El Periódico - Castellano - Dominical

En la frontera entre Turquía y Grecia, el río Evros es una trampa mortal para migrantes. Un forense griego intenta identifica­r sus cuerpos.

El peligroso río Evros, entre Grecia y Turquía, es la tumba de miles de migrantes. Muchos cuerpos se quedan atrapados para siempre en el fondo. Otros emergen deformados e irreconoci­bles. El forense griego Pavlos Pavlidis ha ideado un método para identific

- POR CLÉMENTINE ATHANASIAD­IS / FOTOGRAFÍA­S: EMILIEN URBANO

Los pasos de Pavlos Pavlidis, envuelto en una bata blanca, resuenan en el enlosado. En la sala fría y minimalist­a, tres grandes neveras de metal gris muestran una temperatur­a de –10 grados centígrado­s. Con u n g e s t o s e c o y mec á n i c o, este hombre de silueta estilizada atrae hacia él una mesa mortuoria. Un saco verde oscuro envuelve al difunto. Todo lo que se sabe de él está escrito sobre una hoja blanca pegada con celo: que es un hombre y la fecha en la que se encontró. El depósito está aislado en el sótano del Hospital Universita­rio de Alejandróp­olis, al norte de Grecia. Dieciocho cuerpos de migrantes se encuentran allí en este momento. Hombres y mujeres muertos tratando de pasar ilegalment­e desde Turquía. «Pedí un contenedor suplementa­rio por falta de espacio», dice.

"A diferencia del agua del mar, la de los ríos no conserva los cuerpos", explica el doctor Pavlidis

Para explicar la tragedia que se vive en Evros –una región fronteriza de Grecia–, Pavlos Pavlidis, de 45 años, es parco en palabras y deja que hablen las imágenes. En la pantalla de su ordenador desfilan las fotografía­s de hombres y mujeres. Cuerpos en descomposi­ción, hinchados, triturados, irreconoci­bles... «Antes de proceder a la autopsia, a veces ocurre que no podemos ni distinguir el sexo de la persona», dice el doctor Pavlidis. Encontrado­s por pescadores o por la Policía, la mayoría se ahogó en el río Evros, que forma, a lo largo de una centena de kilómetros, una frontera natural entre Grecia y Turquía. Desde los años noventa, el Evros es un punto de paso para los migrantes en dirección a Europa. La travesía se hace en unos pocos segundos, pero es muy peligrosa y, en numerosos casos, mortal. «La corriente es muy fuerte y el agua, muy profunda», explica el forense. RUTAS DE LOS CONTRABAND­ISTAS. Desde que la Unión Europea y Turquía, hace dos años, acordaron bloquear el mar Egeo ante la llegada de un millón de personas a las islas griegas, el flujo migratorio se ha desplazado hacia el río Evros. Los cruces se hacen por las mismas rutas de los contraband­istas entre Asia y Europa, en un laberinto de pantanos, dunas y cañaverale­s por los que no es fácil orientarse. ¿Cuántos llegan a cruzar? No se sabe, pero los aduaneros de la Unión Europea intercepta­ron el año pasado a 5650. Y ya van 9000 este año, según Acnur. Además, Turquía informó de unos 21.000 arrestos en 2017. El camino es traicioner­o y las morgues locales están abarrotada­s de cadáveres. El peligro no solo está en el río. Se han descubiert­o cuerpos de quienes habían sido atacados por perros salvajes o atropellad­os en las vías del tren. Pavlos Pavlidis encadena los cigarrillo­s. Tiene la sangre fría propia de su profesión, pero las primeras autopsias que realizó le impidieron dormir durante varias noches. En total, se han contabiliz­ado 1500 cuerpos en 18 años, pero pueden ser muchos más. «Contrariam­ente al agua del mar, la de río no preserva los cuerpos –explica Plavidis–. Se quedan retenidos en el fondo de un agua opaca, llena de cieno y de ramas. Algunos cuerpos no salen nunca a la superficie. Los de los niños no dejan ningún rastro. Los devoran los peces». ASFIXIA E HIPOTERMIA. En sus 18 años de carrera profesiona­l, Pavlos Pavlidis se ha convertido en un testigo excepciona­l del drama migratorio. Examina los cadáveres que el río ha querido devolver, pero también los casos de hipotermia: en concreto, 373. Del lado turco, las cifras no se dan a conocer. Desde el año 2000, cuando tomó la dirección del laboratori­o de medicina legal, Pavlos Pavlidis ha creado un procedimie­nto de identifica­ción único. A cada cadáver le realiza una autopsia y le toma muestras de ADN que comunica a las autoridade­s y a la Cruz Roja. Todos los difuntos poseen así un número propio. Fotos, datos y objetos personales se inventaría­n y se guardan meticulosa­mente. «Empecé con este protocolo porque los familiares buscan a sus desapareci­dos después de algunos meses –cuenta–. La gente necesita respuestas, si puedo decirles si sus amigos o sus hijos están en una de mis neveras… es importante para mí. Es así como veo el sentido de mi trabajo», insiste, llenando su historia de fotografía­s y de cartografí­as de la región. Hasta hoy, ha identifica­do a poco más de cien personas, la mayoría originaria­s, sobre todo, de Pakistán, Siria, Irak, Afganistán, Somalia… UNA LABOR MINUCIOSA. Para hacer hablar a los muertos, el doctor Pavlidis se apoya sobre todo en los objetos personales. De la taquilla que está cerca de su despacho extrae lo que parece una gran caja de zapatos. En el interior ha conservado todo lo que ha encontrado: portátiles, fotografía­s, joyas, paquetes de cigarrillo­s, cartas, amuletos africanos… Con cada objeto que coge se acuerda del cuerpo, del año y de la causa de la muerte.

Los cuerpos de los niños ahogados en el río Evros no se recuperan: son devorados por los peces

En su ordenador guarda la foto de un ahogado. Su piel se había puesto verde, le faltaba una parte de la cara, devorada por los peces y los gusanos que habitan el Evros. En uno de sus dedos llevaba un anillo negro. Hace unos días, estos detalles permitiero­n identifica­r a un afgano de 24 años. «Su hermano mayor fue primero a la Policía, que lo redirigió a mí. Habían intentado cruzar juntos hace más de un mes. El más joven se ahogó y no sobrevivió», explica el médico, renuente a mostrar la brutalidad de las fotos a los allegados. Tras obtener y comparar el ADN de los hermanos, el cadáver fue devuelto a su familia. «Cuando eso ocurre, me digo que no hago todo esto en vano». En la morgue, los cuerpos permanecen hasta tres meses. Si nadie los reclama, son enterrados a unos 70 kilómetros de allí, en la parte alta del pueblo de Sidiro, bajo unos montículos de tierra. «Lo que me interesa no son los que consiguen pasar la frontera, sino aquellos otros que no lo logran». El forense Pavlos Pavlidis dice que teme los meses de verano. Es entonces cuando el agua del río Evros baja de nuevo y los cadáveres emergen a la superficie.

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En la morgue guardan los objetos encontrado­s junto a los cadáveres. Fotos, joyas, monedas, amuletos, cartas, móviles... Acaban de identifica­r a un afgano de 24 años por un anillo: lo reconoció su hermano, que cruzó el Evros antes que él. GRACIAS A UN ANILLO
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El doctor recoge muestras de ADN de los cadáveres y los coteja con informació­n de las autoridade­s y la Cruz Roja. Así ha podido identifica­r a más de 100 personas. MUESTRAS DE ADN

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