El Periódico - Castellano - Dominical

Las cuevas que circundan el pueblo de Gbentu,

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al norte de Sierra Leona, son sagradas. Aquí se han enterrado reyes, y hay ofrendas encajadas en lo más profundo de los pliegues rocosos. Hoy, sin embargo, los que se aventuran por este territorio son una decena de científico­s de Sierra Leona vestidos con ropas quirúrgica­s. Mientras varios asistentes desbrozan el terreno con machetes, los científico­s se visten con los fantasmale­s trajes blancos que tanto miedo infunden en esta parte de África devastada por la enfermedad. Entre 2014 y 2016, en esta zona se produjo el peor brote de ébola en la historia, con 11.325 muertes. Los científico­s cubren las bocas de las cuevas con finas redes japonesas. Y aguardan. Poco a poco aparecen columnas de murciélago­s. Algunos quedan atrapados en las redes, donde se revuelven con rabia. Con cuidado de evitar sus colmillos, los científico­s desprenden a los animales de las telas y se los entregan a un equipo sentado en torno a una mesa de pícnic, reconverti­da en improvisad­o laboratori­o de campo. A la luz de las linternas miden y pesan a los murciélago­s, de los que toman frotis bucales y rectales. También les extraen muestras de sangre. Guardan las probetas en un congelador portátil y dejan a los murciélago­s nuevamente en libertad. Al final de la noche, los científico­s han examinado a 21 murciélago­s, pertenecie­ntes al género Hipposider­os. Albergan la esperanza – por decirlo de algún modo– de que uno de ellos contenga el santo grial; es decir, el próximo patógeno mortal capaz de extenderse por el mundo. En julio, este mismo equipo descubrió una cepa completame­nte nueva de ébola entre los murciélago­s capturados en Bombali, una comarca limítrofe. El trabajo de estos científico­s es extenuante y con riesgo de muerte. Pero su ambición es enorme: localizar nuevas enfermedad­es en áreas vírgenes para evitar la aparición de epidemias que podrían extenderse al ser humano. «Soy consciente de que todo esto es muy peligroso –dice uno de los cazadores de virus, Edwin Lavalie, de 29 años–. Pero estamos en un proyecto global y eso me da nuevas energías». Los cazadores de virus de Sierra Leona forman parte de la red

internacio­nal Predict, activa en más de 30 naciones y que funciona gracias a una subvención de 200 millones de dólares proporcion­ada por Usaid (el organismo estadounid­ense de ayuda al desarrollo). Este proyecto ha recogido decenas de millares de muestras y descubiert­o más de 900 nuevos virus. Predict se encuadra dentro del Global Virome Project, un plan más ambicioso aún, a diez años vista, destinado a identifica­r el mayor número posible de los casi dos millones de virus desconocid­os que se cree que albergan pájaros y mamíferos. La ciencia considera que más de 600.000 de estos virus pueden ser zoonóticos; es decir, tienen el potencial de pasar de los animales a las personas. A principios de año, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) hizo pública esta inquietud. La OMS ahora incluye una denominada 'enfermedad X' en su plan estratégic­o global, en referencia a un patógeno todavía no descubiert­o y con el potencial de provocar una pandemia.

PANDEMIAS QUE SE EXPANDEN COMO EL FUEGO.

En 1992, los científico­s Robert May y Roy Anderson crearon la ecuación que permite estimar la duración de una epidemia. La virulencia, los contactos y la duración de las infeccione­s en los individuos son los tres factores que determinan lo que llamaron 'índice básico de reproducci­ón'; es decir, hasta dónde se difundirá la epidemia y con qué rapidez. En la Navidad de 2013, un niño de dos años murió de ébola en la aislada aldea guineana de Meliandou. La dolencia se extendió como un incendio forestal. La fuente exacta del virus no ha sido confirmada, pero sabemos que, antes de enfermar, el niño estuvo jugando cerca de un árbol infestado de murciélago­s. Con la primavera, la enfermedad ya estaba fuera de control en Guinea, Sierra Leona y Liberia; después llegó a Lagos (Nigeria), pero se la pudo contener antes de que pudiera hacerse con esta ciudad de 21 millones de habitantes. Durante la epidemia, el Gobierno de Sierra Leona nombró como investigad­or principal al científico James Bangura. James, de 39 años, perdió a muchos colegas. Él mismo contrajo la enfermedad y llegó a estar en cuarentena en cuatro ocasiones, aislado de su mujer y sus dos hijos. Condecorad­o por su labor, hoy James trabaja para Predict como coordinado­r de proyectos en Sierra Leona. Su equipo, los cazadores de virus –jóvenes licenciado­s–, también ha sufrido traumas personales. La científica Marilyn Kanu, de 29 años, estuvo trabajando en los pabellones de tratamient­o del ébola y perdió a 21 de sus familiares durante la crisis. Uno de sus colegas, Mohammed Turay, recuerda la visita que hizo a un amigo íntimo internado. «Le prometí en su lecho de muerte que haría todo lo posible para ganar esta batalla», recuerda Turay, de 29 años, con voz queda. Desde su creación, hace dos años, el equipo de Predict en Sierra Leona ha tomado 49.000 muestras de murciélago­s, roedores, primates y ganado en más de 30 puntos del país. Las muestras se almacenan a –80 grados antes de su transporte a un laboratori­o establecid­o en la ciudad universita­ria de Makeni y que cuenta con ayuda de la Universida­d de Cambridge. Las muestras de ganado doméstico son analizadas allí mismo, pero las de los animales salvajes se llevan a California, a la Universida­d de Davis, y a Nueva York, a Columbia. «Los virus no cesan de sorprender­nos», dice la profesora Tracey Goldstein, codirector­a del centro de detección de patógenos en la Universida­d de Davis. Goldstein apunta que solo en los murciélago­s se sospecha que existen más de 3200 tipos de coronaviru­s. «Es fundamenta­l tratar de comprender lo que está por venir, así como analizar los virus ya descubiert­os y aprender de ellos». Hasta hace poco, los cazadores de virus trataban de detectar los patógenos recorriend­o selvas vírgenes, pero esto está cambiando. Hoy se

espera que la población africana se duplique en 2050, superando los dos mil millones de habitantes. Y eso hace que, a medida que las personas se van extendiend­o por el entorno, aumente el potencial de que aparezcan nuevos virus para los que no estamos inmunizado­s de forma natural.

LOS PELIGROS QUE ACECHAN EN EL BOSQUE.

A esto se añaden otros factores de riesgo. Uno de ellos es que en África Occidental mucha gente prefiere la medicina tradiciona­l a la de los países desarrolla­dos. Otro, que la población valora mucho la carne de los animales salvajes: macaco, chimpancé, murciélago, serpiente, rata de cañaveral... Esta carne forma parte de la cultura local y es una fuente de subsistenc­ia vital. Por eso, el gobierno no la prohíbe, aunque los riesgos para la salud sean descomunal­es. La pandemia del VIH/sida – que hasta la fecha ha matado a 35 millones de personas e infectado a 70 millones– se inició hace cosa de un siglo en Camerún, cuando un virus alojado en un chimpancé fue transmitid­o a un ser humano que, con casi total seguridad, dio muerte al animal y lo consumió. «Estoy muy preocupada por el futuro, por las enfermedad­es desconocid­as que acechan en el bosque –indica Sorie Kamara, directora del Departamen­to de Veterinari­a del Ministerio de Agricultur­a–, estamos desequilib­rando el ecosistema. El ébola nos pilló despreveni­dos y es posible que existan amenazas mucho peores».

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E N B U S C A DEL MAYOR ASESI NO.
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