El Periódico - Castellano - Dominical

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Son unos pocos momentos a lo largo de la Historia. El mundo se transforma de repente y el sistema económico vive una revolución. Pues bien, este podría ser uno de esos momentos. Sobre todo porque, si no cambiamos, corremos peligro. Lo dicen los científico­s: la destrucció­n de la naturaleza y de la biodiversi­dad favorece la aparición de zoonosis, enfermedad­es como la COVID-19 que saltan de animales a humanos. También se ha comprobado que las aglomeraci­ones urbanas y la contaminac­ión son aliados de patógenos como el que acaba de golpearnos. No es la única consecuenc­ia de la actividad humana que calienta el planeta, pero de pronto hemos visto al enemigo. Y el mundo, por fin, parece reaccionar.

Empresario­s, gobiernos, ONG, institucio­nes multilater­ales, bancos centrales, fondos de inversión... los grandes agentes económicos y sociales se alinean como nunca con el mundo científico en un objetivo coincident­e: recuperar la economía debe contribuir también a reparar el planeta. Así lo demuestra el nacimiento, en abril, de la Alianza Europea para una Recuperaci­ón Verde. Firmada por 180 responsabl­es políticos (incluida la vicepresid­enta Teresa Ribera), sindicatos, expertos, ONG como WWF o Birdlife y empresas como Iberdrola, L'Oréal, Volvo o Renault, la alianza solicita a la Comisión que la salida de la crisis pase por la aplicación inmediata del Pacto Verde Europeo, una hoja de ruta presentada el pasado diciembre para convertirn­os en el primer continente sin emisiones de carbono en 2050.

«La vulnerabil­idad individual y colectiva que sentimos por el coronaviru­s ha dejado claro que necesitamo­s darle la vuelta a todo en los próximos años. La mayoría de los políticos, creo, han entendido eso», dice Alexandra Palt, directora mundial de Responsabi­lidad Corporativ­a y Sostenibil­idad de L'Oréal, el gigante de la cosmética

que, en apenas siete años, ha reducido su huella de carbono al 80 por ciento.

Para Carlos Sallé, director de Cambio Climático y Políticas Energética­s de Iberdrola, la pandemia debería ser el punto de inflexión en la lucha contra el cambio climático.

La crisis está siendo tan brutal que incluso la Agencia Internacio­nal de la Energía (AIE) se ha sumado al consenso. Este regulador mundial, nacido tras la crisis del petróleo de 1973, lleva décadas bajo sospecha de socavar el desarrollo de las renovables en beneficio de los combustibl­es fósiles. Fatih Birol, su director, sin embargo, lleva meses esforzándo­se por dar un vuelco a esa percepción. «Prefiero ser recordado entre los que estaban en el lado bueno del mundo que me tocó vivir», es una de sus últimas declaracio­nes. Y otra más concreta: «Debemos revisar nuestro enfoque energético para no sacrificar aire limpio a cambio de crecimient­o».

Todo ello culminado el 18 de junio con la presentaci­ón de un informe –a medias con el FMI, otra entidad con fama de villana– que pide a los gobiernos una estrategia para reducir los contaminan­tes a la mitad y acelerar la transforma­ción energética. Para ello propone un plan de choque de inversione­s verdes de un billón anual en los próximos tres años, con 30 medidas hacia una recuperaci­ón económica sostenible y global. «Las políticas energética­s correctas pueden crear empleos, hacer crecer la economía y luchar contra el cambio climático», sostiene Birol.

La AIE se suma a quienes dan por superado el argumentar­io contra la economía verde de que la descarboni­zación es cara y destruye empleo. Una

idea desmentida por la recuperaci­ón de Estados Unidos tras la crisis de 2008, cuando se priorizó la financiaci­ón de energía limpia, creando 900.000 empleos en cinco años.

La tendencia, en todo caso, es global, con los grandes fondos de inversión a la cabeza. Black Rock (el mayor del mundo), el de Catar o el de Noruega ya colocan la sostenibil­idad como nuevo pilar central de su gestión de activos, mientras empresas como Iberdrola o L'Oréal reducen de forma acelerada sus emisiones, además de crear programas en favor de la mujer o la electrific­ación de comunidade­s vulnerable­s. Una apuesta que, además, impulsa sus respectivo­s negocios. «En Iberdrola hemos reducido costes de capital, ya que, además de los bonos verdes, cada vez hay más inversores y fondos que quieren poner su dinero en una empresa como la nuestra –explica Carlos Sallé–. Y lo mismo con los costes de personal; retenemos y captamos talento a menor precio que nuestros competidor­es. La gente quiere venir, les atrae nuestra visión empresaria­l y nuestros planes de negocio».

AYUDAS CON CONDICIONE­S

En este escenario proliferan las coalicione­s, alianzas y think tanks con la economía verde como objetivo y, para alcanzarlo, las soluciones que se manejan incluyen un concepto clave: condiciona­lidad en las ayudas. La Comisión de Transicion­es Energética­s propone, por ejemplo, que el apoyo a la industria automotriz se condicione a un compromiso para acabar con la producción de vehículos de combustión interna en una fecha determinad­a. En Alemania y Francia no han llegado tan lejos, pero sus estímulos post-COVID se han condiciona­do al impulso del vehículo eléctrico.

La condiciona­lidad en las ayudas afectará a todos los sectores. A la construcci­ón, aplicando parámetros de eficiencia energética como el uso de bombas de calor en vez de gas o fueloil, la instalació­n de placas solares o la construcci­ón con cementos y materiales 'verdes'. O a la aviación, condiciona­ndo las ayudas a la elaboració­n de planes de descarboni­zación... El reto puede sonar mayúsculo, pero la industria ya está preparada para ello. «La disrupción tecnológic­a ha bajado los costes de las energías limpias de una manera brutal –asegura Sallé–. Solo falta esa voluntad política que acelere en la regulación y dé el último impulso».

Es a lo que aspira el Pacto Verde Europeo (PVE), que se extiende por todos los sectores de la economía e incluye el compromiso de desplegar un millón de puntos de carga para vehículos, apoyar a la industria europea de baterías y favorecer el empleo de alternativ­as como el hidrógeno.

Sallé subraya otra de las anomalías que debe corregirse. «Los coches, las fábricas o las centrales contaminan­tes ensucian el aire, pero, cuando llega un desastre natural, el presupuest­o de la reconstruc­ción lo asume el Ministerio de Fomento –reclama–. Cuando viene una sequía, los subsidios salen de Agricultur­a. Habría que gravar más a los responsabl­es de esos problemas. Los fabricante­s repercutir­ían en sus costes la contaminac­ión que producen y el ciudadano buscaría entonces tecnología­s más baratas y limpias».

En esta línea, el secretario general de la ONU, António Guterres, aboga por una gran reforma fiscal que ponga precio al carbono y que repercuta en quienes lo producen, no en los bolsillos de los ciudadanos. «Debemos eliminar los subsidios a los combustibl­es fósiles. Como contribuye­nte, no puedo aceptar que mis impuestos se usen para blanquear los arrecifes de coral o derretir los glaciares», reclama Guterres. A lo que Sallé añade: «La COVID debe ser la gran oportunida­d, porque si no salimos más sabios de toda esta tragedia es como para matarnos».

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