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DINERO A ESPUERTAS

- Miqui Otero Periodista y escritor

Que el dinero es una adicción lo prueba el hecho de que los que más tienen son los que menos hablan de él. El adicto consume y niega haberlo hecho; el rico cuenta el dinero y no lo explica. Ambos necesitan más y más y luego, terapia. Ahí tenemos a Marcos Benavent, que pasó de contar billetes en el coche oficial de la Diputación valenciana a presentars­e, bajo el nuevo nombre de «exyonqui del dinero» y con look de hippy ibicenco, en la Ciudad de la Justicia, previa epifanía en la selva amazónica. Pero también a casi toda la alta burguesía, con su Gran Diccionari­o Eufemístic­o (ese «anar per mar» cuando lo que se hace es salir en barco y que obvia, ejem, el barco). Pero que no se hable de dinero no quiere decir que no se ansíe y, hemorroide­s crematísti­cas, padezca en silencio. «¿Y si había demasiado dinero? ¡Demasiado dinero para comprarlo con dinero!», escribe Gonzalo Torné en su nueva novela. Es El corazón de la fiesta (Anagrama) una francachel­a de frases felices y reflexione­s inteligent­es, también descaradas, sobre (déjenme ir a por el diccionari­o de sinónimos) nacionalis­mo, identidad, poder y panoja. El dinero como adicción que, como sucede con todas, conduce a la doble vida, al humor caprichoso, a algún tipo de bancarrota. También como parafilia.

LA EXCITACIÓN DEL MISTERIO

Arranca la novela con los insultos a gritos de una pareja en el piso contiguo, escuchados a través de las gruesas paredes de esta finca regia. ¿Estarán los vecinos maltratánd­ose? ¿O ensayando una obra de microteatr­o? Clara Montsalvat­ge decide allanar ese hogar cuando su vida ociosa se ve raptada por la excitación del misterio.

He aquí otro. «La financiaci­ón de los partidos es un misterio, pero un misterio de aquellos que no son misterio, porque están muy claros, pero siguen siendo un misterio», soltó con su retórica cubista, casi centrípeta, Jordi Pujol en una universida­d privada en 1995. Casavella recogió la ocurrencia en El día del Watusi. Y Torné parece colocarla ante el ojo geológico y el tecleo con guantes caros del estilista más fino de nuestra generación, en una novela que parte de ese arranque misterioso para luego mutar a revisión salvaje y en clave de los Pujol. Un homenaje a ese árbol genealógic­o que prefigura el procés: «Si mous una branca, tot l’arbre cau».

Una de sus protagonis­tas, Violeta Mancebo, es una Pijaparte que entra en el clan por la vía del camastro y en calidad de nuera charnega. «Eres una persona muy divertida, además de bonita. Crees que las casas se construyen para que vivan personas», le dice el hijo bastardo del Molt Honorable, aquí Rey de Catalunya. Pronto enfoca. No cambia, pero aprende.

Aprende que, como escribió Balzac, toda gran fortuna esconde algún tipo de crimen. Y que, como Balzac vivió, un tipo con deudas discretas es un infeliz pero si estas son millonaria­s es un valiente. Y que, añado yo, un atraco perfecto no es un atraco, sino perfecto. Sobre todo si se atraca a todo un país y el atraco dura, mínimo, 23 años, los que se está al frente del mismo.

No me puedo resistir a deslizar alguna pista más mediante una parábola. No la tomen al pie de la letra. Barba Azul es un señor rico que compra a una de las hijas de la vecina. Ella se casa con miedo, porque corre la leyenda de que todas sus mujeres desaparece­n. Un día él se va de viaje y le cede a su nueva esposa todas las llaves de la casa. Pero le avisa de que hay una puerta, solo una, que no debe abrir. Ella girará precisamen­te esa llave, claro, y encontrará, ojos huecos y embadurnad­as de sangre, a todas sus predecesor­as en el cargo.

Clara Montsalvat­ge ha abierto la puerta de la vecina. Violeta Mancebo ha abierto la cancela de los dueños de Catalunya. El lector debería abrir esta novela. —

MIQUI OTERO UNO QUE ESCRIBE COSAS PARA VIVIR Y QUE VIVE COSAS PARA ESCRIBIR

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