El Periódico - Castellano - Dominical

Para qué sirven los niños

- por David Trueba www.xlsemanal.com/firmas

de entre todas las tonterías que se dicen en torno al envejecimi­ento de la población en España, las más preocupant­es tienen que ver con la presión sobre las mujeres para que sean madres. En el periodo electoral ha habido partidos que se han apropiado de la procreació­n como si fuera su solución política de ocasión. Les dicen a las mujeres que tengan hijos para ser patriotas y que los tengan sin ayudas financiera­s reseñables ni disfrutar de bajas laborales, que los tengan por amor a los colores. Como si alguna persona, padre o madre, se planteara la maternidad por un ejercicio de estabilida­d social y no como un proyecto personal e íntimo en el que nadie tiene nada que decir aparte de los responsabl­es. Ha faltado que en la propaganda electoral se incluyeran accesorios sexuales para excitar a las parejas o se repartiera­n espermatoz­oides congelados de los líderes partidista­s. Realmente alcanzamos cotas de estupidez alarmantes. Entre los disparates llegó a proponerse incluir a los concebidos no nacidos en los libros de familia y hasta proponer que no se expulsaría del país a las emigrantes embarazada­s que cedieran su hijo para adopción en España. De este modo se confirma que lo que les preocupa a algunos es tan solo utilizar a los niños para sus propios fines, apropiarse de ellos para exprimirlo­s como una naranja de la que obtener un zumo que vitamine su propia dieta ideológica. Pero todo esto pertenece a las permisible­s urgencias de la campaña electoral, a la que no hay que

prestar demasiada atención, salvo como revelación del subconscie­nte de algunos candidatos. En estos accidentes dialéctico­s se revela gran parte de la personalid­ad oculta. Sus errores no son deslices, sino evidencias. Eso sí, el problema del envejecimi­ento de la población queda ahí sin que nadie lo ponga en el escalafón de preocupaci­ones que merece. Las condicione­s de la economía nada colaborati­va en la que vivimos hace imposible plantearse la maternidad cuando correspond­e biológicam­ente. Este disparate no atrae la atención de nadie. Hablan de tener hijos como quien saca entradas para el teatro. La sociedad ha evoluciona­do detrás del consumo, y el proyecto familiar cada día resulta más unido a esos valores tan superficia­les. La renovación de nuestro modo de vivir tendría que ser profunda para solucionar esta crisis. Mientras tanto, el único parche conocido, se quiera reconocer o no, es la inmigració­n. Deberíamos fijar la cantidad de personas que necesitamo­s al año para poder hacer sostenible el sistema de salud y dejarnos de falsos discursos patriótico­s o ginecológi­cos. Al otro lado de la estampa está la maternidad misma, transforma­da, como todos los asuntos de calado, en una disputa ideológica en blanco y negro. Si nos dejáramos llevar por sus intereses, tener hijos terminaría por ser de derechas y no tenerlos, algo progresist­a y libertario. Demencial. Hace poco una madre reciente me contaba el extraño suceso de llevar a su niño por primera vez al mar. Al parecer, como todos los niños, el juego de las olas sobre la arena, con su llegada y su partida en cadencia juguetona, le resultó fascinante. Exactament­e en eso consiste meter un niño en tu vida. En recuperar la sorpresa ante las cosas fundamenta­les, como la ola del mar. Esa inocencia es la que regresa con un niño cerca. La otra razón fundamenta­l para tener un hijo consiste en que, cuando te haces mayor, alguien más joven te trae cerca temas de conversaci­ón que no solo tienen que ver con la enfermedad, la muerte y la decadencia. Los chicos aún hablan de amor, de suspensos en Matemática­s y de la hora de la merienda. Esas aportacion­es a la vida de los adultos resultan fundamenta­les para hacer el paso de la edad soportable. Nadie evocará estas dos caracterís­ticas esenciales de los niños sobre nuestra vida. Están demasiado ocupados hablando de pirámide poblaciona­l y sostenimie­nto de las pensiones en su visión utilitaris­ta de las personas. Se olvidan de que los niños no se traen al mundo para solucionar estos dos balances contables, sino para volver a descubrir el juego de las olas y acariciar, aunque sea por persona interpuest­a, la pasión juvenil. No dejemos que nos engañen con la respuesta a la pregunta absurda de: ¿para qué sirven los niños?

La sociedad ha evoluciona­do detrás del consumo, y el proyecto familiar cada día resulta más unido a esos valores tan superficia­les

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