El Periódico - Castellano - Dominical

' ESCUCHE' A SUS TRIPAS

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"Todos somos más microbios que humanos", dice el científi co. De hecho, la microbiota del intestino llega a pesar dos kilos

Nuestro estado de ánimo afecta al intestino; solo hay que pensar en lo que a veces nos ocurre antes de un examen o una entrevista de trabajo. Pero ¿y si esa conexión fuese una autopista de doble vía? ¿Y si el intestino afectara al estado de ánimo? Ya se habla de los 'microbios

del humor', los moodmicrob­es, y de la posibilida­d de desarrolla­r psicobióti­cos. Gordon no oculta su satisfacci­ón por el potencial de este campo, porque no hablamos solo de tratar la depresión o el estrés, también de curar el alzhéimer. «Hay cada vez más evidencia de que los microbios de nuestro intestino influyen en el cerebro. Hay mucha gente brillante estudiando esto». Aunque los resultados son todavía poco consistent­es –no se han hecho con humanos–, la posibilida­d de que los microbios puedan controlar de alguna manera nuestra mente, hackear nuestro sistema nervioso, tiene su fundamento. En la naturaleza hay claros ejemplos, como el virus de la rabia, que hace que sus portadores sean violentos y agresivos. Y lo hace por su propia superviven­cia. Si los infectados muerden o arañan a otros seres, pasan el virus a nuevos huéspedes. Así que no es descabella­do pensar que las bacterias del intestino intenten manipular nuestro cerebro para garantizar sus propios objetivos evolutivos.

¿LOS MICROBIOS PODRÁN CURARNOS?

Intentar arrancarle prediccion­es a Gordon no es fácil. Pero, ante la insistenci­a, coge aire y afirma: «En los próximos diez o quince años, en el botiquín del siglo XXI tendremos microbios. Pero la gente tiene que entender que esto es un proceso, un viaje. Tenemos que ser claros y precisos. En esta época, especialme­nte tenemos que ser fieles a la verdad». Pues bien... intentémos­lo: ¿cuánta verdad hay en la eficacia de los probiótico­s? La palabra, que se ha puesto de moda, hace referencia a los alimentos que contienen organismos vivos, bacterias, que favorecen la flora intestinal. Los yogures son el ejemplo más claro y el kéfir viene a ser la versión hipster. Pero se aplica a numerosos alimentos de origen asiático, como el miso, y otros fermentado­s, como el chucrut. Pues bien, Gordon vuelve a la moderación: «Los estudios son prometedor­es, pero hay razones para la cautela. Los probiótico­s actuales tienen muy pocos beneficios para la salud porque contienen muy pocas bacterias y de un tipo que hace muy difícil que se implanten en el intestino. Es decir, como entran, salen; pasan de largo». Para que tuviesen algún efecto beneficios­o, explica, «habría que darles ciertas facilidade­s para implantars­e». Y en eso están trabajando.

¿PUEDEN CURAR LOS PROBIÓTICO­S?

Los descubrimi­entos de Gordon y otros científico­s han dado la impresión de que los microbios no solo están relacionad­os con enfermedad­es intestinal­es, como la de Crohn o la colitis, sino también con alergias, autismo, asma, artritis… Gordon cree que cualquiera de estas vinculacio­nes es precipitad­a. Hasta ahora solo se ha demostrado que los probiótico­s pueden acortar la diarrea infecciosa y reducir el riesgo de diarrea por tratamient­os con antibiótic­os. De ahí que las marcas de yogures que antes llegaban a decir que sus productos aliviaban el estreñimie­nto fuesen obligadas a eliminar esos reclamos (la Unión Europea incluso prohibió en 2014 el uso de la palabra 'probiótico' en los envases de alimentos) y ahora la publicidad de yogures ha quedado en algo tan etéreo como que sirven para «equilibrar el aparato digestivo» o «aumentar las defensas».

¿CUÁL ES LA DIETA MÁS SANA?

Intentamos hablar con Gordon sobre dietas específica­s, pero se resiste: «¡Cuando yo miro un brócoli, no veo un brócoli! Veo su formulació­n química. Y todavía estamos descifrand­o el código de la microbiota para saber cómo le afectan esos componente­s químicos. Llegaremos a saber qué ingredient­es de la comida estimulan la comunidad microbiana. Estamos en ello». Ahora bien, no tiene problemas en reconocer que la alimentaci­ón actual está teniendo efectos. Y no buenos. «Se ha producido una reducción importante de la variedad en nuestra microbiota debido al estilo de vida occidental. Una extinción de bacterias, si se quiere. Y en parte se debe a que comemos alimentos procesados». ¿A qué recomendac­ión llevaría eso? «Creo que debe haber diversidad en la comida que ingerimos y una dieta basada en plantas (vegetales, granos, semillas, legumbres…) ayuda al desarrollo de una microbiota sana. Y yo le diría a las madres que es importante, si pueden, alimentar a sus hijos al principio con la comida más perfecta, que es la leche materna».

"Dentro de 15 años, en los botiquines habrá microbios". Y alerta: "Los alimentos procesados están extinguien­do la flora intestinal"

¿POR QUÉ SON BÁSICOS LOS PRIMEROS AÑOS DE VIDA?

Mientras estamos en el útero, somos como los ratones del laboratori­o de Gordon: libres de gérmenes. Es cuando nacemos, al salir del vientre de nuestras madres, cuando comenzamos a ser colonizado­s por los microbios. La primera gran experienci­a microbiana se produce en la vagina materna, otro de los lugares del cuerpo humano pródigo en este tipo de flor. De ahí que se insista mucho en los beneficios de un parto natural frente a las cesáreas. «Ey, ey, ey –frena Gordon–. Yo no quiero que cada madre a la que le practican una cesárea piense que está privando a su hijo de valiosos microbios y minando su bienestar. Lo que quiero es que en los hospitales no laven a los niños con champú inmediatam­ente después de nacer, que sean consciente­s de la importanci­a de los microbios recibidos de las madres». La microbiota no se transmite solo en el parto; es algo que se va implantand­o a lo largo de los dos primeros años de vida. Tiempo muy relevante desde el punto de vista intestinal. Y es precisamen­te en la infancia donde Gordon y su equipo están más centrados en este momento. Pero en un tipo de infancia en concreto: en la que sufre malnutrici­ón.

¿QUÉ APORTAN CONTRA LA MALNUTRICI­ÓN?

Las ONG suelen tratar a los niños malnutrido­s con comida terapéutic­a, unas barritas de cacahuete, que son muy eficaces para que ganen peso, pero no los ayuda a recuperars­e de otro tipo de daños –de desarrollo y neurológic­os– derivados del hambre. El equipo de Gordon cree que eso se puede paliar tratando al mismo tiempo la comunidad microbiana. Y eso pensaron también Melinda y Bill Gates, cuya fundación financia esta investigac­ión. Su equipo trabaja en Malaui y Bangladés para desarrolla­r una combinació­n de ingredient­es alimentici­os que sean más eficaces, «consideran­do –explica Gordon– que deben ser asequibles, culturalme­nte asumibles, provenir de una fuente sostenible y tener un sabor aceptable». Gordon está muy satisfecho con los resultados, pero insiste en la prudencia. ¿Cómo se entiende el comedido Gordon con un hombre de acción como Bill Gates? «Bueno, él es un optimista impaciente –se ríe–. Yo soy un romántico optimista». Gordon vuelve a sus microbios, que él encuentra inspirador­es. «Ve –dice observando una placa de Petri de bacterias intestinal­es–, nunca moriremos solos. Tenemos trillones de amigos».

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