El Periódico - Castellano - Dominical
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y mujeres... Ahí está prefigurada la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Nunca deberíamos olvidar, y menos ahora que un virus nos desintegra los pulmones sin hacer distinciones de nacionalidad o credo, que nuestra patria intelectual es la Grecia del siglo V antes de Cristo. Ese virus nos ha obligado a hacer un alto en el camino y a reconsiderar nuestra manera de estar en el mundo. Pero los europeos, en tiempos de crisis, tenemos la suerte de contar con un segundo pasaporte que nos garantiza el acceso a un santuario: el de nuestra ciudadanía ateniense.
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Hemos recurrido a esa ciudadanía cada vez que nos toca superar un desastre. En el Renacimiento, que siguió a la peste negra. O tras la Segunda Guerra Mundial, una experiencia pandémica de la destrucción, oficiada por las políticas totalitarias y la tecnología. El humanismo, entendido como una reivindicación del ser humano, con su fragilidad y su grandeza, nos ayudó entonces a salir del pozo. Hoy, muchas voces piden un nuevo humanismo, aunque menos ensimismado y egoísta, que tenga en cuenta que el ser humano no es el único habitante del planeta.
Amelia Valcárcel se acuerda bien de otra epidemia, la de la gripe asiática de 1957: ella misma se contagió. La respuesta fue muy diferente a la actual: «Se miraba a las epidemias como a las tormentas, pensando que ya pasarán. Como es algo que no podemos parar, no hacemos nada. Ahora, la actitud es nueva, global. Por primera vez, el planeta entero ha reaccionado intentando salvar la salud de todo el mundo. Hemos parado todos», subraya.