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CIUDAD SUICIDA

- Miqui Otero Periodista y escritor

Qué mejor plan para un viernes por la noche que estar agazapado tras un extintor rojo a diez segundos de escuchar la canción más triste de la historia? La canción, ideal para desprecint­ar un fin de semana, va sobre un domingo, claro, y quedan diez segundos para que suene. Mientras discurren (puedes bisbisear la cuenta atrás; yo la estoy viendo en un contador proyectado en la pared) intentaré explicaros de qué va. La escribió en 1933 un pianista húngaro, Rezsö Seress. Habla de un hombre que, tras la muerte de su amante, trama el mejor plan para su domingo. No es preparar filetes empanados para montar un pícnic en el lago. No es escuchar el Carrusel Deportivo. No es preparar el sofrito de una paella de crustáceos. No es ir a misa. Es suicidarse. La revista Time publicó en 1963 que la canción, versionada tanto por Billie Holiday como por Björk, provocó decenas de suicidios. Y la BBC la censuró durante 61 años. En 1968 el autor de Gloomy Sunday intentó quitarse la vida saltando por la ventana de su apartament­o. Sobrevivió. Días después encontraro­n su cuerpo inerte en un hospital, estrangula­do con un alambre.

Y diez. ¿Ya tienen ganas de quemar la noche de bares? ¿O de ver La Sexta Columna en casa? Yo sigo aquí, escuchando la canción en cuestión, parte de la nueva obra teatral de Marc Caellas y David G. Torres.

‘SUICIDE NOTES’, EN EL ANTIC TEATRE

El título, Suicide notes, no engaña. Durante una hora, deambulare­mos meditabund­os y emocionado­s por la sala del Antic Teatre, las suelas de mis zapatos Clarks enganchánd­ose en el suelo, emitiendo un extraño quejido, para fijarnos en las sorpresas de este inventario de notas de suicidio célebres. Notas que leen con filo Esteban Feune (camiseta del dúo Suicide) y Laura Weissmahr (camiseta que la también suicida Jean Seberg lucía en Al final de la escapada) aquí y allá, con sus siluetas recortándo­se sobre proyeccion­es o encaramado­s a un andamio, mientras un batería y un bajo (Monk) le añaden el pulso vital a los textos de quienes quisieron detenerlo.

La cosa empezará con la brutal nota de suicidio de Kurt

Cobain y enfilará el final con la lectura de la de Zweig cuando pensaba que los nazis habían ganado la partida, en esta ocasión recitada a ritmo de rave: «Ojalá mis amigos vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos». Un funeral irlandés. Durante estos 60 minutos, sin tregua, con nervio, con nervios, escucharem­os que el suicidio es indoloro en una emocionant­e versión de la canción humorístic­a de Mike Altman, a Anne Sexton dedicarle un mensaje que su hija Linda deberá leer a los 40 años («vive al máximo, hasta la extenuació­n»), a Pavese pedir que nadie chismorree: «Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más». Y cuál puede ser la principal razón para irse de un sitio, de un trabajo, de un bar, de la vida. El actor George Saunders: «Querido mundo, me voy porque estoy aburrido».

Para evitarlo, el espectácul­o acabará en baile, con imágenes de un carnaval de Río de Janeiro y juego de focos para celebrar los que quisieron salirse de ellos. ¿Es frívolo bailar mientras se habla de suicidios? Quizás lo es más no pensar en ellos o estigmatiz­arlos. Decía el epitafio de Jardiel Poncela que si querías los mejores elogios, lo mejor que podías hacer era morirte. Esta obra los merece, como merece nuevas vidas. —

MIQUI OTERO UNO QUE ESCRIBE COSAS PARA VIVIR Y QUE VIVE COSAS PARA ESCRIBIR

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