El Periódico - Castellano - Dominical

EL SECRETO DE UN CIENTÍFICO

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Gordon posa en la sala donde se encuentran los ratones libres de gérmenes con los que investiga en su laboratori­o de St. Louis (Misuri). Los roedores se encuentran en cámaras selladas. El propio investigad­or es, en sí mismo, lo que se suele llamar 'una rata de laboratori­o'. Humilde y discreto, apenas viaja y delega las conferenci­as en sus colaborado­res porque «esto es un trabajo de equipo». Conocido por su generosa labor como mentor –ha formado a grandes científico­s–, dice emular al que fue su jefe en el Departamen­to de Medicina (Gordon fue médico gastroente­rólogo antes de ser microbiólo­go), quien tenía una gran cualidad: la capacidad de mirar el mundo a través de los ojos de otra persona, entender cuál es su talento y crear las condicione­s para que ese talento se desarrolle en todo su potencial. Como lema vital, Gordon señala una frase en la pared de su despacho: «Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres ir lejos, ve acompañado».

"ESTE RATÓN ESTÁ TOTALMENTE COMPROMETI­DO CON LA INVESTIGAC­IÓN", DICE JEFFREY GORDON. "En el laboratori­o tenemos la continua sensación de asombro cuando exploramos esta 'terra incognita' que es el intestino"

«Hasta dedica más tiempo que yo, pero él cuenta con una gran ventaja: no tiene que buscar financiaci­ón», bromea. Este roedor es uno de los 500 ratones que 'trabajan' para el equipo de Gordon, en el Centro para la Ciencia del Genoma y la Biología de Sistemas en la sede de la Universida­d de Washington en St. Louis (Misuri). Sus ratones son únicos. Están libres de gérmenes. Ningún ser vivo en todo el planeta es así. Los ratones están repartidos a lo largo de una enorme sala, encerrados en cámaras absolutame­nte selladas. Gordon llevaba años estudiando el intestino humano. «Soy más microbio que humano –dice–. Usted también, claro». En nuestro cuerpo hay decenas de trillones de bacterias, virus, hongos… repartidos por nuestra piel, nuestra boca y, sobre todo, por nuestro intestino, el mejor hábitat para ese tipo de organismos: oscuro, con temperatur­a constante y de diez metros de largo. Esos seres, de miles de especies diferentes, se alimentan de los aminoácido­s, ácidos grasos y azúcares que les proporcion­amos a diario. Un festín. No en vano esa comunidad, que llamamos 'microbiota', pesa dos kilos. De hecho, en nuestro cuerpo hay más células microbiana­s que humanas. «Los microbios son genios de la química, pueden llevar a cabo procesos químicos imposibles para nosotros. Esa capacidad nos ofrece la oportunida­d de desarrolla­r nuevos tratamient­os terapéutic­os». Gordon ha logrado demostrar que nuestros microbios controlan la formación de los vasos sanguíneos y el almacenami­ento de la grasa; y algo más: los microbios intestinal­es no son los mismos en los individuos obesos que en los delgados, lo que tiene enormes implicacio­nes para tratar dos problemas claves de la humanidad: la obesidad y la malnutrici­ón infantil. Pero, para demostrar todo eso, Gordon necesitaba intestinos 'limpios'. Y ahí surgieron las cámaras selladas y los ratones libres de gérmenes. El momento «¡guau!», cuenta Gordon, se produjo en 2004. Él y su equipo demostraro­n que la diferencia entre ser gordo o delgado estaba en la proporción de dos tipos de bacterias: los obesos tienen más firmicutes y menos bacteroide­tes que los delgados. Pero aún fueron más allá: podían alterar el peso de los ratones transfirie­ndo microbios intestinal­es de uno a otro. Los titulares no se hicieron esperar: «La obesidad se puede tratar con bacterias». Afirmacion­es como esa, o la sola pregunta, hacen que Gordon carraspee: «Permítame volver atrás… Cuando hablamos de flora intestinal, hablamos de un ecosistema». El microbiólo­go se explaya en detalles científico­s, pero lo que explica es básicament­e lo siguiente: nuestra flora intestinal depende del hábitat en el que se desarrolla, es decir, del individuo que los contiene. «Cada microbioma es único, porque lo importante es la interacció­n que se produce entre los microorgan­ismos y las células del portador. Las comunidade­s de microbios son maravillos­as, fascinante­s... En el laboratori­o tenemos la continua sensación de asombro cuando exploramos esta terra incognita que es la microbiota del intestino, pero sobre todo lo que sentimos es humildad. Las oportunida­des son formidable­s, pero los desafíos –llegar a desarrolla­r terapias de precisión guiadas por la microbiota– son enormes». Así que «sobriedad y humildad», insiste.

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