón. Alimento para cuervos, ratas o gusanos. Completar el ciclo de la vida sin más ceremonias. Útil hasta el final. Moled mis huesos y haced pastillas de caldo de sopa. Que aproveche. MARCOS MOYA G ARCÍ A. CORREO ELECTRÓNIC­O

"Médicos y enfermeras debieran vigilar más su lenguaje. El poder de la palabra es grande, en positivo y en negativo"

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