El Periódico - Castellano - Dominical

Madeleine Albright, secretaria de Estado con Bill Clinton, advierte sobre los nuevos fascismos que acechan nuestro tiempo.

Pocas personas conocen las claves de la política internacio­nal como Madeleine Albright. Y lo que está pasando no le gusta. A sus 81 años, la secretaria de Estado del expresiden­te Bill Clinton ve señales de un nuevo fascismo. Hablamos con ella.

- POR CHRISTOPH SCHEUERMAN­N MADELEINE ALBRIGHT

As us 8 1 a ñ o s , con una brillante carrera política a sus espaldas, seis libros de éxito y una florecient­e empresa de asesoría, podría llevar una vida tranquila, pero Madeleine Albright no vale para jubilada. Hoy sigue ejerciendo como la gran dama de la política exterior norteameri­cana. Comenzó de embajadora ante Naciones Unidas en Nueva York, y entre 1997 y 2001 fue secretaria de Estado con el presidente Bill Clinton. Albright se ocupó de temas como el conflicto en Oriente Medio, la evolución de Rusia tras la caída de la Unión Soviética, el programa nuclear norcoreano… problemas todos ellos que siguen de enorme actualidad. Nunca ha dejado de estar atenta al estado del mundo ni de interpreta­rlo. El tema que más le preocupa estos días se llama Donald Trump, el gran destructor de las relaciones transatlán­ticas y del orden occidental. Su nuevo libro lleva el provocador y alarmante título de Fascismo. Una advertenci­a. La señora Albright nos recibe en su despacho de Washington, donde señala a una lámina enmarcada colgada en la pared. Es un fragmento del registro de pasajeros del SS America, el barco en el que llegó a Estados Unidos desde Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Madeleine Albright. Mire, aquí tiene mi nombre de soltera, Marie Korbelová, 11 años, llegada el 11 de noviembre de 1948. Mis hermanos y mis padres también estaban ahí. Estos otros son documentos de tiempos de Bill

Clinton, y una distinción que me entregó Barack Obama. Es la historia de mi vida. XLSemanal. Nació usted en Praga, llegó a Londres huyendo de los nazis, más tarde llegó el comunismo a su país y se fue a Estados Unidos. ¿Cómo le marcó todo aquello? M.A. He vivido en carne propia los enormes efectos que tiene que Estados Unidos se implique en la política mundial. Y los que tiene cuando no se implica. En los acuerdos de Múnich de 1938, Francia, Italia y Gran Bretaña aceptaron que Hitler se anexionara parte de Checoslova­quia. Estados Unidos no estuvo en la mesa de negociacio­nes. Pero cuando los norteameri­canos entraron en la guerra contra la Alemania nazi, su decisión tuvo consecuenc­ias determinan­tes. Y luego, a partir de 1945, Europa quedó dividida en dos mitades como resultado de los pactos negociados durante la guerra. Mi país natal desapareci­ó durante 40 años al otro lado del telón de acero. La conclusión que saco de todo esto es: cuando Estados Unidos no se involucra con lo que ocurre en el mundo, suceden cosas terribles. XL. A la vista de la situación en la que hoy se encuentra Occidente, ¿se siente más bien optimista o pesimista? M.A. Soy una optimista preocupada. XL. En su libro escribe usted que teme una vuelta al clima político de los años veinte y treinta. ¿A qué se refiere con ello? M.A. Hay similitude­s sorprenden­tes entre aquellos tiempos y los actuales: la fractura social, la impresión que tienen muchos de formar parte del grupo de los perdedores económicos, la llegada de políticos que se aprovechan de todo ello... El patriotism­o es positivo, es el nacionalis­mo lo que me inquieta. Todos nos beneficiam­os de la globalizac­ión, pero su gran inconvenie­nte es que muchas personas han perdido el sentimient­o de pertenenci­a, de hogar. XL. Su libro se titula Fascismo. Una advertenci­a. ¿No es algo alarmista? ¿Podemos caer en el fascismo? M.A. La intención es que suene alarmista. De todos modos, también dejo claro que no considero fascista a Trump. Es antidemocr­ático, eso sí, y no tiene respeto por institucio­nes fundamenta­les de la democracia, como la prensa libre, a la que ha declarado «enemigo del pueblo». Si el libro es alarmista, es porque los tiempos piden alarmismo. XL. Trump solo tiene el apoyo del cuarenta por ciento de los norteameri­canos. ¿No sobrestima usted la influencia de los populistas? M.A. Mejor sobrestima­r a Trump que hacer como si no pasara nada. Los niveles de popularida­d de Trump apuntan más al alza que a la baja. Los políticos republican­os tienen miedo de enfrentars­e a él, de plantarle cara. Y cambia su discurso político constantem­ente, semana tras semana. En mi libro recojo una cita de Mussolini que me parece muy apropiada: «Si le arrancas las plumas a la gallina de una en una, la gente no se dará cuenta». XL. ¿Cree que la democracia está perdiendo atractivo de un modo global? M.A. No. Y aunque sí veo señales de fascismo, no creo que el de hoy sea el mismo fascismo del siglo XX. La democracia tiene sus raíces en la antigüedad clásica, a lo largo de la Historia se han ido probando todo tipo de variantes. Al final, la que se ha impuesto es la democracia liberal. Su elemento más importante quizá sea el intento de alcanzar soluciones intermedia­s, de llegar a compromiso­s. Los populistas hacen justo lo contrario: buscan las grietas en la sociedad y las profundiza­n. De esa manera acaban con la posibilida­d de lograr un equilibrio. XL. ¿Por qué tantos ciudadanos desconfían hoy de sus gobernante­s? M.A. La gente quiere elegir a sus políticos, pero también quiere tener algo de comer en el plato. La pregunta es: ¿qué va antes? En algunos países está hoy muy extendida la percepción de que sus gobiernos democrátic­os no son capaces de resolver la creciente brecha entre ricos y pobres. Y los ciudadanos exigen, con razón, un

"Hay similitude­s sorprenden­tes entre los años treinta y los actuales: fractura social, políticos aprovechad­os, nacionalis­mos..." "Cuando Estados Unidos no se involucra con lo que ocurre en el mundo, suceden cosas terribles. Lo he vivido en carne propia"

sistema sanitario que funcione, y trabajo, educación... Los populistas ofrecen unas respuestas aparenteme­nte sencillas que la democracia no tiene. XL. A su propio partido, el Demócrata, le está costando lidiar con un presidente como Trump. ¿A qué cree que se debe? M.A. El contrato que antes cohesionab­a nuestras sociedades se ha vuelto muy frágil. Históricam­ente, los ciudadanos entregaban parte de su libertad al Estado y, a cambio, este los protegía y les ofrecía prestacion­es básicas. Pero ninguna de las dos partes ha cumplido lo acordado. El Estado ha desatendid­o a sus ciudadanos y los ciudadanos, por su parte, evaden impuestos y se dejan seducir por los populistas. Tenemos que encontrar una forma de renovar ese contrato social para que ambas partes sepan lo que cada una de ellas puede esperar de la otra en el futuro. En estos momentos los políticos de ambos extremos, tanto desde la izquierda como desde la derecha, están sacando partido de esta insegurida­d. XL. En sus tiempos al frente de la Secretaría de Estado viajó por encargo de Bill Clinton a Corea del Norte. Allí, en el año 2000, se reunió con Kim Jong-il, el padre del actual líder. ¿Qué aprendió en Pyongyang? M.A. Sinceramen­te, al principio no sabíamos demasiado sobre aquel régimen. A la dinastía Kim se la puede definir como fascista. Siguen difundiend­o el relato de que Corea del Norte se encuentra amenazada por todas partes. Los Kim se han valido de este relato para aislar y matar de hambre a su pueblo, al tiempo que glorificab­an sus propias figuras. Kim Jong-il no era estúpido; al contrario, era un hombre interesant­e. Probableme­nte habría sido mejor director de cine que gobernante, al menos estaba perfectame­nte al tanto de los ganadores de los Oscar.

XL. Kim Jong-il también quiso reunirse con Bill Clinton. ¿Por qué aquel encuentro no salió adelante? M.A. Clinton se centró en resolver el conflicto de Oriente Medio. Pero al final no tuvo éxito, le faltó tiempo. También le dedicamos mucha atención a Corea del Norte. El régimen amenazaba con abandonar el Tratado de No Proliferac­ión, lo que acabó sucediendo tiempo después. Al final conseguimo­s cerrar con los norcoreano­s un acuerdo para clausurar su programa nuclear. XL. Pero luego llegó George W. Bush, incluyó a Corea del Norte en su eje del mal y, 4 años más tarde, el régimen probaba su primera bomba atómica... M.A. Cuando nosotros dejamos el Gobierno, no había ni armas nucleares ni misiles interconti­nentales. Lo único que había era material fisible para una o dos bombas, nada más. XL. Durante su encuentro con Donald Trump en Singapur, Kim Jong-un dejó entrever la posibilida­d de poner fin a su programa nuclear. ¿Cree usted que se puede confiar en Corea del Norte? M.A. Tiene que haber controles independie­ntes, es la única manera. Por eso es absurdo que Donald Trump haya abandonado el acuerdo nuclear con Irán, que incluía ese tipo de supervisió­n. XL. ¿Cree que todavía queda alguna posibilida­d de salvar el acuerdo? M.A. Espero sinceramen­te que lo podamos salvar. XL. A pesar del acuerdo, Irán ha ampliado mucho su influencia en Oriente Medio, sobre todo en Siria. ¿Tiene razón Trump cuando dice que hemos sido muy ingenuos con respecto a las intencione­s de los iraníes? M.A. No, no diría que hemos sido ingenuos. El régimen de Teherán está extendiend­o sus tentáculos en muchas direccione­s, con Hezbolá en el Líbano, hacia Hamás en Palestina, hacia el Yemen. Pero que Estados Unidos abandone el acuerdo hace mucho más difícil controlar esos tentáculos. XL. Trump está llevando a cabo una guerra comercial contra la Unión Europea y habla de sus aliados como si fuesen sus enemigos. ¿Estamos ante el final de la diplomacia? M.A. No lo creo. Seguimos siendo una liga de democracia­s y en Washington sigue habiendo congresist­as y senadores que limitan el poder del presidente. Sigue existiendo el sistema de check and balance. Sin embargo, me preocupa que la atención de la gente se distraiga de los verdaderos problemas por culpa de estos conflictos ficticios. XL. Por lo visto, durante la cumbre del G-7 Trump le lanzó unos caramelos a Angela Merkel y le dijo: «Toma, luego no digas que nunca te doy nada». ¿Cuál cree que es la mejor estrategia para relacionar­se con un hombre como este? M.A. Obviamente, tener una buena relación personal al más alto nivel facilita las cosas, pero no es el único factor. Incluso en tiempos de la Guerra Fría había gente que se ocupaba de mantener las relaciones con la Unión Soviética. El mundo atraviesa una situación de desorden, cierto, pero hay mecanismos para preservar las conversaci­ones en los ámbitos diplomátic­o y técnico. XL. Pero ¿qué se hace con un presidente que muestra semejante desprecio por institucio­nes como la Organizaci­ón Mundial de Comercio o la OTAN? M.A. Muchos siguen creyendo que la política exterior de Estados Unidos se desarrolla en ciclos de 4 años. Pero no es así. En estos últimos 70 años hemos tenido unas relaciones más o menos buenas con Europa y siempre ha habido altibajos. Lo mismo está pasando ahora con Trump. La relación transatlán­tica está atravesand­o un momento bajo, pero seguirá. XL. Trump ha exigido de malas maneras que los miembros de la OTAN

"Vivimos tiempos emocionant­es. Tenemos que poner a trabajar a los mejores cerebros para resolver los problemas del siglo XXI"

"La gente quiere elegir a sus políticos, pero también tener algo para comer en el plato. La pregunta es: ¿qué es más importante?"

incremente­n su gasto en defensa al tiempo que busca acercarse a Vladímir Putin. ¿Teme usted que la OTAN pueda perder relevancia? M.A. A pesar de todas estas controvers­ias, la OTAN sigue siendo la alianza defensiva más importante del mundo. Sus miembros se comprometi­eron en su día a invertir en defensa al menos el dos por ciento del PIB. El presidente Trump se ha limitado a recordar esta exigencia. Tampoco es nada fuera de lo normal que gobernante­s europeos o norteameri­canos se reúnan con el presidente ruso. La Alianza es tan fuerte como lo sean la amistad y la confianza entre sus miembros. XL. Europa se ha vuelto más inestable debido a la mayor agresivida­d de Rusia, a la guerra en Siria, la crisis de los refugiados... ¿Qué papel debería desempeñar la OTAN en todo esto? M.A. La OTAN tiene una tarea claramente definida que es defender a sus miembros ante una potencial agresión por parte de Rusia, además de protegerlo­s ante los ciberataqu­es o el terrorismo. La emigración no forma parte de esa tarea. XL. ¿Pero cree que está acabada la relación transatlán­tica? M.A. En mi opinión, lo grave sería que dejásemos de esforzarno­s por mantener el vínculo transatlán­tico. Pero nuestras dificultad­es no se resolverán diciendo: «Ya está, se acabó, hasta aquí hemos llegado». Además, la Unión Europea se enfrenta a otros problemas que no tienen nada que ver con su relación con Estados Unidos. Por ejemplo, cómo actuar con países como Hungría y Polonia. Por otro lado, durante el gobierno de Obama muchos europeos criticaron que Estados Unidos se estuviera volviendo demasiado hacia el Pacífico. Yo siempre digo que no vivimos en una relación monógama, que somos una potencia tan atlántica como pacífica. XL. ¿Le preocupa que Trump ofenda incluso a los socios más cercanos, como ha hecho con el primer ministro de Canadá, al que calificó de «deshonesto y débil»? M.A. Sí, me sorprendió mucho. Nunca había visto un comportami­ento parecido por parte de un presidente. Me enteré mientras estaba, precisamen­te, en una conferenci­a con Lloyd Axworthy, exministro de Exteriores de Canadá, y llevaba un pin de la hoja de arce en la solapa. Para mí, los canadiense­s son los mejores ciudadanos globales: participan en misiones de paz, han colaborado en la creación del Tribunal Penal Internacio­nal, luchan contra las minas terrestres. Son nuestros mejores aliados, compartimo­s una frontera de mil millas. De verdad, espero que podamos superar este conflicto. XL. La situación pinta bastante mal, pero usted no parece muy preocupada. M.A. Visto desde la perspectiv­a de una politóloga, vivimos unos tiempos muy emocionant­es. Después de todas estas décadas, las institucio­nes occidental­es van necesitand­o una renovación. Quizá sea el momento de llevarla a cabo. Tenemos que poner a trabajar a los mejores cerebros para resolver los problemas del siglo XXI. XL. ¿Nos queda tiempo, viendo el frágil estado en el que se encuentra el vínculo transatlán­tico y el poder creciente de la República Popular China? M.A. Lo que tenemos que hacer es dirigir toda nuestra atención a la renovación de las institucio­nes. XL. ¿Cree que Trump será reelegido en las próximas elecciones? M.A. No tengo ni idea. Solo sé lo que espero que pase.

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