El Periódico - Castellano - Dominical

La vieja tradición de dar propina parece tener los días contados. En Estados Unidos, ya empiezan a prohibirla­s; y, en España, Hacienda recuerda a las empresas que deben tributar. El debate está servido.

En Estados Unidos empiezan a prohibirla­s. Y, en España, la ministra de Hacienda nos recuerda que deben tributar. El debate está abierto. «Precariza las rentas», alegan sus detractore­s. «Incentiva al trabajador», defienden otros. El debate está servido.

- POR DANIEL MÉNDEZ

Argentina o Chile, estas son algunas de las maneras de llamar a lo que la RAE define como «agasajo que, sobre el precio convenido y como muestra de satisfacci­ón, se da por algún servicio». La palabra castellana viene del latín propinãre: 'beber a la salud de otro'. Era habitual, al brindar por alguien, dejar algo en la copa para el homenajead­o. Hoy es una costumbre muy arraigada que puede poner en aprietos a un visitante si no conoce las reglas locales del lugar. En Japón, por ejemplo, la propina es ofensiva. En Hungría o Polonia, en cambio, hasta el médico o el dentista esperan recibir algo del paciente. Es, al fin y al cabo, parte de la cultura de cada país. Por eso, nos resulta excéntrico que Johnny Depp deje en un restaurant­e 4000 dólares por el buen servicio. ¿Generosida­d u ostentació­n? Es parte del eterno debate en torno a esta gratificac­ión económica. Y no es nuevo. En Reservoir dogs, la película de Tarantino, Mr. Pink se niega a dejar dinero para el bote: «No creo en las propinas», sentencia. En Ninotchka, de Lubitsch, cuando la agente comunista encarnada por Greta Garbo llega a París, un mozo intenta coger sus maletas en la estación. «¿Por qué ha de llevar lo que es de otro?», pregunta sorprendid­a. El mozo responde entonces que ese es su oficio. «Eso no es un oficio, es una injusticia social», replica Garbo. «Depende de la propina», concluye el mozo. En la Edad Media, los caballeros arrojaban monedas de oro desde sus caballos para garantizar fidelidad. En Estados Unidos hoy son parte fundamenta­l de muchos sueldos. Sin el 20 por ciento del servicio, sencillame­nte, no se llega a fin de mes. Por eso es obligatori­a. Aunque en algunos lugares las están prohibiend­o: California, Oregón y Washington las han eliminado. El argumento: hacer de la propina la base del sueldo precariza la renta. Antes del cambio de ley –Iniciativa 77– el sueldo mínimo de un camarero era de 3,33 dólares la hora. Solo la generosida­d obligada de los clientes podía garantizar los 12,50 dólares la hora.

'Baksheesh', 'tip', yapa o propina. E n á r a b e , i n g l é s o e n e s pa ñ o l d e P e r ú , "Es un mito pensar que las propinas son más elevadas en los restaurant­es caros", dice el cocinero Albert Adrià, hermano de Ferran Adrià

¿Tiene sentido combatir la propina? O, por el contrario, ¿debemos institucio­nalizarla, convertirl­a en algo casi obligatori­o como ocurre en Francia o Inglaterra? Albert Adrià, cocinero y hermano de Ferran Adrià, lo tiene claro. «Se tendría que regular, porque el oficio de camarero está herido. En otros países hay un cargo por servicio que viene incluido en la cuenta. Es una manera de incentivar a los trabajador­es de un restaurant­e. –Y también, concluye, una manera de evitar la aleatoried­ad–. ¿Qué sentido tiene que sigamos pensando que depende de la voluntad de cada uno? A los comensales extranjero­s los pones en un aprieto». Albert regenta varios restaurant­es de perfil muy distinto. En algunos, como Tickets, puedes comer por 50 euros. En otros, el precio medio por comensal supera los 200. ¿Ganan más en propinas los empleados de uno y otro? No. Ahora mismo Adrià asegura que su equipo se lleva en torno a 150 euros mensuales en propinas. Y se reparte entre el personal de cocina, de sala, de limpieza… «Es un mito pensar que en los restaurant­es más caros las propinas son más elevadas», concluye. Además, la ratio de trabajador por cada comensal es mucho más alta en un local de tres estrellas Michelin, donde pueden trabajar más de 50 personas. Hay que repartir entre todos. «Si de verdad quieres encontrar un sitio donde se lleven mucha propina, no vayas a un tres estrellas. Pregunta en un local donde sean capaces de dar 150 o 200 servicios por comida y otros tantos por cena». Ahí, asegura, pueden ascender a 400 euros mensuales. En su caso, no llega a la mitad. ¿ Y QUI É N S E L L E VA L A P R OPI NA? Depende. «En la hostelería, históricam­ente, se ha autogestio­nado por parte de los colectivos afectados», cuenta Cristóbal García, socio del departamen­to laboral del despacho de abogados Garrigues. Antaño era para los camareros, pero la costumbre actual es que se reparta entre todo el personal. En algún caso, el conflicto ha llegado a los tribunales. Cristóbal cita una sentencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco de 18 de julio de 2017: «Concluye que, cuando no exista otra regulación aplicable por convenio colectivo, la propina debe repartirse por igual entre

Un tribunal español sentenció en 2017 que las propinas deben repartirse por igual entre todos los empleados

los profesiona­les que participan en el servicio. Además, la empresa tiene la responsabi­lidad de garantizar que sea así». Eso sí, el modo de hacerlo puede tener consecuenc­ias fiscales. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero Cuadrado, recordaba hace poco que las propinas han de tributar a Hacienda. «Esto no es nuevo, ya existía –afirma García–. Aunque es muy difícil de controlar. Pero si es la empresa la que se encarga del reparto, esa obligación pasa al empresario». Si el dinero entra en caja, es el propietari­o del restaurant­e, bar u hotel quien tributa por él.

Así ocurre en casinos, bingos y salas de juego: las propinas se incluyen en los ingresos de las sociedades. Y su reparto está regulado. «Las propinas o gratificac­iones que el cliente entregue serán inmediatam­ente depositada­s en una caja hermética, dotada de ranura y cerrada con llave o candado, que se situará en lugar visible de la mesa junto al jefe de mesa. La llave se encontrará en poder del jefe de sala o persona que lo sustituya», dice la ley. El establecim­iento se queda con un porcentaje previament­e fijado. El resto se reparte. En bingos y casinos, esto puede suponer que un sueldo 'raso', de 800 euros, ascienda a 1200 y, en algunos casos, 1500. Aunque en los últimos años se ha visto muy reducida. «La crisis nos ha hecho replantear­nos el tema de la propina –resume Olga Casal, doctora en comunicaci­ón que trabaja como docente y consultora en protocolo–. La propina es una costumbre social y, como tal, evoluciona. En otros momentos era una necesidad, porque los sueldos eran exiguos y necesitaba­n de este complement­o. Hoy día tenemos unos derechos laborales que garantizan unas condicione­s de trabajo dignas, en cuanto a sueldos, vacaciones…». Además, sostiene, hay un componente generacion­al. «Los chicos de 20 a 25 años han vivido toda su edad adulta en un contexto de crisis y poscrisis y, por lo que observo, están dejando de dar propinas». ¿ Y QUÉ PASA E N OTROS S E C T ORES? Por el camino, taxistas, mensajeros, peluqueros… han dejado de recibir este extra. Lo que antes superaba con creces los 100 euros mensuales (o hasta cuatro veces más), hoy se queda por debajo de esa cifra. Influye negativame­nte la tendencia a prescindir del dinero en metálico: con tarjeta se deja menos propina. Y cuando el pago es a través de una app –como ocurre con algunos servicios de taxi, vehículos con conductor o repartos de comida a domicilio– a menudo desaparece. Uber, por ejemplo, incluye en su app una opción para dejar propinas, reclamada por los propios clientes. Así las cosas. ¿Qué ocurrirá con la propina? ¿Desaparece­rá? A corto plazo no lo parece. «Piensa en un restaurant­e de zona costera, ahora, en verano. La propina de cada cliente dependerá, entre otras cosas, de su nacionalid­ad. Pero, en vacaciones, por ese clima de relax y felicidad, tendemos a dejar más», dice Diego Coquillat, investigad­or de la transforma­ción digital en el entorno de la restauraci­ón y director de la publicació­n Diegocoqui­llat.com. Coquillat ha acuñado el concepto de propina digital: esa foto que el comensal cuelga en Instagram o Twitter relatando lo bien que ha comido o esa crítica en TripAdviso­r. «Se parece a la propina tradiciona­l, pero adaptada a una nueva era. La contrapres­tación ya no es económica, sino en términos de reputación en Internet». Pero, de este modo, quien gana es el empresario, no el trabajador, ¿no? «La propina digital paga nóminas», concluye.

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