El Periódico - Castellano - On Barcelona

EN ESTE RESTAURANT­E ME CONOCEN

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Si acostumbra­s a ir a restaurant­es, enseguida identifica­rás al sujeto. Lo has visto muchas veces. Sabes de qué pie calza. Si, por el contrario, eres una persona impresiona­ble y solo comes fuera cuando hay luna llena, te tragarás su pantomima y saldrás del restaurant­e pensando que, en este mundo de ganadores, pintas menos que el presentado­r que le aguanta el bolso a Ana Rosa Quintana. Cuidado con el flipao de los restaurant­es. Suele llevar americana de algodón, pulseras de piel, tejanos ligerament­e descolorid­os y zapatos. Es la imagen del triunfador casual, un choque imposible entre Pipi Estrada y Joan Laporta. Suele llevar pelo de rico, es decir, unas choyas engominada­s que le brotan del pescuezo como cardos borriquero­s. Y su colonia y bronceado te cegarán como si fueran gas pimienta. El flipao de los restaurant­es se cree que entiende de vinos, pide botellas de 50 euros, hace gárgaras con el caldo y choca el puño con el sumiller. Mira de reojo a los otros clientes y confunde sus caras de vergüenza ajena con rictus de admiración. Hará todo lo posible para que le oigas, le veas y te convenzas de que es un tipo muy importante (y tú no).

El flipao de los restaurant­es saluda a los camareros como si hubiesen sido compañeros de batallón en la guerra de Corea. Abrazos aparatosos, palmadas en la espalda ensordeced­oras. Se mueve por el local como si estuviera en su casa. Se mete en la cocina sin permiso para pellizcarl­e los mofletes al chef. No te dejes engañar por su puesta en escena y ni se te ocurra comer con él: segundos antes de que llegue la cuenta, dirá que tiene un apretón y dejará pasar los minutos en el váter hasta que hayas pagado esa cena que te había prometido que os saldría gratis, «porque en este restaurant­e me conocen». —

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