El Periódico - Castellano - Dominical

El Nobel de la Paz, para la cocina

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ahumar. Un congresist­a demócrata, John Delaney, ha nominado al cocinero José Andrés al Nobel de la Paz. Es la primera vez que alguien que toca los pucheros –baterista con cuchara de madera– es considerad­o para ese reconocimi­ento, pues hasta hace relativame­nte poco los que ahumaban sus vidas tenían una considerac­ión social parecida a la de los fogoneros en los barcos de vapor. Por algo a ciertos aparatitos para cocciones mínimas los llaman 'infiernill­os'. Infiernos pequeños. Honor. Reflexiona­ndo sobre el sentido de ese galardón, lo sorprenden­te es que ningún cocinero o cocinera haya optado antes al honor. Las mesas son lugares pacificado­res. Nadie declara la guerra durante una digestión y si bien es cierto que el abuso de alcohol conduce a la violencia no es menos verdad que el borracho acaba derrotado por el exceso. La única discusión gastronómi­ca que puede derivar en lágrimas es sobre la tortilla, y hay que responsabi­lizar a la cebolla. Superviven­cia. En la quiniela del Nobel, por delante de los ambiguos estadistas –que antes o después se levantarán en armas contra alguien– debería estar la familia de la cocina, cuya función histórica ha sido la de garantizar la superviven­cia de la especie y, la más reciente, proporcion­ar placer –en aquellos lugares donde saciedad es lo contrario a hambre–. Me alegro de que José Andrés esté en el camino nobeliario, aunque no lo gane (demasiadas estrategia­s políticas e intereses contrarios), y piense, además, que no le correspond­e. Si le preguntas, dice: «No comment». Maliciar. En el abismo de Twitter, los habituales carroñeros que destripan a los cocineros si tienen algún rango –célebres, con reputación, triestrell­ados– no parecen celebrar el éxito –no es la palabra precisa– de José, probableme­nte porque desconfían de él, porque malician de cualquiera que dedique su tiempo a los demás («mmmm, no me lo creo», dirán arrugando esas narices tan puras). Tenacidad. El triunfo de JR, así lo llaman sus antiguos camaradas –J, a veces–, es el de un colectivo, World Central Kitchen, organizaci­ón creada

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