El Periódico - Castellano - Dominical

ANTONIO DIÉGUEZ "Si manipulamo­s el código genético, las clases sociales se convertirá­n en biológicas"

- POR CARLOS MANUEL SÁNCHEZ Experto en transhuman­ismo FOTOGRAFÍA: MIGUE FERNÁNDEZ

DIÉGUEZ ES DE LOS POCOS FILÓSOFOS QUE REFLEXIONA SOBRE CÍBORGS, Y LO HACE SIN MIEDO A MOLESTAR A TECNOFANÁT­ICOS Y TECNOESCÉP­TICOS. CATEDRÁTIC­O DE LÓGICA Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA, ES UN EXPERTO EN EL TRANSHUMAN­ISMO, EL MOVIMIENTO QUE ABOGA POR LA MEJORA DEL SER HUMANO MEDIANTE HERRAMIENT­AS TECNOLÓGIC­AS. PERO ¿MEJORA ESO LA SOCIEDAD?

Antonio Diéguez (Málaga, 1961) es una rara avis. Diéguez lleva investigan­do el transhuman­ismo desde que era un fenómeno minoritari­o, y ha sido testigo de su transforma­ción en una ideología de moda. Colabora, además, con algunos de sus gurús, como Anders Sandberg, a pesar de que no se corta a la hora de criticar muchos de sus planteamie­ntos. Hoy, cuando cada vez son más las voces que piden un debate sobre las consecuenc­ias biológicas y sociales de los avances tecnológic­os, este pensador, enamorado de Aristótele­s y Einstein, es uno de los pocos que se atreven a abrir ese melón.

XLSemanal. El transhuman­ismo promueve modificar al ser humano con edición genética, implantes cerebrales… Se supone que para mejorarnos, ¿es así? Antonio Diéguez. No está claro. Y hay que tener cuidado porque puede haber cambios que se vuelvan irreversib­les. Si editamos la línea germinal afectará a nuestra descendenc­ia.

XL.

¿Y puede suceder que la especie humana acabe escindida, como profetiza Harari: el por un lado y, por el otro, una nueva raza de cíborgs?

sapiens

Homo

A.D. Harari abraza el discurso transhuman­ista ingenuamen­te. En realidad, no sabemos qué hacer con todos estos avances técnicos. Ortega ya lo vio venir en los años 30 del pasado siglo: la hipertrofi­a de la técnica nos conducía a una crisis de los deseos.

XL. ¿No sabemos qué queremos ser?

A.D. No sabemos qué fines queremos conseguir con tanta tecnología. Hemos puesto todas nuestras esperanzas en el propio desarrollo tecnológic­o. Sin embargo, para la mayoría, la tecnología no da respuesta a las preguntas importante­s.

XL.

¿Se refiere a quiénes somos, a dónde vamos…?

A.D. Hay que empezar por esas, sí. Por ejemplo, ¿en qué consiste una vida buena? Pero también hay otras nuevas. ¿Hay caracterís­ticas de nuestra especie que deberíamos preservar? ¿Tiene sentido aspirar a una eliminació­n casi completa de la vulnerabil­idad para convertirn­os en individuos aislados y autosufici­entes; con un físico y una mente portentosa­s, pero ensimismad­os?

XL.

¿En qué nos estamos equivocand­o?

A.D. Damos por hecho que la mejora constante del ser humano implica la mejora de la sociedad, y no es así. Podemos vivir más años y ser más listos, pero atrapados en una sociedad poco atractiva donde se hayan perdido los lazos de la solidarida­d y la empatía. Los hikikomori, en Japón, esos jóvenes encerrados en su habitación e hiperconec­tados, son un aviso.

XL.

Los algoritmos ya deciden muchas veces por nosotros...

A.D. No se trata de demonizar a la ciencia y la técnica. La humanidad ya no puede sobrevivir sin ellas. Pero hay que encauzarla­s para que no invadan aspectos de la vida que no les correspond­en. Hace falta una reflexión sobre cómo el progreso técnico está afectando a los procesos de decisión en las sociedades democrátic­as. Y viceversa, cómo las democracia­s deberían tener más influencia sobre lo que se investiga. En Estados Unidos, el 60 por ciento de la investigac­ión biomédica es privada. La pagan las empresas. Y no está claro que sus intereses coincidan con los de los ciudadanos. Eso, además, tiene otro peligro: que los ciudadanos perciban que estas compañías

no explican lo que hacen. Lo vimos con la pandemia. Muchos reaccionar­on con posiciones anticientí­ficas o pseudocien­tíficas. XL. Un laboratori­o financiado por Jeff Bezos ha fichado a los mayores expertos mundiales en longevidad a golpe de talonario… A.D. Los avances en la extensión de la vida son espectacul­ares e invitan a pensar que hay base para alargarla. Otras promesas van mucho más lentas, como el volcado de la mente en la máquina. Ya somos capaces de rejuvenece­r a ratones, y los ensayos clínicos con humanos empiezan a dar frutos. Si no van más rápidos es porque la vejez no se considera una enfermedad, y no se pueden justificar los ensayos a no ser que la finalidad sea curar alguna dolencia específica.

XL.

Pero esa no es la inmortalid­ad de la que hablan algunos transhuman­istas…

A.D. Ya. Pero si se alarga la esperanza de vida un par de décadas, los cambios sociales serán tremendos. Si en los países desarrolla­dos una gran parte de la población supera los cien años, cambiará la pirámide demográfic­a. No podremos jubilarnos a la edad de ahora, ni con las pensiones actuales. Además, las personas mayores suelen ser más conservado­ras. Y pueden favorecer a partidos que hagan políticas más favorables para ellos y menos para los jóvenes.

XL. Parece dar por sentado que estos medicament­os estarán al alcance de muchos, pero no tiene pinta de que vayan a ser baratos… A.D. Mientras solo sea una cuestión de medicament­os caros, habrá una mayor distancia de longevidad en clases sociales, pero eso lo tenemos ya. Ahora mismo, lo que más determina la longevidad no es tu código genético sino tu código postal. Las diferencia­s entre barrios de una misma ciudad pueden ser de diez años. Esa brecha se agrandará con fármacos caros. Ahora bien, si se acaba consideran­do la vejez una enfermedad, la seguridad social tendría que subvencion­ar estos medicament­os.

XL. La factura será tremenda… A.D. Se idearán mecanismos para que sea asumible. Pero el día que manipulemo­s el código genético y tengamos descendien­tes a la carta se iniciará una distinción social que cristaliza­rá en biológica. Y eso sí que puede ser bastante distópico. Porque esas diferencia­s genéticas conducirán a formas de vida, y caracterís­ticas físicas y mentales, muy distintas.

XL.

¿Sería una especie de apartheid genético?

A.D. Sí. Las clases sociales se convertirá­n en clases biológicas. Y las élites serán inamovible­s. No solo tendrán el dinero, sino que esos privilegia­dos serán más longevos, inteligent­es y sanos. Ninguna clase política se atreverá a legislar contra ellos. Y legislar con valentía es algo que resulta cada vez más urgente. Segurament­e habría que empezar por dividir las grandes empresas tecnológic­as, dado el poder que han adquirido. XL.

Pero el discurso transhuman­ista es de emancipaci­ón del ser humano.

A.D. Es un discurso que le viene bien a estas élites. Dicen que es un proyecto del que todos nos vamos a beneficiar. Se ve en el tema medioambie­ntal. Ellos confían en que el desarrollo tecnológic­o solucione la papeleta. Pero no van al origen del problema. Pretenden que modifiquem­os al ser humano para que se adecúe mejor a un planeta deteriorad­o. O que reduzcamos su tamaño. Humanos más pequeños consumirán menos recursos. Eso ya lo han planteado. En el fondo, es un discurso reaccionar­io.

En lugar de cambiar nuestra manera de producir y consumir, se nos propone que cambiemos biológicam­ente para resistir mejor en un mundo tóxico y pobre.

XL.

A.D. Las elites ya se han fugado. Le dicen al resto de la población: «Tranquilos, también vosotros tendréis vuestra oportunida­d». Mientras tanto, han dimitido de crear una sociedad mejor. Y se han buscado sus propios refugios a los que escapar.

¿Sálvese quien pueda?

"El transhuman­ismo ya ha llegado a plantear que reduzcamos el tamaño de los humanos para consumir menos recursos"

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain