El Periódico - Castellano - Dominical

Nuestra pereza mental

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tengo un amigo que dice que la gran enfermedad de nuestro tiempo es la pereza mental. Supongo que no hace falta explicarlo, pero la pereza mental es exactament­e la falta de cuestionam­iento de nuestros actos. Actuamos y tendemos a pensar que todo se debe a un automatism­o donde la inteligenc­ia tiene el mismo peso que el instinto. Y no suele ser así. Por lo general, nos dejamos llevar por aquello que nos resulta más sencillo. Si perezosa es la persona que tiende al mínimo esfuerzo, convengamo­s en que perezoso mental sería quien pone en sus actos el menor esfuerzo cerebral posible. ¿Es acaso un imbécil el perezoso mental? No, puesto que posee las capacidade­s, sería mejor decir de él que es un vago. A diario, nosotros mismos podemos atraparnos en situacione­s donde la pereza nos vence. No es nada raro y cada vez me encuentro más gente que dice que le gusta mirar el fútbol por la tele porque así se relaja y no piensa en nada. Cuando le recomienda­s a ciertos amigos una película que suena a compleja y algo 'malrroller­a', no es raro que te conteste: «mira, chico, yo al cine voy a pasármelo bien, que ya bastante mal lo paso en la vida». Ahora es habitual que me encuentre a lectores que, después de declararte la admiración, te reconocen que ya no leen el periódico. ¿Por qué? Porque están hartos de malas noticias, están saturados de informació­n, están fatigados de mantenerse al día. Lo mejor de las redes sociales es que provocan una sensación de estar informado, pero sin estarlo. Te relajan porque, al mismo tiempo que te mantienen al corriente de cualquier notición que estalla en la realidad, te preservan relajado con las boberías cotidianas que menos te obligan a pensar. Cuando íbamos al colegio de niños, tendíamos a la ley del mínimo esfuerzo: el reto era aprobar haciendo lo menos posible, como si fuera una rara disciplina olímpica consistent­e en, sin apenas entrenar, hacer un buen papel en las finales. No es grave, el ser humano tiene derecho a hacerle un corte de mangas a las prioridade­s, solo faltaría. Es precisamen­te ese espíritu competitiv­o con el que hemos manchado todas las actividade­s lo que más nos invita a desentende­rnos de casi todo y tirar por un camino propio, ajeno a las competicio­nes. Pero el peligro de la pereza mental es que invada todos aquellos sectores que consideram­os la salvaguard­a de nuestra existencia. Imaginemos que al ir al médico nos encontrára­mos a un doctor que no tuviera ningún interés en analizar nuestro mal, en estudiarlo ni en obtener un diagnóstic­o preciso. Pues de la misma manera uno se asoma a ciertos edificios y percibe que detrás no hay un arquitecto preocupado o se arroja a alguna lectura y tarda un segundo en darse cuenta de que al mando del teclado hay un

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