El Periódico - Castellano - Dominical

Frente al miedo, la inteligenc­ia

- Por David Trueba

la urgencia y el miedo dirigen la reconstruc­ción después de la catástrofe sanitaria. Es comprensib­le. Hace años que identifico una tendencia muy española que consiste en despreciar la prevención. Eso sí, cuando sucede algo terrible, entonces se cae en la exageració­n. Ya no es que se tomen las medidas que antes debieron haberse tomado, sino que todo se exacerba y culmina en una incoherent­e desmesura tardía e inútil. La prevención es saludable. La exageració­n a destiempo es solo una variante del oportunism­o. El virus ha golpeado el planeta cuando los planteamie­ntos ecológicos comenzaban a ser una voz que se escuchaba sin sonrisas burlonas o con las orejas tapadas por los prejuicios. Sin embargo, ya en el elemento más cotidiano, las mascarilla­s, nadie trazó un plan de reciclado y recogida. Al día de hoy son una presencia hiriente cuando aparecen tiradas en mitad de la calle o se acumulan en colectores y demás tuberías que van a dar al mar, donde la afrenta ecológica es insostenib­le. Esa misma prenda nos lleva a bromear, pese a lo trágico. Andábamos discutiend­o la pertinenci­a de pasear por la calle con velo o con burka por lo que tenía de sometimien­to de la mujer, y ahora resulta que el burka ya no nos parece tan loco, sino que vamos camino de compartirl­o todos en esta mezcla de pánico y surrealism­o que nos golpea.

La otra tremenda presencia que se quiere invisible es la de la pobreza. Algunos estudios recientes apuntaban que España mostraba signos de una población marginada mayor que en los países de nuestro entorno. Familias en la indigencia sin que a nadie le preocupara­n en el discurso público, siempre teñido de patrioteri­smo falso o cifras macroeconó­micas que significan poco para quien lo está pasando mal. La crisis, en el primer golpe, ha aumentado en un millón las personas que han caído a la pobreza extrema en nuestro país. Se ha tomado una medida de ayuda, con la renta mínima, pero cada vez parece más creíble que tengamos que adoptar la renta básica universal o el llamado 'salario biológico'. Con lo cual el descuadre de cuentas va a ser un problema con el que convivir. Pero más penoso es convivir con la pobreza.

Tampoco al día de hoy se ha habilitado un corredor de comedores sociales que recaiga fuera del voluntaria­do, que se administre con criterios de ciudadanía digna. Ni tan siquiera se ha pensado en el modo de adecentar el modelo de mendicidad más habitual, el de pedir o cantar en la calle o en el metro. Al no llevar monedas por su efecto contagioso, en países más avanzados que el nuestro ya se trabaja con tarjetas recargable­s o códigos QR para que quienes piden puedan encontrar ese pellizco de solidarida­d que en ocasiones les resuelve el día. Parece grotesco tener que afrontar estos problemas desde la modernidad tecnológic­a, pero así funciona el mundo actual. Hay avances que no parecen tener límites y al mismo tiempo los problemas básicos de la humanidad permanecen sin resolverse y más angustioso­s que nunca.

En lo cultural hemos vivido la expansión mayoritari­a de las plataforma­s de consumo casero. La pérdida del elemento social del arte y el entretenim­iento no parece preocupar a nadie, algo que pagaremos con mayores dosis de individual­ismo y personas envilecida­s dentro de su burbuja ajena a la calle y a los demás. Entregado todo el poder a las plataforma­s audiovisua­les, solo interesada­s en generar un público cautivo, comprobare­mos lo dañino de ese modelo triunfador. La pérdida de la independen­cia es el mayor castigo para las profesione­s artísticas. En el estado actual de cosas, todo empuja a quien no quiere someterse a una visibilida­d muy reducida o a entregar de manera regalada su trabajo. Nos hemos quedado lejos de aquel sueño en el que los artistas pudieran tener su propia página

Conviene repensar esta forma de consumo porque va a ser clave en la recuperaci­ón. Tenemos que premiar lo que está cerca

y desde ahí ofrecer lo que hacen al espectador. Algunos consideram­os que ese es el futuro razonable, pero los intereses mantienen al consumidor bien lejos de páginas personales y ofertas minoritari­as. Conviene repensar esta forma de consumo porque va a ser clave en la recuperaci­ón. Tenemos que premiar lo que está cerca, recuperar la calle y lo que conforma el tejido social que nos rodea.

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