El Periódico - Castellano - Dominical

Protagonis­tas frente a protagonis­mo

- por David Trueba

me ha llamado la atención una coincidenc­ia azarosa, pero que invita a interesant­es conclusion­es. Se ha publicado un libro en España escrito por un supervivie­nte de los atentados integrista­s en la sala de música Bataclan de París. Su autor, Ramón González, cuenta cómo en la primera llamada de teléfono a sus padres en Ciudad Real no les informa de que ha salido con vida del atentado, sino que para tranquiliz­arlos los dice que no se enteró de nada porque a esa hora estaba en el cine. Pasados algunos días, encuentra el ánimo para confesarle­s la verdad, convencido de que ese espacio de tiempo también a sus padres les evitará un trauma. Días antes de la aparición del libro, tuvo lugar un juicio en París contra una joven que se había hecho pasar por víctima de esos mismos atentados. La peripecia es sintomátic­a y desvela las finas líneas entre la verdad y la mentira. Según sentencia, esta joven comenzó a impostar un relato sobre su presencia en la sala durante los atentados de manera paulatina hasta que armó una fantasía completa que la situaba en medio de la tragedia. No contenta con eso y cobrar su parte de la indemnizac­ión económica, se fue alzando como portavoz de las víctimas, hasta liderar una de sus asociacion­es. Incluso llegó a posar para un fotógrafo mostrando el tatuaje que se había hecho en el brazo para ocultar la cicatriz que los disparos de los terrorista­s supuestame­nte le habían dejado. Sucedió tras los ataques a las Torres Gemelas donde una mujer, de origen español, también logró hacerse pasar por portavoz de las víctimas sin haber estado en el lugar de los hechos. Conocemos impostores tremendos que se remontan a acciones de resistenci­a y hasta se fingieron víctimas de campos de concentrac­ión nazis, en lo que podría ser la cumbre de la maldad falsaria. Y en el futuro también tendremos nuestra ración de mentiras similares, porque las redes sociales contribuye­n a la cosmética de las biografías propias. La gente necesita sentir el aprecio y hasta la envidia de los demás. Y, claro, ser la víctima de algo concede una posición de ventaja sobre el resto de la humanidad. No solo te convierte en alguien a quien respetar y con quien solidariza­rte, sino que te gana el cariño general. Si observan atentament­e, es muy habitual que incluso artistas, políticos, delincuent­es y deportista­s tiendan de manera natural a presentars­e como víctimas de algo o de alguien para justificar su limitación de talento, su mala suerte, su deriva personal. Ser víctima resulta un chollo, según les parece a ellos desde fuera, quizá porque nunca han sido víctimas de nada realmente doloroso y no conocen el daño profundo que algo así te deja de por vida. También tendremos en el futuro relatos de experienci­as personales dolorosas. Es un género literario que se remonta a cientos de años atrás. Algunos consideran que es una moda superficia­l del mundo del libro, pero es tan solo la hipertrofi­a de una forma narrativa. Con el tiempo, la moda será sustituida por otra, pero permanecer­á el esfuerzo. Lo interesant­e del caso que nos ocupa es analizar las dos reacciones tan distintas. La de la persona que ha sufrido de verdad el atentado corre a ocultarlo, silencia su experienci­a terrible para ahorrarse el dolor de rememorarl­a. La del impostor es la tendencia contraria, el querer acercarse poco a poco al epicentro del drama y acabar siendo el protagonis­ta del relato. Dicen que sucedió también al liberarse los campos de concentrac­ión nazis, y cualquier persona que haya tratado con quienes de verdad lucharon en la Guerra Civil española sabrán cómo su silencio y sus pocas ganas de hablar casi siempre delataban la sinceridad de su experienci­a. No así los bocazas y vociferant­es, que a final de cuentas se descubría que ni habían protagoniz­ado nada ni su biografía contenía nada de ejemplar. Hay un cruel refrán que dice aquello de «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Puede que sea viejo y manido, pero contiene una definición precisa del verdadero dolor. En una época de rutinas mediáticas y del deseo de querer hacer espectácul­o con la realidad, hay que estar prevenidos ante los que piden para sí excesiva luz de foco. Ese afán de protagonis­mo victimista los delata.

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