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AMEN DUNES El lento camino hacia la luz

El compositor rock de culto Damon Mcmahon presenta ‘Freedom’ en La [2], disco en el que vuelve a exhibir una voz carismátic­a y una música que, esta vez, suena algo menos escurridiz­a gracias a una producción menos embarullad­a y ruidosa

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Antes de lanzar su aplaudido proyecto Amen Dunes, Damon Mcmahon fue parte de Inouk, un grupo rock’n’roll neoyorquin­o de los dosmiles que no acabó de encontrar su lugar. De hecho, ni siquiera aparecen en el índice onomástico de la

(exhaustiva) historia oral de la época que ha escrito Lizzy Goodman, Nos vemos en el baño. Renacimien­to y rock and roll en Nueva York. 2001-2011 (editada en cas- tellano por Neo Person).

A la fuga de precisamen­te Nueva York, Mcmahon se fue una temporada a China. Solo se decidió a volver cuando un sello se interesó en lanzar su primer disco como Amen Dunes, D.I.A. (2009): música basada en la improvisac­ión, hi- peremocion­al, solipsista, hecha sobre todo para él mismo.

Cada álbum posterior ha sido un paso hacia algo parecido a la claridad y el cla- sicismo; un irse despojando, poco a po- co, de las capas de ruido para arrojar luz sobre una voz carismátic­a. Durante es- tos años, los críticos hemos tratado de poner algún nombre a su música escu- rridiza. Al parecer, sin mucho éxito. Cuando pregunto a Mcmahon cuál es su favorito entre los géneros que nos he- mos inventado para bautizar lo que ha- ce, responde: «Ninguno».

Nuestro entrevista­do es igual de es- cueto con todas las preguntas, enviadas (no quedó otro remedio: ya estaban de gira) a través del correo electrónic­o. Puede que en el reciente disco Freedom, que el lunes lleva a La [2] de Apolo, su voz suene realmente transparen­te, clara, pero Mcmahon parece seguir interesado en mantener una cierta aura de misterio a su alrededor.

En Freedom no solo se permite una producción menos embarullad­a y ruidosa de lo habitual, más aire para respirar, sino también espacio para bailar (esas líneas de bajo líquidos, esos beats como de rock experiment­al alemán de los 70). «Crecí yendo a raves, aquí retomo algo de eso», explica brevemente.

A nivel de letras, ha querido explorar algunas figuras masculinas tóxicas (su propio padre en Blue rose o el surfero Miki Dora en Miki Dora), pero no buscaba conectar con la era #Metoo, sumarse a esa conversaci­ón. Mcmahon prefiere que sus canciones sean intemporal­es. «Y trato de hacerlas tan buenas como sea posible, preocupánd­ome por la calidad de la música y todos los elementos».

EL PROCESO

Trato de indagar en la forma de funcionar de Mcmahon a la hora de componer. Las rutinas creativas suelen ser fascinante­s. ¿Cuál es su método personal? «Solo espero a estar inspirado; después canto una melodía y la grabo, y luego escribo las letras». La música no es lo que más le inspira, al parecer. «Me aburre un poco, de hecho. Es difícil encontrar algo que sea inventivo, o arriesgado, u honesto, o emocionalm­ente poderoso, así que prefiero ver pelis o leer libros». El último libro que le dejó huella fue El vendido, de Paul Beatty (Malpaso), la sátira racial ganadora del Man Booker Prize en el 2016.

Según parece, es bastante más fácil ver a Mcmahon pasando las páginas de un libro que haciendo scroll. Sus cuentas sociales son, ante todo, profesiona­les. «Puedo decir que cada vez que borro Instagram o paso una temporada fuera de ahí, me siento mejor», explica en su respuesta, quizá, más confesiona­l, dejando a un lado el misterio por solo unas cuantas palabras. —

«LA MÚSICA ME ABURRE. ES DIFÍCIL HALLAR ALGO INVENTIVO. PREFIERO VER UNA PELI O LEER LIBROS»

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