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A vueltas con las Navidades
HUBO UN TIEMPO, no tan lejano, en el que las lentejuelas y sus primas glam –la purpurina, la pedrería y los cristales– estaban circunscritas a la noche, la Navidad y a un cierto desvío de esa noción hoy decadente que se hacía llamar buen gusto. «Algunas personas necesitan lentejuelas, otras no», dijo en un ataque de dignidad la diseñadora Edith Head, orgullosa de su vestido de satén con el que Grace Kelly recogió su Oscar en 1955 y apareció en la portada de Life. y la bola de discoteca. Menudean los tutoriales de cómo deslumbrar en su justa medida, los adolescentes de Euphoria derraman lágrimas de purpurina y las firmas han encontrado en el brilli brilli un filón para hacer del lujo de toda la vida algo más sucio, desviado y callejero, además de una fórmula para destacar en pasarelas y viralizar en redes sociales.
Sin embargo, más allá de la coyuntura, que la sagrada familia de los hashtag –los Kardashian– haya dado la bienvenida a la Navidad con más brillos que Times Square también tiene algo de antropológico. Según estudios científicos, los humanos tenemos una fascinación atávica por lo brillante relacionada con la luz que refleja el agua. De hecho, en el paleolítico ya se usó la mica en las pinturas rupestres e incluso se
SEGÚN ESTUDIOS CIENTÍFICOS, TENEMOS UNA FASCINACIÓN ATÁVICA POR LO BRILLANTE
han encontrado trazas de un mineral reflectante en el maquillaje de los neandertales. Es más. Tutankamón, prescriptor en lo suyo, se fue al más allá con discos de oro hilvanados a sus prendas y los ricachones europeos antiguos también se cosieron monedas y metales preciosos en la ropa como signo de clase.
La historia siguió en Hollywood –y eso que en los años 30 llevar lentejuelas suponía un plus de heroicidad: podías sufrir una lesión si la gelatina electrochapada se derretía– y dio un giro de guion con el glam, cuando David Bowie y compañía convirtieron el maquillaje y la purpurina –«ese herpes de las manualidades», dijo el humorista Demetri Martin– en una andanada kitsch y andrógina contra el rock y sus chicos peligrosos, siempre tan testosterónicos y tomándose tan en serio. Solo un pero: mejor dar larga vida a las lentejuelas. Que a falta de alternativas eco accesibles, tampoco es cuestión de que por lucir brilli una noche el PVC acabe engrosando los microplásticos de los océanos. —