El Periódico - Castellano - On Barcelona

RAMÓN Y CAJAL, 80

- Miqui Otero Periodista y escritor

En pocos sitios he oído a tantos grupos tocar como aquí. Aquí, de hecho, he tocado la guitarra hasta yo (que no tengo grupo). Aquí he visto al hijo de uno de mis novelistas yanquis favoritos hablar de su padre. También aquí he tomado dedales de elixir, un chupito elaborado con una fórmula más secreta que la de la Coca-cola y que la de la ambrosía. Aquí he presentado novelas de amigos y he presentado amigos a otros amigos. Aquí he traído empanadill­as cocinadas (el verbo es generoso) en mi casa y encima se la han comido grupos a los que admiraba. Estoy aquí, otra vez. Aquí es el bar Heliogàbal, uno de los rincones culturales de la ciudad donde hemos hecho más cosas. Un bar con un nombre que hace referencia a un emperador dominado por la gula y la sed. «Nosotros no paramos de beber sin sed», escribió Rabelais. Y vaya si lo haremos hoy. Lo que haya hecho aquí yo es lo de menos. Lo que importa es lo que este pequeño bar de Gràcia ha hecho por la ciudad: un nudo de complicida­des tejidas por un montón de gente. A veces miro su tirador de cerveza, al lado de esa pequeña puerta de cantina, y pienso: ¿cuántas risas han salido de este grifo? Unas cuantas, sin duda. Después de meses y meses buscando el encaje de licencias y reformas, esta semana ha abierto las puertas a una nueva programaci­ón regular y resulta que hoy me toca poner unos discos mientras pienso en todo esto.

Así que pienso en todo esto mientras elijo otra canción. Edu, de Las Ruinas, levanta pulgares y yo recuerdo aquel himno de su grupo: Ramón y Cajal. Yo hacía tiempo que no pinchaba fuera de casa (cosas de la paternidad novata), así que por un momento temo que en el clímax beodo-emocional de la noche me dé por poner a todo trapo Mans que volen com papallones o Baby Shark. De hecho, escribiré estas líneas dos días después con agujetas en los muslos, por agacharme a selecciona­r el siguiente de los vinilos que he dispuesto en el suelo (tener agujetas por jugar a pádel es algo incluso digno comparado con sufrirlas por poner unos cuantos discos).

Han cambiado algunas cosas. La pintura de la pared y la ubicación de los lavabos. Durante esta noche iré cuatro veces a aliviarme al váter (¡la cerveza es muy diurética!) y las cuatro veces me equivocaré e intentaré entrar por la puerta de su antigua ubicación (a Philip K Dick le pasó algo parecido una vez y se volvió loco y escribió grandes novelas; yo solo consigo que se tronchen de mí los que ven mis obstinadas maniobras).

VOLVER A ESTAR AQUÍ

En una ciudad dominada por la lógica de los grandes festivales, no está mal recordar lo vivido aquí. Un sitio en el que hemos organizado conciertos y donde la cena para la banda invitada la preparábam­os entre todos y la servíamos en medio del bar. Ese sitio, decía, en el que una vez participam­os en un homenaje a una banda muy favorita, The Go Betweens, y toqué a la guitarra con unos amigos (nos llamamos, muy irónicamen­te, Supergrupo) una versión de Love goes on. Andaba por el bar uno de los bajistas originales del grupo australian­o, que pidió salir a tocarla con nosotros y la habíamos preparado con todos los acordes cambiados, así que el tipo nos miraba todo el rato como si fuéramos de color verde porque ni él reconocía la canción que habíamos escogido. Y que él había tocado en mil giras. Sonaba mal, quizás, pero en realidad sabía muy bien (mejor que las empanadill­as). Tan bien como volver a estar aquí. — MIQUI OTERO UNO QUE ESCRIBE COSAS PARA VIVIR Y QUE VIVE COSAS PARA ESCRIBIR

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