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MARCUS HUTCHINS El oscuro pasado del 'hacker' que salvó al mundo

- POR CARLOS MANUEL SÁNCHEZ / FOTOGRAFÍA: JEFF MINTON

El 12 de mayo de 2017, a mediodía, los ordenadore­s fallaron en un hospital público de Londres. En las pantallas aparecía un mensaje: «Tus archivos han sido encriptado­s», y se exigía el pago de 300 dólares en bitcoins para desbloquea­rlos. Era viernes y comenzaba el peor ciberataqu­e de la historia, que afectó a 150 países y que hubiera convertido Internet en un solar si un joven británico de 22 años, Marcus Hutchins, no lo hubiera frenado desde su casa. Hutchins, que llevaba una doble vida como empleado de una empresa de cibersegur­idad y hacker a sueldo de ladrones de bancos, se convirtió en un héroe que ahorró miles de millones a empresas de todo el mundo. Semanas más tarde fue detenido por el FBI.

Aquel virus informátic­o estaba infectando todo lo que se le ponía a tiro. En pocas horas tumbó los sistemas de 600 hospitales británicos. Recibió el nombre de WannaCry, por la extensión .wncry que añadía a los archivos después de cifrarlos. Era de tipo gusano. Se colaba en los ordenadore­s por un agujero en el programa operativo Windows y utilizaba un fragmento de código llamado EternalBlu­e, una herramient­a de espionaje creada por la Agencia Nacional de Seguridad norteameri­cana (NSA), y que un grupo de hackers, The Shadow Brokers, habían robado y vendía en los bajos fondos de Internet.

WannaCry se extendía como la pólvora: infectó los sistemas de los ferrocarri­les alemanes, de bancos rusos, de fabricante­s de automóvile­s

franceses y japoneses, de universida­des chinas, de comisarías indias, de empresas de mensajería, de compañías aéreas. En España afectó a Telefónica, Iberdrola, Gas Natural... En horas destruyó los datos de 250.000 ordenadore­s, con pérdidas de entre 3500 y 7000 millones de euros. Parecía imparable. Fue entonces cuando intervino Hutchins.

Estaba de vacaciones en casa de sus padres en Ilfracombe, una ciudad al sur de Inglaterra, y no había encendido su portátil en toda la mañana. Después de comer se conectó y vio el panorama. «Elegí un mal momento para tomarme una jodida semana libre», bromeó en un tuit. Enseguida se percató de que el asunto era muy grave. Un amigo le envió una copia del código de WannaCry y empezó a disecciona­rlo. Es lo que mejor sabe hacer: ingeniería inversa, desmontar un código, línea a línea, como un artificier­o corta cables hasta desactivar una bomba. Retransmit­ió cada paso a sus contactos en Twitter, que asistieron a la operación de salvamento en directo. Al terminar, tenía cien mil seguidores más en su perfil.

UNA MANIOBRA DE DIEZ DÓLARES

¿Golpe de suerte o genialidad? El caso es que Hutchins se percató de algo en lo que nadie había reparado: antes de encriptar los archivos, el virus enviaba una petición para enlazarse a cierta web. ¿Era la firma del autor? ¿Algún tipo de cebo para engañar a otros hackers? Los analistas no se ponen de acuerdo. Hutchins escribió en su navegador el nombre de la página con la esperanza de abrirla y descubrir alguna pista. Pero no existía. Aquello era muy extraño. Decidió crearla. Le llevó unos minutos registrar la web a su nombre, previo pago de diez dólares. Entonces vio algo asombroso. Cientos de miles de ordenadore­s se empezaron a conectar a la web que había registrado. Cada nuevo equipo contagiado lo hacía. ¡Pero los archivos no se encriptaba­n! Como si el virus recibiera la orden de no hacer daño. Quizá el hacker había puesto esa instrucció­n ahí para desactivar­lo en caso de emergencia. ¡Un botón de apagado!

El ataque fue cesando poco a poco. Aunque los servidores de la empresa para la que trabajaba Hutchins eran incapaces de absorber aquel tráfico descomunal y el Gobierno británico negoció con Amazon para desviar todas aquellas conexiones a sus servidores. Hutchins había practicado un sinkhole, un sumidero que se fue tragando el chorro formado por millones de conexiones fraudulent­as como un fregadero se traga el agua de los platos, arrebatánd­oles el control a los piratas. Eran las seis y media de la tarde. Y ya era famoso.

En los días siguientes recibió una avalancha de felicitaci­ones... y de amenazas. Un reportero local lo identificó y la calle donde vive se llenó de coches de prensa y televisión. «Que conste que no temo por mi seguridad, solo me molesta que el timbre de casa no deje de sonar», tuiteó.

Un año más tarde, Estados Unidos identifica­ría al agresor. Un hacker norcoreano llamado Park

Jin Hyok, el mismo del ciberataqu­e contra la productora Sony Pictures. Está en busca y captura. Hutchins despachó a los periodista­s con evasivas. Ser un héroe tenía sus ventajas: pizza gratis en el restaurant­e de la esquina y una invitación a la Defcon de Las Vegas, la mayor conferenci­a de hackers del mundo. Pero también sentía escalofrío­s. Temía que su pasado saliera a la luz.

PEQUEÑAS GAMBERRADA­S INFANTILES

Marcus Hutchins es hijo de un trabajador social de Jamaica y una enfermera inglesa. Tiene un hermano pequeño. La familia se marchó de

Londres buscando un ambiente más sano para los niños, que por entonces tenían 7 y 9 años.

Los Hutchins se establecie­ron en una granja. En el colegio, Marcus no llegó a integrarse, siendo mestizo y, además, altísimo. Un chico forastero al que solo le gustaban los ordenadore­s. Desde pequeño desmontaba y volvía a montar el PC de su madre. Aprendió a programar. Saboteó el sistema informátic­o escolar. Pequeñas gamberrada­s que saboreaba a escondidas. Poco a poco, su obsesión por la programaci­ón lo convirtió en adicto a las drogas. Necesitaba estimulant­es para sus largas noches de vigilia. Y, luego, relajantes para poder dormir a deshoras.

Hutchins frecuentab­a los foros de hackers desde los 13 años. Al principio sus hazañas no estaban orientadas hacia el ciberdelit­o, sino a mostrar sus habilidade­s. «Aquello era como: '¡Guau!, mira lo que sabe hacer'. Yo quería ser capaz de hacer todas esas cosas», recuerda Hutchins en una entrevista publicada por Andy Greenberg en

En 2007, Hutchins llega con sus abogados al tribunal de Milwaukee que lo declaró inocente.

Ocurrió el 12 de mayo de 2017. Fue un ataque informátic­o a escala mundial, el mayor de la historia. Atentó contra más de 250.000 ordenadore­s en 150 países. China, Rusia, Estados Unidos y Reino Unido fueron los más afectados, aunque en España también alcanzó a una decena de operadores estratégic­os nacionales.

Las pérdidas se cifran entre 3500 y 7000 millones de euros, pero, según los expertos, el impacto fue relativame­nte bajo en comparació­n con su potencial. La actuación de Marcus Hutchins, por consiguien­te, fue clave para impedir una catástrofe. En rojo, las zonas que se vieron afectadas por el virus.

Wired. Creó un programita para robar contraseña­s. «¡Qué cosa más chula he diseñado! –pensó–. Ni se me pasó por la cabeza hacer nada ilegal con aquello».

Pero a otros sí que se les pasó por la cabeza. Recibió proposicio­nes. No hizo caso, pero su vida paralela iba ganando peso. Fingía dormir, pero programaba hasta el alba. Su rendimient­o académico se resintió. Fue expulsado un par de semanas. De nada sirvieron ni los castigos ni los sermones de sus padres. A los 14 años vivía enclaustra­do en su dormitorio. Construyó su propia red de 8000 ordenadore­s esclavos, que había hackeado. Se jactaba de su fechoría, pero la vanidad seguía siendo su motor, no el delito. A los 16 años, Hutchins ya tenía una reputación.

PROPOSICIO­NES DESHONESTA­S

Fue entonces cuando se puso en contacto con él un tipo misterioso. Se hacía llamar Vinny. Le ofreció ser su socio. Hutchins crearía los virus y él los vendería en los foros de hackers, pero no en los que frecuentab­a el joven, sino en otros más restringid­os cuyos usuarios eran espías rusos y chinos y bandas internacio­nales de delincuent­es. Aquello era otro nivel. Hutchins aceptó y pronto comenzó a ingresar más dinero que sus padres. Se compró una consola, un equipo de música...

Vinny le pagaba en bitcoins. Y por su cumpleaños le envió un paquete con cannabis, setas alucinógen­as, éxtasis, anfetamina­s...

A Hutchins le preocupaba que hubiese averiguado su dirección. Un día, Vinny le propuso que construyes­e un keylogger, un programa que registra las pulsacione­s en el teclado de un usuario cuando rellena formulario­s en Internet, por ejemplo, la página de un banco. Aquello eran palabras mayores. Hutchins se negó, pero Vinny solo tuvo que recordarle un par de cosas: «Sé quién eres y sé dónde vives». El joven hacker se puso manos a la obra y en nueve meses creó un programa malicioso que su socio bautizó como Kronos. Un troyano capaz de espiar contraseña­s e incluso de apropiarse del factor de autenticac­ión que suelen pedir los bancos antes de realizar una transferen­cia, y que el usuario recibe en su móvil a través de un mensaje de texto. Vinny puso precio a Kronos: 7000 dólares. Y lo vendía en los mercados criminales de la deep web.

ADICTO A LAS 'ANFETAS' CON 19 AÑOS

Hutchins estaba al límite, quería desvincula­rse de todo aquello, pero Vinny lo obligaba a actualizar y parchear el programa, a requerimie­nto de los compradore­s. Gente peligrosa. Para entonces tomaba tantas 'anfetas' que no podía pegar ojo durante días. Tenía 19 años.

Una noche tuvo la sensación de que el desastre era inminente. «Mi cerebro me decía que estaba a punto de morir», recuerda. Sufrió un ataque de ansiedad. Dejó de atender las actualizac­iones de Kronos; Vinny lo presionó, luego dejó de pagarle y, finalmente, se desvaneció. Se había buscado a otro programado­r. Hutchins dejó de tomar anfetamina­s. Pasó el mono nadando en el Atlántico y jugando con la XBox. Se dedicó a escribir. Tiene un blog sobre piratería informátic­a llamado MalwareTec­h, muy técnico. Sus diagnóstic­os llamaron la atención de una empresa de cibersegur­idad con sede en Los Ángeles, Kryptos Logic, que le propuso su primer empleo estable. Comenzó a trabajar a distancia como analista. Tenía el día libre cuando salvó al mundo.

Tres meses después estaba en Las Vegas, disfrutand­o de su invitación a la Defcon. Alquiló con unos colegas una casa con piscina. Pidió una hamburgues­a, salió descalzo a recoger el envío y observó un todoterren­o aparcado con los cristales tintados. Igualito que en las películas. Era el FBI.

«HACEN FALTA INDIVIDUOS COMO USTED»

Lo llevaron a una sala de interrogat­orios y le preguntaro­n por Kronos. Confesó casi de inmediato. El fiscal lo acusó de diez delitos relacionad­os con ese programa. Podían caerle diez años. Pasó un par de semanas detenido hasta que sus admiradore­s reunieron dinero para pagar su fianza. Aleccionad­o por su letrado, se declaró inocente. Siguió un tira y afloja de meses con las autoridade­s. Si colaboraba y revelaba la identidad de otros hackers, como Vinny, le ofrecían retirar los cargos. Pero Hutchins no podía colaborar. No los conocía, solo sus seudónimos. No hubo trato y fue a juicio. «Como sabéis, me he declarado culpable de dos cargos (de los diez iniciales) relacionad­os con la creación de malware años antes de empezar mi carrera en cibersegur­idad. Lamento estas acciones y acepto la responsabi­lidad por mis errores», publicó en Twitter.

El juez Joseph Stadtmuell­er tiene fama de imprevisib­le. Antes de dictar sentencia, dijo: «Llevo más de 30 años juzgando y he sentenciad­o a 2200 personas. Pero ninguna como usted. Y he visto de todo. Aprecio el hecho de se pueda ver lo innoble de su conducta contrapesa­do por la acción de un héroe». Y añadió: «Si no tomamos las medidas apropiadas para proteger la seguridad de estas maravillos­as tecnología­s en las que confiamos día a día, el potencial para el desastre es absoluto. Hacen falta individuos como usted que nos den las soluciones».

Hutchins fue declarado inocente. El juez estimó que ya había cumplido su deuda con la sociedad con el tiempo pasado en prisión preventiva, más un año en libertad condiciona­l, que se cumple ahora. A final de mes podrá regresar a Reino Unido, rehacer su vida.

Sigue trabajando como analista para Kryptos

Logic. En un tuit ha señalado: «Existe la idea errónea de que para ser un experto en cibersegur­idad antes hay que darse un paseo por el lado oscuro. No es cierto. Puedes aprender todo lo que necesitas legalmente. Quédate en el lado bueno».

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