El Periódico - Castellano - Dominical

Derecho al miedo

- por David Trueba

amí me gusta llamarlo la tiranía sin tiranos, porque evidencia una deriva de la democracia muy de nuestros días. Utilizamos los medios que nos pone al alcance la libertad para optar por soluciones dictatoria­les. El último ejemplo ha venido de Brasil, donde la primera ronda de votaciones electorale­s ha concedido una mayoría aplastante al candidato Bolsonaro. Su apellido resuena con la potencia de los nombres comerciale­s de más éxito. En su caso, además, se confirma la predilecci­ón de los electores por las sagas familiares. Sus hijos forman parte de la candidatur­a y han obtenido asientos parlamenta­rios. He aquí otro rasgo del mundo en que vivimos. Quizá la monarquía no tiene buena prensa, pero los sentimient­os monárquico­s invaden la esfera electoral y ya no se elige tan solo a personas, sino a familias que se van pasando el relevo por código genético más que ideológico. Cuando uno habla de los Bush, los Trump, los Clinton, los Le Pen, no puede evitar verlos reducidos de modo ridículo a sagas monárquica­s en tiempos de democracia. La tiranía sin tiranos consiste en la delegación del mal en representa­ntes democrátic­os, ellos son elegidos para ejercer de malvados, mientras sus votantes eluden la culpa. Pero a estas alturas no queda nadie que dude de la gran popularida­d de Hitler, Stalin, Franco o Mussolini en sus tiempos de poder. ¿Acaso eso los convertía en líderes democrátic­os? La confusión entre la popularida­d y la democracia es lamentable. Se escucha a mucha gente tratar de terminar cualquier discusión con la orden de votar. Se vota y así decidimos. Si el voto significa sepultar la opción del otro porque resulta perdedora numéricame­nte, contradice de raíz su esencia democrátic­a. Por eso el liderazgo de los nuevos agentes reaccionar­ios no aparenta contradeci­r la democracia, pero la desnuda de su valor esencial, que no es otro que el respeto por las minorías, por los menos representa­dos. En muchos casos, el avance de estas propuestas xenófobas y autoritari­as se debe a una reacción contra los progresos de las sociedades. Hemos impuesto un ritmo de reformas civiles que no toda la sociedad ha acompañado. En las últimas semanas se ha escuchado a cada líder del nuevo fascismo, ya sea español o brasileño, hablar en contra de las leyes de protección a las mujeres, de los matrimonio­s homosexual­es, de las políticas transgéner­o. Anticipan un apoyo popular para los que pretenden frenar esos avances, quizá porque el progreso no ha venido acompañado de pedagogía. Sin obviar, por supuesto, la honda raíz religiosa de tales movimiento­s políticos, quienes pensaban que el integrismo era solo una cualidad del islamismo radical estaba equivocado. Todo dogma fabrica integrista­s. El error consiste en enfrentars­e a estos liderazgos reaccionar­ios desde el desprecio a sus votantes. Lo vemos habitualme­nte en Estados Unidos, donde se tilda con facilidad a los votantes de Trump de incultos, paletos y racistas. Puede que lo sean, pero todo votante merece un esfuerzo de seducción. Los que apoyaron a Trump, como muchos votantes de Salvini y Le Pen, fueron antes votantes de proyectos fallidos de izquierdas, perdieron la paciencia y, sin traicionar a su origen obrero, se radicaliza­ron. Si se observa atentament­e la escalada de la ultraderec­ha en el mundo, se comprende que responde a un miedo generaliza­do. Nosotros somos nuestros miedos, nunca debemos olvidarlo. Cometimos un error al no incluir entre la lista de derechos humanos el derecho a tener miedo. La libertad es un espacio incierto, donde el respeto por el otro, por su diferencia y su expresión abierta, en ocasiones nos expone a lo imprevisib­le. Eso nos provoca miedo. No es raro que dentro de nosotros se esconda un reaccionar­io, al que solo la transmisió­n de confianza y la esperanza positiva convertirá­n en un creyente de las bondades del progreso. La seducción a través de ese miedo es la que lleva a masas de votantes en democracia a elegir a golpistas. Si antes el militarism­o y el autoritari­smo se imponían con tanques que suspendían el acuerdo democrátic­o, ahora han dado con un camino más sencillo a través de las urnas. Es menos doloroso, pero mucho más cínico. Por eso la suma de democracia y miedo obtiene el grado cero de libertad. Atajar el miedo es la potencia pendiente del sistema libre. Lo otro es insultar al rival sin el menor deseo de comprender­lo, la peor receta en democracia.

El error consiste en enfrentars­e a estos liderazgos reaccionar­ios desde el desprecio a sus votantes

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