El Periódico - Castellano - On Barcelona
¿QUIÉN PINCHA EN ESTE RESTAURANTE?
Un restaurante no es una discoteca. Lo aprendimos por las malas después del bluff de los restaurantes-lounge-club o como diablos se llamaran; intentos de fusionar mesa y boîte que, bajo un halo de aparente exclusividad, acabaron convirtiéndose en efímeros monumentos a la horterada. Afortunadamente, de esta calaña ahora apenas quedan cuatro espacios mal contados que atraen a guiris, futbolistas, nuevos ricos y cenas de empresa. No obstante, ha perdurado un tic que todavía aqueja a algunos restaurantes: poner música house a toda hostia durante la cena, como si necesitaras a David Guetta columpiándose en tu tímpano para disfrutar plenamente de un pollo a la pepitoria.
Las cenas house son una tortura. No puedes comer tranquilo con la última de Erick Morillo horadándote el cerebro. Cada cosa a su tiempo y en su lugar. La electrónica ibicenca y las luces de pub aniquilan cualquier atisbo de intimidad; las ráfagas de disco-funk entierran la conversación en un alud de subidones y falsetes; ¿cómo es posible que haya gente que coma a gusto con una playlist del Matinée en el hilo musical? Y qué decir de los restaurantes que contratan a DJS para amenizar la cena. Aquí no hay escapatoria; ¿cómo vas a pedirle al camarero que baje la música? En esta tesitura, me asombra que no se haya inventado todavía una fusión de estrella Michelin y Psicódromo. Un nuevo concepto, con Nando Dixkontrol pinchando Front 242 a un volumen atronador y narrando los platos a los comensales micro en mano: «¡Hey peña, ahora llegan las esferificaciones de GHB, el falso ceviche de tripi y el pichón con escabeche de speed!». O se hace bien o no se hace. —
ME ASOMBRA QUE NO SE HAYA INVENTADO UNA FUSIÓN DE ESTRELLA MICHELIN Y PSICÓDROMO